sábado. 20.04.2024
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Asentir a los síntomas

Asentir a los síntomas

Muchas de las ocasiones, en la consulta encontramos a personas que tienen la seguridad de que algo no marcha muy bien en sus asuntos, pero no saben con exactitud de qué se trata. Por lo regular comienzan señalando la cantidad de cosas que necesitan atención, tantas que incluso no saben por dónde comenzar. ¿Qué sucede en el interior de esa persona?

A ciencia cierta no es posible saberlo, pero queda claro que sus asuntos sin resolver, sus conflictos, sus lealtades invisibles, y las exigencias diarias se le han revuelto, se han confundido tanto que no parece haber entre ellas ninguna jerarquía. Es como si los hilos de estambre de varios colores y varios grosores se reunieran en una madeja sin cuenda, y quedasen enmarañados, como si siempre hubiesen estado así. ¿Qué beneficio puede derivarse?

A primera vista, ninguno. Sin embargo, en asuntos del alma y del corazón, las respuestas no son tan elementales. A veces cargamos con trabajo la madeja y la mostramos a todos cuantos se dejen para hacerles ver cuan desgraciados somos. En otras ocasiones la exhibimos como un asunto tragicómico, diciendo que es muy, muy doloroso y tenemos una sonrisa en el semblante, si no es que nos enorgullecemos hasta la soberbia de poseerla y de que sea de este tamaño y características. Esto cuando no optamos por esconderla entre nuestras pertenencias y dejarla ver sólo por pedacitos bajo pactos de confidencia. Finalmente, podemos atesorarla como un secreto, del cual sólo hablamos de pasada, sembrando indicios, con cierto misterio. Obviamente, quienes así proceden, obtienen mucho beneficio de ello, pues justifican de ese modo sus conductas, y a veces hasta la misma filosofía de vida, que comparten siempre con personas que padecen síntomas parecidos.

No obstante, antes y después de este nivel, que es importante tener en cuenta pues es parte de lo que se quiere tratar, sucede lo mismo: la anulación de la facultad para actuar, los tropezones frecuentes, la acumulación de más y más problemas o situaciones difíciles, como nuevas hebras de la madeja. En este instante conviene señalar algo que todo mundo ya sabe: cuando se llega al punto de la desesperación, han debido pasar antes muchas cosas y por lo tanto se ha hecho necesario el auxilio del tiempo. Es decir: para que todo cupiera en el jarrito, aunque está mal acomodado, hubo que conseguir las cosas y darse el tiempo de meterlas, hasta los bordes. Luego, cuando ya no cabe nada, comienza el lamento, el pesar. ¿Qué se hace entonces?

Recuérdese aquello de “todo cabe en un jarrito, sabiéndolo acomodar”. O lo que es lo mismo: para introducir orden, es necesario saber, hace falta la sabiduría. ¿Pero quién es sabio en este tiempo? Por definición: todas las personas. Son sabias porque conocen, con respecto a sus síntomas, qué ha ocurrido, a partir de cuándo, quiénes están involucrados. Otra cosa es que no se quiere ver las cosas como son, porque nos implican responsabilidad, porque nos llevan a establecer contactos con quien no queremos, porque nos fuerzan a dar una compensación, porque nos exigen humildad. Tal vez por ese motivo es más fácil enojarse de modo permanente, o llorar a la primera provocación, o pasársela haciendo chistes con lo grave y lo difícil si no es que vociferando maldiciones.

En todos los casos, la solución pasa por un mismo lugar: mirar lo que es, empezando por aquello que pone en riesgo nuestra vida y la de nuestro círculo inmediato, mirar lo que nos acerca a la muerte y nos resistimos. Lo decisivo es poner la mirada, amorosamente, como hijo de papá y de mamá, y también los bríos del corazón, por ejemplo: en esa ruptura de nuestros padres que nos hirió de muerte, en esa imagen de papá postrado en cama o de mamá hundida en la ebriedad, en la distancia perpetua de nuestra familia de origen con la de papá o la de mamá, en aquel hecho que nos afectó hondamente y que desde entonces ha bloqueado el fluir de la vida, nuestro fluir por la vida impidiéndonos sentir la plenitud así sea por instantes en la sonrisa del propio hijo, en la mirada de la amada, en los frutos del trabajo, en la mera ociosidad de estar tumbado en el trabajo.

Ciertamente, hay ocasiones en que nuestra sabiduría es insuficiente para generar, en nosotros y desde nosotros mismos, modificaciones significativas. Cuando esto ocurre, quizá sea el momento de consultar a un facilitador, y ojala nos encontremos no con uno que sepa mucho sino que uno que tenga, solamente aquello que necesitamos.