miércoles. 24.04.2024
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Los juegos mentales de la conspiración

Los juegos mentales de la conspiración

Hablar de la estupidez propia es un recurso álgido. Como si uno fuera algo externo a sí mismo. Pero por otro lado, te pone los pies en la tierra. O por lo menos a mí me ayuda. Un día, navegando en la red, encontré un blog que por nombre lleva Iglesia de la Nueva Era. Durante días lo traje entre ceja y ceja. Me pareció una aberración social contra una sociedad abierta, un conjunto de panfletos contra la libertad y la decisión personal. Entre más lo leía, más me enfurecía. Pero no dudaba de su veracidad. Inicié una guerra personal contra esas ideas, era igual  de draconiano en las redes sociales. Hasta que un amigo me preguntó si en verdad creía que aquello era serio. Le di las referencias que ellos usan, en especial la página de un grupo: la Crist Wire. Ese adefesio del fundamentalismo cristiano que la Iglesia de la Nueva Era traducía y exponía como parte de su ideario político religioso. Mi amigo se reía de ellos y de mí. Checa bien. Me decía. Observa cómo tratan las cosas y con qué lo combinan. Me fue acompañando en aplicar el método de la navaja de Ockham a sus diversos contextos, textos e intertextualidades. Mientras iba cayendo el telón, poco a poco, me sentí el idiota más grande del mundo: todo era un chiste muy bien elaborado. No pude contener la carcajada ante mi idiotez comprada, mi falta de humor y mi supuesta apertura mental.

Y eso que me gusta presumir los ataques que perpetró 0100101110101101.org a otras páginas como Hell.com, o el mirror que creó de la página del Vaticano, pero incluyendo textos heréticos para exponer que la red era un espacio libre. Caí absurdamente en mis propios ideales de libertad, asumiendo que hay un camino para presentar la claridad social. Quienes realizan el blog de la Iglesia de la Nueva Era utilizan la misma estrategia que manejaron aquellos italianos de 0100101110101101.org: se camuflan en los discursos y los sabotean, de tal manera que dudas entre la broma de mal gusto o la aceptación de tal discurso. Es decir, hacen uso de la conspiración para deteriorar una ideología.

Nos encontramos que la conspiración es una narrativa, en especial cuando se usa para modificar la percepción que se tiene de una ideología o una situación. En esto se fundamenta la cultura del la teoría conspirativa: Desde el mito de los masones como ideólogos de miles de males como la democracia, El antisemitismo (en especial ese, donde los judíos son el chivo expiatorio–héroe al que inmolaremos para salvar el bien común), los ovni’s, la criptozoología, los fantasmas, la libertad del Tíbet y un etcétera inmenso.

Al parecer, a los seres humanos nos encantan estas historias que luego hacemos pasar por verdades. Hay muchas teorías sobre cómo funciona a nivel psíquico la construcción de estas patrañas en el imaginario colectivo. De entre toda ellas, me gusta pensar que la más sencilla es la más clara: en cuanto tenemos una información, no la desarrollamos lógicamente, sino que llegamos a conclusiones que vemos como irrefutables. Más cuando tienen un sesgo de confirmación dentro del entorno social (siempre hay una bola de tipos asintiendo con severidad lo que dice alguien más, y eso le da seguridad al que lo dijo, por muchas dudas que tenga sobre eso) y nos olvidamos de todos los guiños y señales que nos dan los hechos para desconfiar de lo afirmado. Por estúpida que sea la historia conspirativa, nos da una sensación de tranquilidad y un frente común con nuestros pares. Tenemos el relato que nos acerca a los que consideramos iguales a nosotros. Sin embargo, cuando el mito cae (esos palitos donde pusimos los pies de barro y terminamos echando concreto y oro al final) la sensación que queda es terrible. Según algunos investigadores, nos lleva al cinismo o a un nihilismo perplejo. Y, peor aún, a construir con facilidad nuevas teorías conspirativas. Algunos de esos investigadores son Kenneth S. Stern o Robert Putnam. Vale la pena checar algunos de sus trabajos para poner en duda muchas de las cosas que pensamos.

Como ejemplo podemos ver lo que dijo el Obispo de Roma sobre la existencia de un lobby gay: la notica corrió como pólvora; se aseguraba la presencia de un espacio donde ciertos obispos hacían orgías con jóvenes. Me imagine el Paradise Garage de los setentas en Nueva York, con sus pinturas de troyanos en poses comprometedoras y música disco de fondo. Sin embargo, la frase tiene más sentidos que eso: 1) que hay un grupo dentro de la iglesia que desea una apertura a la homosexualidad o, 2) un spa, que al señor le pareció muy afectado para el trabajo religioso. Sólo algunos pensaron en estas dos opciones, y casi todos manifestaron menosprecio; apoyaban a la iglesia y sus vicios. Después sobrevino un alud de información donde era muy difícil discernir entre lo real y la ficción.

