miércoles. 24.04.2024
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Champions 2018: La confianza y los titanes (ida de semifinales)

“Los futbolistas que participan en este tipo de competencias, a pesar de su experiencia y talento, no son inmunes a las presiones y fragilidades humanas…”

Champions 2018: La confianza y los titanes (ida de semifinales)

Incluso en estos altísimos niveles de juego, el error está presente en el desarrollo de las acciones como parte definitoria del resultado entre azarosa y provocada por el rival. Los futbolistas que participan en este tipo de competencias, a pesar de su experiencia y talento, no son inmunes a las presiones y fragilidades humanas que aparecen en situaciones y contextos que por definición siempre serán inéditos, aunque se hayan vivido eventos similares.

En los partidos de ida de las semifinales apareció por supuesto la brillantez característica de este tipo de encuentros, pero también la falla, sobre todo en la salida o a medio campo, que resultó sumamente costosa: en el futbol actual, donde se suele tratar de recuperar la pelota desde arriba, los defensas necesitan saber qué hacer con ella, no nada más quitársela al de enfrente, en tanto los delanteros requieren contar con habilidades para la presión y la recuperación, de tal manera que se genere peligro ante una zaga desprotegida.

Confianza peligrosa

Durante los primeros quince minutos, la Roma resultó ser un rival al nivel del Liverpool, incluso generando un disparo que terminó en el travesaño. A partir del ahí, se vino la marea roja, no obstante una lesión inesperada cuyo cambio resultó positivo. Un par de fallas de Mané terminaron no en la frustración, sino en ser impulsos para la abrumadora eficacia de los locales: el egipcio Salah, convertido en uno de los mejores jugadores del mundo, puso el balón donde lo imaginó, para abrir la puerta de la visita desde el ángulo superior. A pesar de ser un gol esperado, el cuadro italiano siguió sin reaccionar y en una pérdida de balón contestada con letal contragolpe, una vez más el hombre venido de las orillas del Nilo anotó el segundo con elegante picoteo.

Desde la banca, Klopp arengaba a la tribuna del Anfield aún en las fallas frente a portería, y el contagio se siguió esparciendo por el campo durante la segunda parte. La superioridad en el funcionamiento colectivo y en la destreza individual, sobre todo de este trío de Liverpool al frente, produjo contundentes resultados: ahora Salah, en plan colaborativo, cedió sendos pases a Mané y Firmino para que rubricaran el tercer y cuarto, en apenas un lapso de cinco minutos. El desmoronamiento parecía absoluto por parte del equipo visitante, en tanto los de casa seguían como si el asunto no estuviera definido, tal como lo mostró una vez más el brasileño Firmino, para rematar con la cabeza y anotar el quinto en la frente.

Faltaban veinte minutos más el descuento y la fiesta era absoluta. Pero celebrada de manera prematura. Contra un equipo capaz de levantarse de la lona ante el Barcelona, no es recomendable sentirse ganador hasta que silbe el juez central. Y así, como no queriendo la cosa y frente a la evidente relajación del local, haciendo cambios de seguridad, los romanos recordaron su poderío ancestral, y heridos de muerte se lanzaron al frente para buscar darle algo de sentido al partido de la vuelta: lo consiguieron gracias a los goles de Dzeko y Perotti en los últimos diez minutos de juego.

Todavía los de blanco tuvieron una oportunidad más para acortar distancias, pero con lo alcanzado en la recta final, regresan a casa con la misma consigna que ya lograron cumplir en la eliminatoria anterior contra un poderoso equipo. La confianza como virtud necesaria para desplegar tu mejor juego y su exceso como peligro acechante para anticipar el triunfo: la frontera es tan delgada, que resulta difícil detectarla a tiempo. Eso sí, ambos equipos tienen motivos para saltar al campo con esta confianza de su lado y cuidarse de sus abusos.

Duelo de titanes

Acaso por la historia de ambos cuadros, se podría considerar como la final adelantada, no obstante que en la fase de cuartos mostraron vulnerabilidades. Claro que la genética ganadora ahí está y sale a relucir, incluso cuando no se merece del todo. El Bayern Munich recibió al Real Madrid en el Allianz Arena, con la mira puesta en sacar ventaja y cuidarse de no recibir gol como local; los de la capital española, impredecibles como han sido estos últimos meses, apelaban no sólo a su camiseta, sino a su experiencia en un torneo que les ha resultado sumamente favorecedor, no obstante ciertos altibajos en su desempeño.

El local ha vuelto a su estilo vertical sin andarse por las ramas. Así planteó el partido pero una lesión prematura del holandés volador (versión siglo XXI), y después de Boateng, provocó que Heynckes, el veterano entrenador ya de regreso, tuviera que adaptar su esquema al frente. Tras inicio trepidante seguido de tensión, Kimmich cristalizó una jugada con el sello de la casa y puso al frente al equipo teutón poco antes de la media hora, con más merecimientos para colocarse en tal situación. El cuadro merengue no atinaba a plantarse con claridad en el campo aunque, como suele suceder en momentos de incertidumbre, consiguió el empate vía zapatazo inclemente de Marcelo, justo antes de terminar la primera parte.

Pronto en el tiempo complementario, un error en medio campo de Rafinha fue bien aprovechado por el recién entrado Asensio para darle la inesperada voltereta al marcador y confirmar que en tiempos de asedio, el equipo español suele resolver de alguna manera sorpresiva el trámite que le es adverso: por ejemplo, ensañándose ante el yerro del rival y detectando cualquier signo de vulnerabilidad. El cuadro muniqués se fue al frente a buscar el empate, sobre todo por conducto de un incisivo Ribery que se topó con un Navas dispuesto a lavar su complicidad en la jugada del gol en su contra, mostrando carácter para recomponerse y ser la última frontera, infranqueable, de su equipo.