sábado. 20.04.2024
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FINAL DE LA CHAMPIONS 2018: GOLES IMPROBABLES

"Quedan las estampas que terminan por ser memorables..."

FINAL DE LA CHAMPIONS 2018: GOLES IMPROBABLES

El Liverpool, equipo inglés más ganador en torneos más allá de las costas de la isla viviendo el Brexit, festeja sus 125 años de existencia con cinco títulos en el certamen continental, en tanto el Real Madrid cumple 116 en los que ha ganado 12 copas, entre las que se encuentran las dos anteriores, con todo y que las cinco primeras se consiguieron en tiempos de escasez de rivales de peso. En 1981, el cuadro inglés derrotó en la final al equipo español en cerrado partido celebrado en París: ahora se celebró la segunda edición de este enfrentamiento en el encuentro definitivo.

La primera parte empezó con los de rojo dispuestos a conquistar el dominio táctico y emocional del partido, procurando incidir al frente más allá de las estadísticas intrascendentes; los de blanco, en tanto, siguiendo una costumbre reciente de soportar y esperar sin mostrar demasiado apuro por la situación vivida, aguantaban como sabedores de cómo funciona este tipo de compromisos, no obstante los primeros diez minutos lucían desmadejados. La lesión de Salah, seguida por la de Carvajal, modificó la tendencia del partido, mientras el césped recibía las lágrimas de ambos como testigo cercanísimo del fuerte sentido de pertenencia: impotencia por la angustia que provoca soñar con un partido y no poder convertirlo en realidad.

Poco a poco y con su acostumbrada capacidad para ir anestesiando la motivación de los de enfrente, los merengues los fueron envolviendo con base en la precisión colectiva y terminaron por controlar pelota y emociones, al punto que los del puerto parecían esperar con anhelo el silbatazo que señalara el final de la parte inicial. El saldo acabó sintetizándose con una salvadora intervención por arquero y el momento a favor de los de Madrid, tras un arranque azaroso donde fueron prematuramente superados por un equipo que sabía de la importancia de sacar ventaja pronto apostando a su poder ofensivo: esta vez no lo consiguió.

La segunda parte arrancó como si no hubiera existido pausa: el cuadro inglés no parecía recompuesto y el español seguía en lo suyo, al punto de casi abrir el marcador con disparo al travesaño. Vendría lo impensado. El portero alemán del Liverpool intenta un despeje frente a Benzema que solo tuvo que estirar la pierna para que el balón le rebotara y se dirigiera pausadamente a la red: un gol bizarro que rompe con la idea de la infalibilidad de este nivel de juego, porque el fútbol depara sorpresas tanto en el partido colegial de la primaria de la colonia o del encuentro sabatino con porterías sin red, como en los encuentros que acaparan la atención mundial.

Mostrando una entereza más por disposición que talento, los de la isla consiguieron un rápido empate por conducto de Mané, aprovechando una de esas pelotas que en el área se convierten en buscadoras de la puerta casi como por inercia. Pero al ’64 y como para seguir con la racionalidad de la imposibilidad, Marcelo envía un centro a la zona alejada del área y el recién entrado Bale se levanta y conecta la pelota de chilena para marcar la diferencia, como si el guion saliera de un estudio fílmico con poco interés por la verosimilitud: un gol de significados múltiples por cómo se logró, en qué momento y por parte de quién.

A veinte del final señales de vida de los Reds: otra vez el senegalés amenazando la puerta con zapatazo raso a la base del poste, que intentaba mandar el mensaje de que todavía le quedaba rival al conjunto español, pero un segundo error del guardameta Karius, tan difícil de entender como el primero si no fuera por la acumulación de desconfianza, provocó que el lejano disparo del galés, convertido en el clásico actor de reparto que se roba el protagonismo, se incrustara en el arco y quedara sellada la final para decantarse en la tercera consecutiva para el equipo más famoso del mundo.

DESPUÉS DEL SILBATAZO FINAL

Quedan las estampas que terminan por ser memorables. Los saludos entre los jugadores denotando sabiduría en la victoria y en la derrota, aderezados por el desconsuelo del veinteañero arquero alemán del Liverpool anclado en el área para ver si el manchón penal se lo tragaba o le daba alguna respuesta, hasta que los rivales intentaron rescatarlo, en particular su principal verdugo de famoso chongo en el peinado, a su vez recibiendo efusivo abrazo por parte del mandamás colchonero, tras una temporada difícil.

El joven guardameta Karius, ya de pie pero conteniendo su rostro en la sudadera a manera de apenado antifaz, se acercó a la tribuna de los fieles aficionados para hacer un sentido gesto de arrepentimiento, solicitando el perdón por las pifias y al final siendo abrazado por el espigado entrenador Klopp, su compatriota y quien ha confiado en él para encargarse de la puerta del subcampeón de Europa: a pesar de la derrota, se aparecen tiempos propicios para que este histórico conjunto vuelva a ser protagonista importante en Europa.

Y claro, el mismo técnico aplaudiendo a los seguidores que nunca dejaron de apoyar: quizá fueron silenciados en algún momento, pero pronto se recuperaron para seguir manifestando su cercanía, mostrada con su presencia en la ceremonia de premiaciones, cuando usualmente las tribunas lucen con los huecos dejados por el público aficionado del equipo perdedor: un equipo como el Liverpool genera este tipo de fidelidades justamente por mantenerse apegado a ciertos principios futbolísticos que trascienden sucesos específicos. Y el Real Madrid, tras una temporada local difícil y turbulencias al interior, se lleva a la vitrina la decimotercera. Así son los equipos ganadores: en la tormenta, saben sacar el paraguas.