jueves. 18.04.2024
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Necesidad, voluntad, sutileza

Necesidad, voluntad, sutileza

¿Qué es lo que hace de una consulta un encuentro cuyos efectos se sienten bienhechores? Sin que esta sea la respuesta total (tan sólo el avance de una pesquisa), en el caso de esta técnica, que ocupa una sesión solamente por asunto tratado, se requiere que a la necesidad se apareje la voluntad. Lo primero es el chispazo interior que impulsa a buscar una ayuda, con el impulso de la idea “tal vez alguien tiene algo que necesito y no puedo proveerme”. Uno se pone en disponibilidad de este modo de detectar dónde puede estar, o quién puede tener, lo que me hace falta.

Lo segundo es la propulsión que favorece el acceso a una forma nueva de mirar las cosas, a tomar la responsabilidad de lo que corresponde, a hacerse cargo de la oportunidad puesta a la luz. Sin necesidad no hay fuerza para consultar el asunto de fondo. Sin voluntad no hay oportunidades para lo nuevo. Normalmente, una persona amalgama ambos aspectos diciendo “estoy dispuesto a lo que sea, pero ya no quiero seguir viviendo esto”.

Ahora bien, ya entrados en la consulta propiamente dicha, hace falta además una atención despierta, imprescindible para percibir la sutil diferencia de una respiración, el leve movimiento de unos ojos que se apartan o se crispan, el apenas visible cierre de dedos que marca el enojo. Pero aun hace más falta para percatarse del asunto incisivo que está agazapado detrás de una frase dicha con inocencia, muchas de las veces deslizada de puntitas o pasada con velocidad y ligereza, incluso envuelta en el manto de la gravedad o de un enojo más que evidente.

Es sutil precisamente el velo que separa la inocencia de la responsabilidad, la mirada ciega sobre lo vivido y el asombro de reconocerse partícipe de los hechos, el dolor de padecer una inclemencia y la actitud decidida a perder una o varias ocasiones buenas, la certidumbre de haber sido víctima y la inseguridad proveniente del propio miedo, el reclamo infantil a lo que hace la vida y el paso dado atrás para no asumir compromisos. En verdad es sutil ese lindero, y más difícil resulta verlo y asentir a ello si quien consulta no está provisto de la suficiente necesidad y voluntad.

Lo digo así porque al ser apenas visible esa diferenciación entre la historia que me he contado y el hecho genuino que la originó, a algunas personas nos cuesta trabajo reconocerla, más aún admitirla como posible, y ya no si diga asentir a ella como plataforma de lanzamiento para una oportunidad nueva.

Pero no es nuestro papel convencer a quien consulta de una cosa o de otra; el alma de una persona sabe por qué le evita la posibilidad, su espíritu es muy claro al no darle ocasión de dar un paso en tal o cual dirección, su conciencia familiar es profundamente sabia. A través de esta técnica sólo mostramos el hecho, casi en todos los casos familiar, y lo que hizo la persona con ese hecho mostrado. Obviamente, esperamos a que ella misma, la persona, asienta a la experiencia y desee continuar, hacer algo con su pretérito de mañana, es decir con su presente. Y este movimiento es también bastante sutil, diga lo que diga la persona. O lo que es lo mismo, a veces, casi siempre, se necesita tiempo para que la comprensión se desarrolle, mientras que en otras personas es instantánea.

Esta opción, individual por completo, es la que permite recorrer el lindero durante la consulta o permanecer allí, hasta donde pudo llegarse. Y no hace falta más. La expresión facial de las personas, el brillo de sus ojos, la radiación de su sonrisa, la ligereza de su postura de cuerpo, la reducción de su parloteo, el silencio que se acomoda y toma un lugar alrededor, la sensación de placidez y confort, de “no siento que me haga falta nada”, son indicios en este sentido reveladores. Al final, después de un arduo caminar en el tiempo, algunas personas dicen: no esperaba que todo eso tuviera que ver, no creí que fueran así las cosas. Forma también discreta de apuntar que los asuntos de la familia se llevan en lo más íntimo de uno, y no como banderas que ondean ante cualquier vientecillo.

De esta manera, allí, en el mismo lugar donde estuvo la dificultad comienza a instalarse quizá la oportunidad, la ocasión de una posibilidad nueva, que emergerá en el día a día de la persona, sutilmente, apenas perceptible aquí y allá, pero con paso firme en la realidad de las cosas.