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Jaime Panqueva
15:45
15/07/16

Terror en blanco y negro

"Si se considera que dentro del orden del mundo ser pobre es sinónimo de ser marginado, y muchas veces se es pobre por pertenecer a una raza o credo diferente al dominante, los brutales hechos recientes en Dallas y Niza no parecen tan disímiles"

Terror en blanco y negro

Recuerdo que hace muchos años, cuando visité Nairobi, la capital de Kenia, estaba sentado con mi anfitrión, James Kiago, en un bar de no muy buena calaña, acompañados tan sólo de un par de cervezas Tusker. Esbeltas muchachas de ébano con llamativos contoneos cruzaban de vez en cuando el salón. Poco antes de llegar a un extremo del recinto, cuando sabían que habían atrapado todas las miradas, se volteaban para guiñarte un ojo y luego perderse tras una cortinilla que llevaba a otras dependencias de diversos usos. Tienes que negociar, Jaime, me dijo mi tocayo en inglés, porque a ti, por ser blanco, te cobrarán el doble de lo que a mí por ser negro. Aunque todavía era joven y bello, no quise siquiera preguntar la tarifa porque ya por entonces el SIDA era epidemia; tanto que en los baños de cualquier bar los preservativos se regalaban en dispensadores similares a los del gel para las manos. Y muy pocas querían usarlos. Ellas dicen que es como comerse un dulce sin quitarle el empaque, comentaba divertido el buen James. Nunca me había considerado blanco, pero en Kenia lo fui. Varias veces oí el término mzungu, usado para nombrar a quienes no eran negros. Ahí refrendé aquello de que la discriminación no es sólo un asunto de blancos contra negros. Pero no sólo lo viví en Kenia; en Europa saboreé varias veces la xenofobia y el racismo, en su expresión más común, claro, de la piel más clara hacia la oscura. Así como en México la sigo constatando contra los más prietitos o de ascendencia indígena.

Peter Ustinov no sólo fue un gran actor de cine y teatro, famoso por haber encarnado al infalible investigador de Agatha Christie, Hercule Poirot, en las versiones realizadas para la gran pantalla. También se desempeñó como dramaturgo, novelista, director de ópera (llegó a dirigir tres para el Covent Garden de Londres en los años sesenta), y además de los premios de actuación (Oscar y Bafta, incluidos), recibió una buena cantidad de honores de Estado y doctorados honoris causa en áreas como música, leyes y letras. Humanista de extraordinario sentido del humor, viene a colación por una frase que se repite desde hace años en referencia a los atentados terroristas de las Torres Gemelas de Nueva York: “El terrorismo es la guerra de los pobres y la guerra es el terrorismo de los ricos”.

Si se considera que dentro del orden del mundo ser pobre es sinónimo de ser marginado, y muchas veces se es pobre por pertenecer a una raza o credo diferente al dominante, los brutales hechos recientes en Dallas y Niza no parecen tan disímiles. Los separa el enfoque corporativo de uno, sólo policías blancos como víctimas, y la saña indiscriminada de un conductor fanático. Pero ambos victimarios pertenecen a comunidades que se ven a sí mismas en un atolladero cuya única salida se vislumbra a través de la violencia contra sus opresores.

El Estado Islámico no se encuentra muy lejos de una derrota militar en tierras de Siria e Irak; ha perdido buena parte de las áreas conquistadas originalmente, y hasta las facciones combatientes en Siria parecen coordinarse para exterminarlo y luego disputarse entre ellas sus territorios. El Daesh no está abierto a ningún tipo de negociación, ni han sido reconocidos por ningún país. La brutalidad de sus acciones terroristas en los últimos meses refleja su situación desesperada en el campo de batalla. Y es muy posible que ésta aumente cuanto mayor sea el progreso de las fuerzas apoyadas por Estados Unidos, Francia y Rusia.

Las comunidades negras en los Estados Unidos están crispadas por los abusos policiales que no cesan y han sido documentados por todos medios disponibles. El odio es reforzado por discursos demagógicos que insisten absurdamente en la restauración de la grandeza de una Norteamérica blanca. La confrontación racial, sin reconocimiento oficial, que incluye también a latinos y asiáticos, es fácil de distinguir al ingresar a suelo estadounidense y llenar el formulario de inmigración: en ningún otro país que he visitado, he debido llenar una casilla donde se pregunte por la raza, cuyo término maquillaron hace unos años, en un alarde de lenguaje políticamente correcto, pasándolo de “race” a “ethnicity”. En ese ambiente, ¿será posible hacer una revisión de las fuerzas de seguridad para purgarlas de elementos con mirada monocromática y gatillo fácil? ¿Más cuando los blancos se sienten amenazados en sus prístinas creencias y destino manifiesto?

La historia ha enseñado en muchas ocasiones que es un grave error menospreciar las reivindicaciones de las minorías, por más fanáticas que sean. No estaría mal copiar la sabiduría de Ustinov, que al presentarse decía: tengo sangre rusa, alemana, española, italiana, francesa y etíope en mis venas.

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