Esta tecnología narrativa ha sido usada desde tiempos inmemoriales por los gobiernos. Suelen ser conocidas como cortinas de humo. En las dos guerras mundiales se usó a través de la propaganda, al punto que hay un estilo conocido como agitprop, que fue cercado por las ideologías de izquierda. Pero tanto los nazis y los aliados usaban los medios de comunicación para ir creando historias donde ellos eran los héroes de la guerra. En México la tecnología como tal tardó bastante. Si bien se hicieron intentos más o menos consistentes, no funcionó sino hasta los años cincuentas, principalmente como remedio a las posturas políticas con las que se iba "contaminando" la vida del país, pero pasarían muchos años para que funcionaran las cortinas de humo. Lo que más interesaba antes de los cincuentas era construir la imagen de México, no un relato que obnubilara o diera la sensación de conspiración. Sólo se crearon antagonistas para la historia: Iturbide, López de Santa Anna, Díaz y sus necesarios personajes secundarios. Pero la historia negra se construirá hasta mucho tiempo después. Podríamos poner como primeras cortinas de humo, ya serias, las narrativas utilizadas para justificar la matanza del sesenta y ocho, lo mismo que las del setenta y uno. Eran bastante básicas, pero ya trataban de dar el efecto de veracidad al relato contado. Miguel de la Madrid las usó de manera más o menos sintética y para delimitar su poder frente a su propio grupo político: La detención de Arturo Durazo Moreno fue la primera cortina de humo con tintes conspirativos. Si bien el personaje era un delincuente protegido por los anteriores gobiernos, desde 1982 hasta la detención de José Díaz Serrano, mediáticamente fue atacado el doctor honoris causa Durazo Moreno. Es tal su leyenda, que poco podemos limitar entre la fantasía y las atrocidades cometidas. Con estas dos detenciones el compromiso de Renovación Moral propuesto por Miguel de la Madrid había quedado saldado. Hasta que la conspiración de Estado supera la necesidad funcional, práctica y efectiva. Se ajustaba a una temporalidad, a un efecto, y podía contener la capacidad de reacción ante el relato.

Será el siguiente sexenio el que pondrá una pericia nunca vista en la construcción de historias para despejar dudas sobre sí mismo. Los ejemplos son amplios: la caída del sistema, CONASUPO, CREA, etcétera. Sin embargo, será recordado por uno de los mitos más extraordinarios, traído de Puerto Rico y puesto a funcionar en la maquinaria mediática del país, mientras la bolsa de valores caía en picada y el banco nacional daba muestras de paros cardíacos consecutivos: El Chupacabras. Tenía más hilos sueltos que nada; pero el gobierno lo expandió de tal manera que se creó una sensación de terror en la población.

El uso de estas técnicas narrativas para manejo de información se transformó en práctica necesaria en la política nacional. Tanto la oposición como el gobierno construyeron un sistema de narrativas con la cual se presenta la información y la manera de medir riesgos publicitarios con ellos. Pero el uso de la fantasía ha marcado a varias de esas historias: cómo olvidar a Francisca Zetina (Alias La Paca), que a través de poderes mentales trataba de localizar un cadáver. Claro que lo encontraron, sólo que no era el de la persona indicada. Eso le costó diez y seis años por falsificación de información, y el caso de Francisco Ruiz Massieu sigue abierto. Otra de las grandes historias fue el Compló contra Andrés López Obrador, que terminó con su carrera política después de que tomó la avenida más importante de la Ciudad de México y la gente comenzó a rechazarlo.

El grave problema ha sido cómo este manejo de información falseada se ha transformado en tecnología que usa casi para todo. Desde los informes municipales hasta las quejas de la oposición. Los expresidentes (en especial el que vive en el estado) siguen manteniendo o construyendo relatos falaces para congraciarse públicamente con lo que consideran su pueblo. La construcción de adoctrinamiento religioso alternativo le ha servido al residente de San Cristóbal: invitar al último rey– monje–conecte con lo superior, para avivar a un grupo de personas para sus necesidades políticas.

Regresando a los gobiernos menores: el manejo de numeralias, apoyos o falta de ellos, les da una fachada frente al gobernador contrario a su partido. Cada uno presenta elementos cuasi extraordinarios de su parte, pero la realidad les desmantela sus relatos. La población les reclama el taco no dado por asistencia, los números presentados por ellos mismos no cuadran, sus promesas son palabras que no tienen de dónde detenerse y la conspiración contra ellos está por todo lo alto de su discurso: he llegado a pensar que ahora hay que presentar paranoia en el examen médico para ser político de oficio.

