Jaime Panqueva
08:47
21/09/19

Tráeme una escoba

"Tráeme una escoba, le dijo. ¿Una escoba?, le preguntamos. Sí, allá las escobas están carísimas, y dijo un precio que no supimos traducir a pesos mexicanos..."

Tráeme una escoba

El desastre económico y social en Venezuela parece no tener final. La ACNUR estima en más de 4.3 millones los migrantes, refugiados y solicitantes de asilo venezolanos reportados por los gobiernos anfitriones, aquellos que no son reportados en las estadísticas harían que este número pueda ser mucho mayor. La tasa de homicidios en 2018 rondó los 81 asesinados por cada 100.000 habitantes, la tasa de México, ya alta de por sí, fue de 25.8.

Las cifras de inflación en Venezuela se estiman en miles y miles por ciento anuales que varían según quién elabore la estadística. De acuerdo con estimaciones de la Asamblea Nacional, dirigida por Juan Guaidó, la interanual rondaba el 135.380%, y de enero a agosto de este año fue de 2.675%. Son números son muy difíciles de comprender, cómo lo precios pueden dispararse de una forma tan exagerada, o quizás mejor, cómo el dinero puede perder su valor a esta velocidad. Quienes vivieron en México durante el sexenio de Miguel de la Madrid vieron dispararse los precios en un año, 1982, hasta en un 100%, pero esta cifra no se compara con lo que se escucha en Venezuela, que por esos mismos años se mostraba como una economía sólida gracias a sus ingentes recursos petroleros.

Hace un par de meses visité Colombia, que sigue recibiendo buena parte de la migración venezolana, y tuve la posibilidad de conocer a Yuris, una mujer de Maracay que había salido con su esposo e hijo de su país para conseguir trabajo. No quiero alargar la historia detallando las necesidades que pasó esta familia en un país ajeno, resumo diciendo que al final tuvieron que regresar al chico adolescente a su ciudad de origen donde lo cuidaría su abuela. Tras buscar empleo en Colombia, su esposo tuvo mejor suerte en el Perú, mientras ella consiguió colocarse como cuidadora por días de personas con discapacidad. Yuris visitaba tres o cuatro veces por semana la casa de mi familia para ayudar a mi mamá con mi padre enfermo. Durante nuestra estadía, recibió malas noticias de casa y decidió regresar cuanto antes a cuidar a su hijo y a su madre, que había enfermado, como también para atender la casa que habían abandonado, y que permanecía sin ocupantes desde su partida. Antes de despedirse, contaba la zozobra que causa la hiperinflación, la impotencia de ver cómo subían los precios sin control. Habló por teléfono con su madre para preguntarle qué quería que le llevara desde Bogotá. Su respuesta nos dejó atónitos: Tráeme una escoba, le dijo. ¿Una escoba?, le preguntamos. Sí, allá las escobas están carísimas, y dijo un precio que no supimos traducir a pesos mexicanos. ¿Cómo quieres que me la lleve desde aquí? Le preguntó a su madre. Fácil, respondió ella, sólo le quitas el palo, que acá se lo ponemos, y te la traes en tu mochila.

Pienso que estas experiencias a veces son más ilustrativas que la estadística.

 

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