Jaime Panqueva
04:03
15/02/20

Abuelos

“Pienso por estos días en mis abuelos. Los que pude conocer...”


Pienso por estos días en mis abuelos. Los que pude conocer, porque cuando nací, mi abuelo paterno llevaba varias décadas difunto, mientras la materna falleció unos meses antes de que yo llegara al mundo. Tuve poco contacto con ellos o mejor, recuerdo muy poco de ellos en mi infancia: mi abuelo fue siempre independiente y tuvo un café de barrio que luego, cuando tuvo que dejar Bogotá por un clima y altura más conveniente, cambió por una miscelánea. Años después fallecería a causa de un enfisema pulmonar incubado desde su fumadora adolescencia. Mi abuela no hacía nada, o por lo menos eso pensaba yo, que la recuerdo confinada a una silla por la artrosis, desde donde charlaba y hasta recitaba poemas a sus visitantes. Ambos me recibían con cariño, aunque me parecía que mi abuelo no era muy dado a las expresiones de afecto y era difícil sacarle opiniones o comentarios personales. Recuerdo que cuando yo tenía unos doce años y su enfisema empezaba a aquejarlo, tuve que acompañarlo por varios días en un lejano centro vacacional donde éramos casi los únicos huéspedes.Convivíamos diariamente y por más que trataba de agobiarlo con preguntas, sus respuestas eran muy cortantes y no daban pie para algo que pudiera considerarse una charla. Además, creo mi vida le importaba muy poco, porque no recuerdo alguna pregunta sobre mis actividades o tareas escolares, que debí cargar a ese extraño remanso entre las montañas de Santander. 

Mi abuela, por el contrario, era más dada a la chorcha y me regalaba dulces y papas fritas que almacenaba durante meses debajo de su cama, aunque en más de una ocasión, al recibirlos estaban revenidos o blanditos. A ambos los recuerdo ya ancianos, que me parece un término mucho más respetuoso que viejo, o “de la tercera edad”. Ninguno de ellos tuvo que cuidarnos o hacerse cargo de mí, ni de mis hermanas, aunque mis dos padres trabajaban para mantener nuestro hogar. En medio del conflicto permanente de Colombia ninguno de ellos defendía la violencia, ni poseía armas, y eso que mi abuelo había sido “policía de ideas liberales”, y nunca me quiso contar si le había tocado el Bogotazo, sus prolegómenos o la represión posterior. 

Evoco esta figura del abuelo distante en oposición a aquellos que por azares del destino se dedican a la crianza de sus nietos, en muchas ocasiones por la figura ausente de los padres. Quizás también para recordar al abuelo de cincuenta y ocho años,cuyo nieto hace unas semanas protagonizó la balacera en el Colegio Cervantes de Torreón, que cobró la vida de una maestra, y que hoy se encuentra preso. Calculo que el primero de aquellos, José Ángeles, se convirtió en abuelo a mi edad y trato, sin éxito, de imaginar la manera en que educó al posterior asesino y homicida. El asunto, como suele suceder, ya ha sido sepultado por los medios, pero en algunas notas recientes de prensa leo que ni su esposa, la abuela, ni su hijo, han sido localizados por las autoridades. En esa populosa soledad de las cárceles mexicanas, el abuelo tendrá mucho que pensar.

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