El peso en la dirección

El peso en la dirección

En las organizaciones, llámense empresas, instituciones, o como sea, hace falta en todo momento implantar y preservar un orden y una jerarquía. Aun en las más democráticas, es indispensable su existencia. El orden trae consigo un acomodo propicio y apropiado de los integrantes, gracias al cual se encuentran en la mejor situación, con su fortaleza y sus talentos dispuestos para servir a lo más grande, que es en este caso la organización. La jerarquía por su parte es una manera de distribuir la responsabilidad entre quienes participan de las tareas, de tal manera que se corresponda con la capacidad y sobre todo con la experiencia y los años de servicio prestados a la empresa.

Estos dos elementos, cuando son reconocidos y practicados, facilitan el advenimiento del bienestar, del éxito tanto colectivo como individual, y del fortalecimiento personal y grupal. Hay otros muchos factores dignos de tomarse en cuenta, pero en esta ocasión me gustaría enfocar la mirada en la dirección. Como es natural observarlo, todas las organizaciones requieren de alguien que dirija, que guíe los pasos a dar, que encabece la administración de los recursos, que asuma la responsabilidad de la integración de todos los procesos. No es esta una tarea sencilla, sino por el contrario, y a la misma muchas de las veces solamente se le ve el posible beneficio y confort que reporta a quien detenta el cargo: gana más, no hace nada, se la vive con privilegios.

Lo primero a tomar en cuenta es la carga que lleva sobre sus hombros un director general, un gerente, o como quiera que se le llame. La marcha de toda una estructura está en sus manos y se requieren habilidades, conocimiento, compromiso y, de preferencia, antigüedad en la organización. Otra de las características indispensables es que tenga la posibilidad de conducir al equipo, de llevarlo por unos u otros derroteros, en pro de la productividad, del cumplimiento de los objetivos, del uso adecuado de los recursos, de mirar en todo momento la promoción de la vida como la meta última de lo que se hace. Para tal efecto, ha de echar mano de la autoridad que le ha sido conferida, y de las necesidades de su responsabilidad, en su tránsito hacia el mejor acomodo de las personas en la estructura de la organización.

Cabe señalar que no es únicamente el dato estadístico de haber cumplido lo que salva a un director, lo es en igual medida la manera en que conduce los procesos, y quizá esto último con mayor importancia porque marcará una huella profunda en la organización y generará hábitos, costumbres, modos de ir haciendo lo que corresponde. De ahí que aplique con bastante frecuencia aquella frase de que cada organización tiene el jefe que le toca, y que este a su vez tiene los colaboradores relativos a su fortaleza, a su modo de mirar la utilidad de una empresa. Así, hay directores que se rodean de jóvenes con hambre de triunfo, pues son ellos quienes tienen impulso y arrojo para lanzar proyectos nuevos, aunque en ese atrevimiento a veces no dudan en pasar por encima del propio director, o de algunas normas de la organización; otros prefieren equipos de gente experimentada, pues con ellas se aseguran de la marcha uniformemente acelerada de la organización, sin sobresaltos, con todo bajo control, si bien a veces falta la osadía y se ocupan del poder; asimismo hay quienes combinan juventud y experiencia, según su acomodo, para preservar el orden organizacional y contar con el impulso para emprender nuevas aventuras.

Algo similar pasa con la integración de equipos directivos solo con hombres, solo con mujeres o combinados de ambos sexos. Esto es así por características inherentes a la propia constitución, pues por más que se crea que no hay límites laborales para hombres y mujeres, aún hay ámbitos especializados o moldeados para que sean abordados por unos o por otras. No menoscabo las posibilidades humanas, señalo que las organizaciones llegan a desarrollar vida propia, a ser producto de una historia, y que dicha trayectoria ha de ser reconocida, y por lo tanto respetada, en cuyo caso tiene que considerarse qué es lo mejor para la misma, sin entrar en polémicas de cualquier otra especie: las organizaciones hablan, saben lo que quieren y ofrecen indicios (y si la senda no es propicia hacen pagar los yerros).

De lo que se trata en fin es de encontrar la mejor manera de favorecer la marcha de la organización en pro de la vida, en beneficio de los productos, servicios y resultados, en provecho de los colaboradores, sin menoscabo de su patrimonio y de su capital, en buena conexión con clientes y proveedores, por señalar algunas cuestiones. Y esta tarea queda en manos de quien dirige.