Jaime Panqueva
04:58
16/09/17

Hubiera comenzado por ahí

Hubiera comenzado por ahí

Hubiera comenzado por ahí, joven, me dice la amable funcionaria de atención del SAT. Llevaba casi dos horas en la oficina de atención sin poder realizar el trámite que más me importaba, firmar digitalmente un informe de transparencia de una Asociación Civil. Es que no dijo que eran donatarios, y pues como no dijo, no sabía que tenía que pasarlo a una computadora especial, aclaró. Minutos antes de sentarme en uno de los ordenadores de la sala de cómputo e intentar infructuosamente “firmar” con unos archivos encriptados que traía en una USB, le expliqué que ya había llenado el formato en mi oficina-despacho-casa-estudio y que lo único que me impedía dejar en firme el trámite, consistía en la famosa firma electrónica, horror de los tiempos modernos y, al parecer, juguete perverso del fisco mexicano.

Es que ustedes son especiales... me confortó para luego pedirme que la siguiera. Confieso que ahí empecé a temer que me llevara a una especie de catacumba o a un cuarto acolchado, como los de los psiquiátricos. Dos horas antes, había llegado con Paco MacSwiney y una cita previa impresa en la mano (como lo ordenan sus requisitos) para actualizar nuestro RFC. Ahí comenzó el amable calvario: primero nos dijeron que así no era y que, aunque ya teníamos una cita, debíamos agendar dos nuevas para completar como debía ser el trámite. Éstas, por fortuna, las agendó la primera funcionaria que nos atendió. En general, no puedo quejarme de la atención, es cordial a pesar de la barrera idiomática que separa a quienes hablamos el español en versión latinoamericana y el dialecto SAT del espanglish que incluye palabras aberrantes como “aperturar”, “accesar”, u “homoclave”, y donde FIEL no significa lo mismo que dicen los diccionarios. Salvo en algunos momentos, cuando el ADN burócrata de algunos funcionarios les hace exigir requisitos innecesarios o inexistentes, como traer impresa una CURP cuando ellos pueden consultarla en línea directamente de la fuente, los trámites, algunos de carácter casi carcelario, como registrar el iris de los ojos, transcurren de manera anodina entre los tonos de llamada de los turnos y videos para convencernos del sentido patriótico de pagar impuestos.

Mientras seguía a la funcionaria, le conté que para llegar a este extremo de presentarme en sus oficinas había pasado por la consulta en línea, primero por el chat y luego por teléfono, entre ambas había empleado una hora y media, e instalado software adicional en mi equipo de cómputo que al final no había servido para nada. Por teléfono me habían dicho que el sistema sufría de intermitencias y que debía seguir intentando en diferentes momentos del día para ver si “de pronto” ya podía firmar. Como había transcurrido más de una semana sin resultados y los datos que ya había ingresado no tardarían en caducar, pensé que lo mejor era ir a usar directamente sus equipos. Sí, así pasa, pero es que ustedes tienen un sistema especial, desde su casa nunca iba a poder firmar. Llegamos a una de las computadoras de atención de citas donde se sentaba una joven en uniforme escolar que, de seguro, hacía algún tipo de servicio social. Siempre afable, le pidió que me permitiera usarla y me dijo que en ese equipo podría firmar. ¿Trae su USB, no? Por supuesto, no se llega a ningún lado sin una, le respondí, y me senté a terminar mi asunto, que finalmente finiquité al primer intento, aunque tuve que pedir de varias formas el comprobante de recepción porque el equipo no pudo abrir la pantalla de impresión (y eso que era la compu especial...). Le pregunté por qué tantas medidas de seguridad si sólo era un informe de transparencia. Su respuesta fue tan gentil como digna de exégesis: Es que no cualquiera debe firmar un documento como ése.

A pesar de salir aliviado por haber cumplido con el requisito, cada vez que me topo con las medidas excesivas e inflexibles del SAT me siento en la caricatura de Olafo, donde los cobradores de impuestos visten máscaras y cargan un hacha al hombro. Cada vez más, ya sea por la intrincada jeringonza y las disposiciones legales, o por la absurda carga “tecnológica” disfrazada de modernidad y eficiencia, es más complicado cumplir a cabalidad con un fisco, que siempre presume que los contribuyentes somos hackers o evasores consumados. Ni modo, quienes no podemos pagar o capacitarnos en la arquitectura fiscal y explotar al máximo los paraísos fiscales, tenemos que avenirnos al gentil cautiverio que han dispuesto para nosotros. Hubiera comenzado por ahí, joven.

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