Se enfrentaron en el juego decisivo en 1981, con triunfo del equipo inglés 1 a 0 en el Parque de los Príncipes parisino; en el 2018, el resultado favoreció al conjunto español 3-1 en Kiev, ahora soportando la invasión rusa. Son 13 títulos para los madrileños y 6 para los del puerto británico. Ahora se vuelven a ver las caras en el Stade de France, afuera del cual se presentaron algunos problemas con gente intentando colarse; sin generarse mayores problemas, provocaron que el partido se aplazara. Así con abundancia de jugadores brasileños, se dejó escuchar el silbatazo inicial después de la participación musical de Camila Cabello y una colorida coreografía de elásticos bailarines, cumpliendo con su papel.

Fueron quince minutos en los que se asentaron los respectivos esquemas: el Real Madrid con sus dos bloques de cuatro y en actitud de espera, como se ha vuelto habitual ante rivales de jerarquía; el Liverpool, presionando desde la salida y buscando tener la pelota el mayor tiempo posible para taladrar poco a poco la barricada blanca. La primera llegada de peligro llegó pasado el cuarto de hora, cuando Salah remató incómodo y Courtois salvó a contrapié, iniciando su épica personal como ya nos tiene acostumbrados el guardameta belga.

La jugada destapó a los de rojo, quienes empezaron a poner en mayor peligro la puerta rival vía Thiago, funcionando además como bujía del equipo; Alexander-Arnold, volando su obús con el espacio suficiente; Mané, cuyo disparo fue apenas desviado por el arquero belga para encontrarse después con el poste, y el propio jugador egipcio, situación detectada por el cuadro español que empezó a procurar transiciones más prolongadas para bajar el ímpetu del equipo inglés, lo que logró, relativamente o al menos para poder respirar ante la marea roja.

Hacia la recta final, en un enredo dentro del área, Benzemá empujó la pelota en posición adelantada, si bien parecía venir de un rival, toque que extrañamente el VAR no detectó, confirmando que el arbitraje no siempre favorece a un equipo, por más mediático que sea. Otra vez el conjunto blanco fue dominado en la primera mitad pero no superado y cerca estuvo de irse al frente en una de las contadas aproximaciones que tuvo a la portería de Alisson, que apenas tuvo que controlar un largo centro y tratar de resolver este entuerto.

Misma tónica al inicio del segundo periodo, aunque pronta ruptura del guion esperado: servicio rasante y cargado de veneno de Valverde para que Vinícius cierre la pinza y remate a placer y así mandar adelante a los de la capital española al 59’, sin haber inquietado mayormente la cabaña de los Reds: otra vez, el Madrid implantando su sello construido a lo largo del certamen. Cambios en el cuadro de los del puerto y el desarrollo del juego no sufrió mayor alteración, incluso con Salah, una vez más, respondiendo pronto con disparo a segundo palo, pero de nuevo el gigante de la puerta se encargó de cerrarla con gran lance, repitiendo la dosis minutos después y en el 80’, desviando un disparo después de un brillante control del peligroso delantero africano: el asunto ya parecía personal.

Con las lanzas rotas en los últimos diez minutos, las emociones se presentaban con asiduidad en ambos arcos, mientras los merengues movían sus piezas ya decididamente jugando a la contra frente a un rival volcado en busca del empate que nunca llegó: la frustración de haber generado más de una decena de ocasiones y no conseguir mover las redes, mientras que el contrincante con un solo disparo a portería, termina venciendo y alzando la copa por decimocuarta ocasión. El Real Madrid convirtió este torneo en el de las gestas imposibles, los regresos inesperados y los triunfos al filo del silbatazo terminal. El ADN ganador puesto en práctica cuando los rivales los superan en funcionamiento, pero no en el marcador.