martes. 23.04.2024
El Tiempo

Emilio Hernández Muñoz, periodista

“A Emilio había que escucharlo…”

Emilio Hernández Muñoz, periodista

Una mañana, el tipo me paró en seco en la plaza principal, al pie del asta bandera.

–¿Tú eres Paco Mares, verdad?

–Así es, a tus órdenes –le contesté.

–Yo soy Emilio Hernández.

–Sí, yo sé quién eres.

Por supuesto que sabía quién era Emilio Hernández. El nombre y el apelativo, al menos, los conocía de lejos. De las lecturas semanales del 'Proceso', de muchos años atrás. Un reportero terco que lo mismo había seguido el trasiego de la varilla radioactiva desde Chihuahua hasta los cimientos de la Central de Abasto en León, Guanajuato, entonces en construcción; o descubría para el país los orígenes del Toro Fernando Valenzuela, allá en el caserío de Etchohuaquila, Sonora. Había escuchado que hacía un rato que estaba en la ciudad. Entonces no sabía que era de por acá.

–¿Cómo ves si nos tomamos un café?, preguntó, entre interesado e inquisidor.

–Nos lo tomamos, ¿por qué no? –respondí.

Nos hicimos buenos amigos. Sería 1995. Los albores de la administración municipal de Luis Quirós. Emilio iniciaba una aventura en el servicio público, después de mucho trajinar en las redacciones y de enseñar en las aulas de la Universidad Iberoamericana y del Tec de Monterrey, donde un año sí y otro también, los estudiantes lo designaban 'el mejor profesor'. El café se volvió una rutina. Al 'Santa Clara', dos y hasta tres veces en una misma mañana. Luego hubo que ir a otro y a otro –es que llegan muchos grillos-, se quejaba.

A Emilio había que escucharlo. Un hombre con una cultura más que apreciable. Una cultura de caminar la vida, y de libros. Horas y horas y horas, hablando de periodismo y de política. Funcionarios y políticos y reporteros –incluidos los de la mesa-, pasados por el filo del humor negro. Diálogos involucrados y ajenos a los entuertos del oficio, al mismo tiempo. Si las palabras o el tono llegaban a lo ordinario, Emilio se disculpaba a mitad de una carcajada: "¡es que también fui camionero! Cuando se podía, después del churrasco, un cigarro, un café y un buen coñac, para acompañar la conversación.

Los encuentros se volvieron esporádicos, en proporción inversa al gusto de compartir de nuevo un rato de charla. Aunque fuera ahí en el lobby de la Torre Nissan -ambos con oficina en el edificio, aunque en distinto piso-, no importaba. Mi Paco. Emilio, carajo.

Un día, Emilio me invitó a acompañarlo a las oficinas de 'Proceso' en la Ciudad de México. De sus charlas, conocía hasta la ubicación de los baños. Sabía de memoria la historia de los veinte pesos que le quedó a deber Gabriel García Márquez. Del trato de “Usted" que le dispensaba Julio Scherer García. Otras no las había contado. Nos recibió en su oficina el director, Rafael Rodríguez Castañeda. Abrazo de amigos entrañables, el de ellos. Un par de bromas y Rafael me dice: "Déjame contarte quién es Emilio..."

Y ahí tienen al director de la revista política más importante de México:

– Aquí el señor me llevó de chofer a León en su aniversario de bodas, mientras él, muy a gusto, platicaba con mi esposa en el asiento trasero. Eso sí, en un par de casetas me preguntó: ¿No quieres que te ayude?”

En el recuento aprendí el truco de abandonar el saco en el respaldo de la silla tras el escritorio.

–Seguro que por ahí anda. Ahí está su saco.

Emilio lo abandonaba en la redacción y desaparecía varios días en Cuernavaca.

–Ya nos vamos, vamos a comer con mi compadre -Gerardo Galarza-, ojalá nos pudieras acompañar, Rafael.

–Seguro, Emilio, desahogo unos pendientes y los alcanzo.

Entendí la respuesta como una fórmula de cortesía y agradecí las atenciones. No. Al poco rato llegó Rafael Rodríguez Castañeda, feliz de reencontrarse con Emilio.

En 2008, Emilio siguió paso a paso el proceso de diseño y producción del primer libro de este reportero. Opinó, advirtió errores y regañó un par de veces al editor. Más tarde, no fue difícil lograr que aceptara participar en la presentación del volumen. Pero fue un gesto de amigos.

–Eso no es lo mío. Tú lo sabes, Paco…

No pude ya pagarle a Emilio con la misma moneda. No lo permitió. Duele esa deuda.

La historia es la siguiente. Un día cualquiera, descubrí que una búsqueda elemental en el servicio de 'Infolatina' me permitía el acceso a todos y cada uno de los textos que Emilio Hernández había publicado en 'Proceso' a lo largo de los años. Con un amigo común, conspiramos la producción de un libro. Un libro bastante rústico, es cierto. Sin patrocinios. Nada le dijimos. La tarde en que se lo entregamos en el 'Rincón Gaucho', Emilio se quebró un poco. Tenía en las manos, así de golpe, el correr de muchos años. Le gustó y agradeció. Todo ello le llevó más tiempo que decretar que no habría presentación alguna del libro. Que lo pensaría, pero que por lo pronto, no. Así se fueron un par de años, tal vez más.

Intentamos una nueva edición, con la complicidad de Tlacuilo Ediciones. No, no y no. No se les ocurra. Cuando se lo proponía, Emilio podía ser tajante. Quedó la versión primera, el segundo intento se frustró... y aguarda en su categoría de anécdota entre amigos.

Todo esto lo escribí aquella tarde ingrata –algunos pocos lo habrán leído en su versión original en el periódico en turno.

Al punto final, salí a despedirme de Emilio. El paréntesis que nos convoca, me permite compartir con ustedes en voz alta lo que generalmente se susurra al oído del teclado. Hasta aquí me quedo. Es sabido que un discurso, si breve, mejor. En tratándose de Emilio Hernández me apena -no es cierto- violentar la norma.

A nombre de quienes levanten la mano, arriesgo 'un “gracias” por reconocer a Emilio a los ojos de las generaciones emergentes a Emilio, un hombre íntegro, y además, periodista.


*Texto leído por el autor en la ceremonia de colocación de una placa conmemorativa, en la sala de prensa de la Presidencia Municipal de León, en honor de Emilio Hernández Muñoz, encabezada por Luis Ernesto Ayala Torres.