Jaime Panqueva
06:59
26/10/19

¿Podemos creerle a la prensa?

 "¿Por qué [..] las primeras autoridades de municipios de México escogen una forma tan primitiva de protesta y no vías institucionales y de razón?"

¿Podemos creerle a la prensa?

Algo pasa, y aunque no es nuevo, no deja de causarme indignación. El martes pasado un grupo de alcaldes madrugadores y rijosos buscaron colarse a la mala en la mañanera de López Obrador en Palacio Nacional. Enfrentaron a la guardia de una de las puertas y al querer imponer el derecho de la montonera para hacer su mitote, recibieron una descarga mínima de gas lacrimógeno que echó a perder sus acostumbradas fragancias europeas en la solapa. Algunos dijeron que eran 80, otros que 100, y la cifra varía según el medio hasta llegar a un heroico 300 liderado por un Leónidas guanajuatense, senador de la República.

No comprendo qué alcalde en sus cabales puede prestarse para un sainete tan estúpido; cuando leo sus nombres no me sorprende encontrar entre ellos a la alcaldesa de Celaya, Elvira Paniagua, la misma que se negaba a dar la cara cuando la buscaron miles de sus conciudadanos al exigir justicia para Gabo, cuyo asesino aún anda suelto. ¿Por qué cuando tienen a disposición medios legales y acceso a medios de comunicación las primeras autoridades de decenas de municipios de México escogen una forma tan primitiva de protesta y no vías institucionales y de razón? ¿Es digno de un alcalde de cualquier país del mundo invitar a la autoridad a través de la rendija de la puerta de Palacio Nacional para salir a matarlos a balazos, como lo hizo Salomón Carmona? ¿Qué pueden exigir los alcaldes a sus gobernados tras este ejemplo patético? ¿Es legítima la indignación de los medios nacionales cuando se quejan de la medida tomada por los encargados de seguridad?

Tras la amenaza del alcalde de Huixquilucan, Enrique Vargas, de regresar con 15.000 acarreados vino la disculpa de Segob y el ofrecimiento de inclusión en las vías institucionales... Ya no sabemos qué esperar, ni del gobierno, ni de la oposición y sus valedores periodísticos.

Mientras tanto, Chile ha acaparado la mirada del mundo desde los disturbios vividos hace una semana y que detonaron por un algoritmo. El precio del boleto del metro se calcula a través de una fórmula similar a la que calcula el precio de la gasolina en México. Cuando los habitantes de Santiago, una de las ciudades más ordenadas y cívicas de América Latina, se cansaron de pagar el equivalente a 25 pesos mexicanos por viaje, decidieron saltar los controles y viajar gratis. De allí se pasó al vandalismo contra la infraestructura del metro que fue reprimida de manera feroz por la autoridad, y esto, a su vez, hizo que saltaran otras inconformidades contra un sistema político y económico que se presumía del primer mundo, pero que ha creado a lo largo de décadas un país muy inequitativo.

El toque de queda fue la cereza en el pastel para retar a una sociedad que recordó la temible dictadura de Pinochet cuyas heridas aún no se han cerrado, en parte porque no hubo castigo para muchos y por otra porque el país nunca cambió de dueños. La generación que no había enfrentado las tanquetas antidisturbios de Pinochet asumió el reto de la autoridad con manifestaciones pacíficas multitudinarias, mientras los principales medios, para colaborar con el gobierno o para vender más noticias, mantuvieron el énfasis noticioso en la violencia y el saqueo, cuyas imágenes fueron exportadas a todo el mundo cuando los enfrentamientos ya eran esporádicos y las asonadas casi inexistentes.

La indignación de la gente ante las medidas oficiales, ofrecer disculpas, realizar ajustes económicos de emergencia, pero mantener el toque de queda, desembocó este viernes con la mayor marcha pacífica de la historia reciente chilena que congregó a casi un 10% de la población total del país. El fenómeno es desconcertante y muy difícil de asir por parte de los analistas, más aún por los grandes medios que no salen del discurso oficial. Las protestas carecen de una cabeza visible, y apuntan a múltiples causas de descontento: las pensiones, la desigualdad, el costo de la vida, los recortes a la salud y educación pública, la corrupción, el deterioro ambiental, entre otros. La gran interrogante consiste en ¿cómo pueden articularse reformas a un sistema económico si las protestas han brincado todos los cauces institucionales? Chile ha sido el laboratorio neoliberal de América Latina, un modelo implantado y luego exportado como la panacea para todo el subcontinente; esta crisis debe hacernos reflexionar en México, mucho más si pensamos en las autoridades que tenemos y cuyos exabruptos mencioné al principio.

Por fortuna, y a pesar del toque de queda, el gobierno chileno se ha comportado de una manera más civilizada que muchos otros regímenes del continente, así que no debería sorprendernos convocaran a nuevas elecciones en un futuro muy cercano. ¿Logrará Chile un cambio por la razón o por la fuerza? Hay que estar atentos.

PD. Cierro este espacio con un aplauso y una queja. El Festival Cervantino finaliza este domingo. Para los guanajuatenses ha sido el más triste de los últimos años por la bajísima afluencia de turistas. A pesar del cacareo oficial alrededor de la tradición cervantina, este viernes la capital lucía como un fin de semana cualquiera. Por otra parte, para Irapuato ha sido la mejor edición que vista en la ciudad gracias a una programación variada y de gran calidad. El público ha sabido responder aún en las funciones de pago. Mi aplauso para Atala Solorio en la dirección del IMCAR y a todo su equipo.