Jaime Panqueva
22:24
02/06/17

El borrador

“…no estaría de más preguntarnos cuál de nuestros actuales líderes políticos querría ver sus declaraciones dentro de unos diez, veinte o treinta años, sin sentir al menos un leve rubor en sus mejillas o temer la amenaza del ostracismo…”

El borrador

Hace unos buenos años escribí un cuento corto titulado El borrador; imaginé un México futuro gobernado por un solo partido, “como el Blade Runner de Ridley Scott, pero sin carros voladores y con vendedores de tamales en las esquinas.” La historia la protagoniza un político que desea acceder a la cúpula del máximo órgano de gobierno pero tiene un grave problema que lo imposibilitaría: en su juventud empleó de una forma irresponsable sus redes sociales (sí, Twitter y Facebook). Él tiene la certeza de que las cosas que dijo y registró en aquel momento (no digo cuáles para no dañarles la eventual lectura) originarían un escándalo si salieran a la luz. En los bajos fondos, busca un hacker llamado El borrador para que elimine esa información de los todopoderosos ordenadores del gobierno. La historia gravita más hacia la recompensa que pide el hacker por sus servicios que sobre la destrucción de los archivos, pero a la luz de la vulgar verborrea que nos toca sufrir en estos días del más rastrero combate electoral, no estaría de más preguntarnos cuál de nuestros actuales líderes políticos querría ver sus declaraciones dentro de unos diez, veinte o treinta años, sin sentir al menos un leve rubor en sus mejillas o temer la amenaza del ostracismo.

Es posible, claro, que si partimos de la base de que el pasado fue siempre mejor, todo tiempo futuro será peor y, por ende, las declaraciones de los días que vienen serán capaces de ruborizar a un reguetonero actual, por decir lo menos. No sé, tiende uno a pensar que la política era un oficio, si no decente, por lo menos ejecutado con cierto grado de decoro y retórica congruentes con personajes sabedores de hablar en nombre de las mayorías.

El futuro, que ya percibimos, conlleva la noción de que no sólo las paredes oyen, como decían los antepasados, sino que todo lo hablado, ya sea en lugares íntimos o por medios que consideramos privados, se graba y almacena para salir a la luz en el momento adecuado. Esta espantosa intromisión en la esfera privada ya no se cuestiona. Ningún medio pregunta por la legitimidad de la escucha que se trasmitirá para desencadenar el escándalo nuestro de cada día, ni se tienta el corazón a la hora de publicarlo. De los videorastas, como los llamaba Monsiváis, es el pan cotidiano. En vía hacia las elecciones del 2018, cuyo proceso se abrirá tan pronto queden en firme los comicios de este fin de semana, y sin importar quién se alce con la joya de la corona, nos preparamos para más videos y escuchas ilegales, cuya procedencia a nadie dejará incómodo.

Se me ocurre otro cuento, también en el México futuro. Dado lo precario y vulgar del lenguaje que se emplea, la vacuidad de los discursos y el desgaste de los términos insultantes, las disputas políticas futuras se resolverán como en las ordalías de la baja edad media, sólo que en cadena nacional, con sonido envolvente y proyección 3D. Luchas de máscara contra cabellera que disparan los ratings y permiten que el país funcione alrededor de una burocracia que controla cualquier intento de usurpación a los grandes poderes económicos. De esta manera, sin importar quién gana, todo sigue igual, y el show funciona de forma ininterrumpida. Digamos que esta situación se ha sostenido a lo largo de varios siglos, hasta que...

Bueno, aquí lo dejo por el momento, para que cada quién elija el rumbo de la historia. Era algo que también solían hacer nuestros antepasados.

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