Liguilla 2018 (cuarta): De la expectativa a la triste realidad

"Un querido amigo cruzazulino de corazón me escribió: me voy a hacer americanista para pasarles la maldición de los veinte años. Eso sí es labor de sacrificio."

Liguilla 2018 (cuarta): De la expectativa a la triste realidad

 

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Mucho se esperaba, en efecto, del choque que decidiría al campeón del fútbol mexicano: dos equipos capitalinos que volvieron a compartir estadio y que han escenificado una larga historia de encuentros, títulos de por medio y batallas memorables. Uno se adueñó de los años setenta, caracterizados por el partido (político) único, y el otro de los ochenta, con la desigualdad (económica) en pleno crecimiento. Están aquí nuevamente en tiempos de transformaciones muy anunciadas cada vez menos promisorias, concepciones y recuerdos, hasta en las películas, que nos regresan a aquellos años maravillosos (para algunos), en los que además no podíamos comparar con claridad el nivel de nuestra liga futbolera con las de otras latitudes.

Los originarios de Jasso, Hidalgo, llegaron cargando una fantasmal trayectoria de más de veinte años sin poder conquistar un título, impensable para un cuadro con este peso específico dentro de nuestro balompié: malas contrataciones, promotores vampíricos, dirigentes que no sueltan el control y técnicos cuyo perfil parecía no ser el adecuado para el equipo, fueron algunas de las causas que no tenían salida aparente, hasta ahora. O eso suponíamos. Los de Coapa, por su parte, han ido reconstruyendo su historial en años recientes y, a pesar de ciertas caídas y algún periodo más o menos preocupante en el que hasta daba igual ganarles por cómo arrastraban la cobija, han sabido reponerse sin alargar demasiado las malas rachas.

Cuando el temor a perder es más fuerte que el ímpetu para ganar, los partidos suelen volverse ríspidos, enjundiosos en el mejor de los casos, y poco brillantes, desarrollados más en el medio campo y transitados por balonazos a ver si alguno puede ser aprovechado por los usualmente solitarios atacantes; es decir, ni siquiera es que haya grandes estrategias defensivas o lances espectaculares de los arqueros, sino más bien un peloteo en el que las faltas prevalecen sobre las jugadas de conjunto. Y ese temor se relaciona con la presión, no solo la que genera el partido en cuestión, sino por los antecedentes y las circunstancias contextuales que inciden en el juego. Siendo generosos, solo un tiempo valió la pena de los cuatro disputados.

Juego de sombra

El primer partido de la final resultó decepcionante en lo general y polémico en lo particular, que acabó siendo los más relevante. Los dos equipos salieron a esperar a que el otro moviera sus piezas para ver cómo reaccionar: el problema es ninguno las movía y prevalecía la parálisis defensiva. El América daba ligeras muestras de querer tener la pelota, sin demasiada trascendencia, en tanto el Cruz Azul se mantenía ecuánime, quizá exagerando en la cautela, salvo el cabezazo de Domínguez que sacó muy bien Marchesín; los locales respondieron con alguna jugada de muy relativo peligro y los minutos se escurrían con una lentitud desesperante.

Al inicio de la segunda parte fue el turno de Corona para salvar a su equipo ante disparo venenoso de Uribe, que saldría lesionado. De ahí en más, el partido se sumió en un marasmo imposible de librar por parte de los 22 jugadores, más dedicados a destruir que construir alguna posibilidad que justificara el boleto para los aficionados. Hasta el famoso VAR se quedó dormido en un par de jugadas, una por bando, que debieron ser revisadas por el árbitro central, que tampoco se percató de las presumibles faltas cometidas como también esperando que si había algo, le avisaran y si no, que ya terminara este primer y soporífero juego de sombra. Solamente al final, un balón que Méndez estrelló en el travesaño levantó al respetable de sus asientos. Los estoicos que se quedaron.

Juego de claroscuros

La primera parte del segundo partido fue una triste continuación de su antecesor. Ahora los técnicos intentaron colocar un poco más de peso ofensivo en sus alineaciones pero los resultados acabaron siendo los mismos, dado que faltaba quién les acercara la pelota a los hombres de punta. Pelotazos insulsos, faltitas a la menor oportunidad, ausencia de juego de conjunto y un profundo bostezo invadiendo el maltrecho Estadio Azteca. Las Águilas tuvieron una menos mala actuación, considerando las bajas de Uribe y Martínez, y buscaron un poco más la puerta contraria, si bien las jugadas de emoción se ausentaron nuevamente. Mejor que ya se fueran a los penales, sugerían algunos.

Ajustes de los técnicos en nombres y posiciones para la segunda parte y pronto, en una salida precipitada de Corona hacia Marcone, perdieron la pelota bien recuperada por el guerrero Peralta, quien se la cedió a Álvarez, convertido en el impensado héroe, y como si se tratara del delantero que no se vio en toda la final, acomodó con elegancia su disparo lejos del alcance del arquero. Quedaba mucho tiempo pero poca capacidad de resolución. Daba la impresión que aunque estuviéramos horas ahí sentados, la Máquina se dejaba invadir por sus fantasmas y no conseguiría deshacerse de ellos. Pocas veces debajo del marcador a lo largo del torneo, daban muestras de no saber qué hacer ni en lo individual ni en conjunto.

Los cambios de Caixinha no funcionaban y Corona salvaba dos lances de Renato, el mejor de los ahora visitantes. Fueron los únicos momentos de verdadero interés o tensión en la final, cuando todavía los de azul, a pesar de no ofrecer evidencia alguna de creatividad, podían emparejar el marcador y alargar el sopor del juego. Centros al área sin código postal definido, recorridos personales que terminaban en cansancio inútil y la imaginación totalmente ausente, como la esperanza de los aficionados que, con todo, ahí seguían y seguirán. Álvarez aprovechó una buena atajada del portero para rematar y sentenciar con su segundo gol de la noche el título: su vida como futbolista, además de la selección, ya tiene otro recuerdo indeleble. Un querido amigo cruzazulino de corazón me escribió: me voy a hacer americanista para pasarles la maldición de los veinte años. Eso sí es labor de sacrificio.

 

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