jueves. 25.04.2024
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Rusia, 2018: el agridulce partido por el tercer puesto

"...tener que volver a salir al campo después de quedarse a un paso del gran juego, quizá no sea lo más motivante del mundo..."

Rusia, 2018: el agridulce partido por el tercer puesto

Si nos ponemos radicales, en el Mundial gana uno y pierden 31. Pero si vamos al terreno de las expectativas, varios equipos triunfan cuando las alcanzan o las superan, según las previsiones partiuculares, y otros en efecto salen derrotados cuando su desempeño se queda por debajo de lo esperado. El partido por el tercer lugar puede ser un día cruel para algunos o de fiesta para otros: depende, nuevamente, de los anhelos construidos alrededor de una selección. Para cierta parte de la opinión futbolera este encuentro no debería realizarse por su falta de sentido y porque casi nadie se acuerda de su proceso y resultado; se cruzan también intereses económicos, desde luego.

Cierto, el que gane el tercer lugar termina recibiendo más dinero que el cuarto (2 millones de dólares de diferencia), pero supongo que para federaciones de estos alcances, el reconocimiento no parece ser suficiente. No es como las Olimpiadas, en las que una medalla de bronce ayuda para la contabilidad al final de los juegos y determinar al país ganador. Algunas ideas para premiar el tercer puesto que pongo sobre la mesa: pase al siguiente Mundial sin necesidad de enfrentar eliminatorias; garantizar ser cabeza de serie para la conformación de los grupos en la próxima justa; tener preferencia, en su caso, para ser país sede en alguna competencia ya sea global o de alguna confederación; criterio último de clasificación antes del sorteo. A discutirse.

Para algunas selecciones que perdieron una semifinal a la que no esperaban llegar y menos ganar, puede ser un día más de juego y celebración, además de tener la oportunidad de establecer en su historia el alcance de un puesto inédito; para otras, sin embrago, que su destino manifiesto era la final, tener que volver a salir al campo después de quedarse a un paso del gran juego, quizá no sea lo más motivante del mundo. También está claro que lo que se espera de un equipo al inicio del torneo no es estático, sino que se va transformando según el despliegue observado y los rivales en turno: salvo a los cuatro de siempre (Alemania, Italia, Argentina y Brasil), a los demás se les va exigiendo según la generación que se trate y el rendimiento demostrado en los primeros partidos del certamen.

Me parece que tanto belgas como ingleses aspiraban a estar en la final. Bélgica desde el inicio del torneo, con una generación dorada que ya esperaba dar el salto de calidad para meterse en el Olimpo de los mundiales: lo dieron, en efecto, pero no al nivel del potencial de su calidad futbolística, si bien se enfrentaron a un conjunto sumamente sólido en la semifinal. Por su parte, los ingleses venían con dos historias a las espaldas: la herencia grandilocuente de la invención del juego, el título de 1966 y otras grandes actuaciones hasta antes de Italia 1990; la otra, los seguidos fracasos en los últimos 28 años, en los que siempre se esperaba más de ellos. Optaron por arroparse en la primera y fueron creciendo en el torneo, modificando sus expectativas al punto de pretender alcanzar la final: se quedaron cerca.

un enfrentamiento repetido

Los rostros de los jugadores en el túnel de salida al campo eran contrastantes: los más jóvenes de ambos cuadros saludaban y sonreían por la oportunidad de tener un juego más; los de experiencia externaban todavía la derrota en la mirada, pero conservaban la disposición para cumplir con el compromiso. Para Bélgica, representaba la oportunidad de alcanzar por primera vez el tercer puesto, cualquier cosa que es signifique, y para Inglaterra confirmar que pasaron de ser una promesa juvenil a una adulta realidad total en apenas un mes. Con la frescura y liberación de las presiones habituales arrancó el partido en el estadio de San Petersburgo, lleno de aficionados ya al parecer habiendo asimilado la dolorosa derrota de media semana.

Muy pronto, el ausente Meunier en la semifinal puso a los suyos por delante coronando un buen despunte de Lukaku y Chadli, dejando el partido con un argumento claro: los ingleses más tiempo con la pelota y los belgas con mayor peligrosidad al ataque. Lejos de abrirse como cabría esperar, el partido se tornó equilibrado en el medio campo y con esporádicas acciones en las porterías: los Diablos Rojos, ahora amarillos, se mostraban más punzantes, aunque Kane tuvo la suya para emparejar y terminar por definir al goleador del Mundial. Los de la isla circulaban la pelota, cambiaban de perfil y buscaban espacios pero con escasa o agotada imaginación: más veneno corría por el circuito de los belgas.

La segunda parte se mantuvo más o menos con similar tendencia, hasta que los ahora de rojo tuvieron su gran oportunidad vía Dyer que por fin rebasó a Courtois levantando la pelota pero justo apareció Alderweireld para salvar en la frontera del júbilo y la tristeza. Minutos después, se juntaron dos de los jugadores esenciales del fútbol moderno: De Bruyne manda pase filtrado a Hazard que resuelve con disparo a primer poste para sentenciar el tercer puesto, celebrado con medalla al cuello frente a sus compatriotas en la tribuna. Ya llegarán en los treintas la mayoría de estos jugadores al siguiente mundial, pero todavía con la expectativa alta, en tanto los ingleses crecerán en experiencia y podrán ser fuertes competidores en cuatro años y medio. Gran participación de ambos equipos y animadores fundamentales de esta esperada celebración.

 

[r a Rusia 2018,  segunda semifinal: la rebelión de los balcanes]