jueves. 18.04.2024
El Tiempo
Jaime Panqueva
12:05
27/04/19

Nos acompañan los muertos

“Pienso, en jueves, si hubo algo que pude hacer mejor o quizá más rápido para que escribir hoy sobre ella fuera menos doloroso…”

Nos acompañan los muertos

para Coco in memoriam

 

No me referiré al libro homónimo de Rafael Pérez Gay, muy recomendable por cierto, sino a la extraña sensación me recorre. Hoy jueves, día en que pienso estas líneas, acostumbraba a reunirme un rato en la mañana con María del Socorro Ramírez, Coco, para trabajar en un texto que trajo hace unos años  al taller de escritura que imparto en el IMCAR. Por culpa de nuestra afición a las historias, este texto inicial fue creciendo hasta engordar en novela.

Coco no era la más joven de mis alumnos, pero sí una de las más persistentes y disciplinadas. Además de contar con una fe ciega en el poder de las letras y los relatos como herramienta de mejora de su entorno. Ella creía, y había puesto en práctica durante el magisterio, esa función pedagógica y transformadora de la literatura. Fue durante muchas décadas maestra y directora en escuelas primarias en León, y tuvo el gusto de bautizar una de ellas con el nombre de su escritor favorito: Jorge Ibargüengoitia.

Los jueves en la mañana repasábamos sus avances, anotábamos las posibilidades de sus personajes y anécdotas de su natal Yuriria, que salían como parte de la plática, e iban a parar en ocasiones dentro de la trama. Madre cuasi soltera de tres hijos, pasó las duras y la maduras hasta sacarlos adelante como profesionistas y gente de bien. Sin yo siquiera sospecharlo, la energía y jovialidad que Coco mostraba a sus setenta y tantos en esas sesiones o en las discusiones durante el taller en la biblioteca Benito Juárez, ocultaban un temible síndrome hepático bajo tratamiento. Cuando le preguntaba por su salud, casi indefectiblemente me respondía con un “ahí vamos, maestro, lo bien que se puede estar.” Jamás le escuché una frase de queja o desaliento.

Nos encontrábamos en la fase final de corrección de ese homenaje que hace a las mujeres y también a Yuriria, su patria chica, cuando su otrora marido, de quien entreveía mi imaginación algunas  facciones en los personajes de su trabajo, enfermó de gravedad. A pesar de estar distanciados durante décadas, Coco fue a atenderlo y mudó Irapuato por León durante algunas semanas, hasta que sobrevino el fallecimiento de éste tras una larga y dolorosa agonía. Por su mudanza, el trabajo quedó en suspenso y nos manteníamos al tanto por mensajes de texto o llamadas ocasionales.

Yo confiaba en que podríamos retomar el trabajo tras la semana santa, pero un mensaje el pasado lunes de Pascua por parte de una de sus hijas me reveló que estaba hospitalizada en el hospital 2 de Reforma. Me disponía a visitarla el pasado miércoles, cuando en el momento menos pensado, otro mensaje me informó que había fallecido en la mañana, en su casa, en compañía de sus seres queridos.

Y aquí estoy, en jueves, con la certeza de que Coco no aparecerá, que de ella ahora sólo quedan su descendencia, sus cuentos, uno de ellos publicado en La trinca del cuento, y las palabras de un texto que tituló Diálogos con Fortunata, y que no podré convencerla de que lo rebautice con otro nombre más atractivo. Pienso, en jueves, si hubo algo que pude hacer mejor o quizá más rápido para que escribir hoy sobre ella fuera menos doloroso. Cierro estas líneas con gratitud por su ejemplo de entereza y dedicación, por su amistad cariñosa, llena de respeto. Quiero pensar que ahora está en un lugar mejor de donde nadie ha vuelto, y me reconforta un poco recordar unas palabras de León Daudet con las que despido este sencillo homenaje: Los buenos escritores, como los buenos soldados, saben morir, mientras que los políticos y los médicos tienen miedo a la muerte.

 

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