Esto nos lleva a observar a los encargados de tal trabajo, y el papel que desempañan en la construcción de narrativas dentro del discurso político. Uno de los casos más visibles de la falta de concordancia es el del pasado gobernador de Guanajuato: Juan Manuel Oliva Ramírez. Quienes elaboraban sus discursos solían incluir citas de Marx, Engels o Feuerbach. Nunca decían que era una cita, pero cualquiera que pusiera atención veía cómo aquello formaba una bola de nieve que caía sobre quien decía el discurso: sus acciones se oponían a sus palabras. Retorcía el lenguaje, hablaba correctamente pero se veía una gran mentira porque no tenía concordancia. El caso más claro es su discurso inaugural del Parque Bicentenario: el discurso asumía que era un lugar de fácil acceso a toda la población del estado, cuando lo más cercano es la empresa General Motors; que estaba cuidado hasta el último detalle, cuando las presentaciones de flash y powerpoint tenían faltas ortográficas hasta el cansancio; que representaban a toda la población del estado, pero el montaje daba la sensación de un estado de primer mundo, la pobreza se escondió y todo era derroche; se citaba a la escuela de Frankfurt, en cuestiones culturales, pero todo era cultura de consumo fácil y efectista.

Ahora, cuando se le quiere pedir respuestas sobre actos que parecen corruptos o de nepotismo, este exgobernador alega que hay una persecución política. Sus discursos le ayudan para construir la teoría conspirativa en su contra. El problema es que su entramado es simple y con pocos puntos de apoyo que ni siquiera se alcanza a levantar. El grupo (espero que sea un grupo) técnico para la construcción de discursos sólo consiguió armar un personaje de payaso que recibe pastelazos. Uno entiende que para ser político no hay que ser muy culto, pero por lo menos deberían contratar a los más aptos para protegerse de sí mismos. Cuando hizo su cambio de imagen fue de humor involuntario, pues los estafadores esos creían que con cambiar el empaque cambiaría el contexto semántico del personaje: pocas muestras uno encuentra donde el dicho de lugar común es ilustrativo: la mona, aunque se vista seda, mona se queda. Sólo dio más armas a sus contrincantes políticos, y levantarse de allí será muy difícil: él se transformó en el payaso de feria.

La información, así, se transforma en un recurso paródico. Se construye a partir de citas de otros para dar la apariencia de veracidad. Estas citas son de lecturas obligadas para los estudiosos del tema y generan la trampa. Exponen a quien las escucha o lee, a aceptar su veracidad para evitar su ignorancia o la liviandad con que operan. Son operaciones mentales establecidas en las reglas del juego. Más cercanas al póquer que al exponer con claridad los hechos, es decir, que sobre un mismo hecho podemos construir un sinnúmero de posibilidades para explicarlo antes que exponerlo.

Podemos usar varias técnicas para saber que tan ajustados están los discursos a la realidad que tratan de describir o ajustar. La más sencilla es la falsalibidad: cuando un discurso no admite la posibilidad de ser falsable, estamos frente a una teoría conspirativa o un elemento metafísico. Lógicamente parecen discursos correctos, pero están fundamentados en una aserción existencial (la existencia de una acción u objeto, que es quien regula el estado de cosas); ejemplo de ello son las pseudociencias que anteponen la energía o los seres extraterrenales para dar una secuencia lógica a sus dictámenes.

La otra es observar los “puntos ciegos” del discurso, es decir, los vacíos que tienen para ser corroborados: estos puntos ciegos se basan en los supuestos que el propio cerebro cubre para que la secuencia lógica tenga continuidad: cuando leemos un comic o novela gráfica, en verdad vemos cuadros visuales; nuestro cerebro termina por armar las secuencias para que tenga un orden claro. El autor de comic sólo nos da datos que nos parecen naturales de la secuencia de eventos. Las parodias, como en la que yo caí, funcionan a partir de esta tecnología narrativa.

La Navaja de Ockham es otra técnica para desarmar relatos conspirativos. Consiste en poner en igualdad de circunstancias las diferentes versiones. Se analiza cuál es la más sencilla, por tanto la más factible. Pero tiene en contra que se puede caer en la negación per se del hecho. Por ejemplo, se puede llegar a negar el feminicidio, pues una muerte es una muerte, más allá de que sea hombre o mujer quien caiga. Frase balanceada, pero que niega el hecho de la acción de poder de uno sobre otra. Lo mismo ocurre con la afirmación de que una pistola no es para matar, sino para alcanzar algo que está lejos. Usted piense cuál es la verdad de la afirmación.