En relación con lo más grande

En relación con lo más grande

Según mi forma de ver, uno de los temas más importantes en el vivir consuetudinario es la relación con lo más grande, la relación de uno con lo que es más grande. No se trata en este caso de mirar lo que es más grande según mi juicio, me refiero a lo que es más grande, independientemente de mis deseos y de mi visión. Más grande que yo es en este sentido, la vida y la muerte, lo que esté o quien esté detrás de la creación de todo en el universo, el tiempo mismo y el espacio. También mi familia es más grande que yo, más todavía si miro a todos mis ancestros, a través de cuya conjunción vino para mí la vida, y mi familia, la que yo formé, lo es igualmente porque, como dice el poema, “somos mucho más que dos”. Grandes también son el amor y la sexualidad, ingredientes primordiales para que la vida continúe, se renueve, tenga un sentido y pueda consumar una posibilidad. Así también los grupos a que pertenezco son representativos de lo más grande: ser hombre o mujer y la raza de la que formo parte, por mencionar solo un par de ejemplos.

¿Cómo me relaciono con ellos? He ahí lo interesante. ¿Cómo veo el vivir y para qué lo ocupo? ¿Cuál es mi idea de la muerte? Hay quienes consideran que no tienen responsabilidad de sus actos pues no pidieron venir al mundo; otros piensan que el nacer a la vida es injusto por su propia naturaleza y por lo tanto la muerte es otra forma de la injusticia, así que pasan su vivir intentando ejercer sin piedad la justicia; y para unos más, como quiera que sea, la vida es un oportunidad, una ocasión para crecer, para la expansión y el disfrute de sus talentos y de sus capacidades; también hay quienes miran su vivir como sacrificio para que otros puedan tener una vida mejor, incluso llegan a pagar con su propia muerte. A ellos se parecen quienes esperan con sus años pagar una deuda que no saben cuándo fue contraída, y así transitan por la pobreza o la dificultad.

Claro que mucho de lo que estoy describiendo ocurre, como decimos, de forma inconsciente, así que solo nos sentimos impulsados a hacer algo sin reflexionar en su razón de ser, porque además a veces carecemos de la información y las herramientas para penetrar en ese tejido. A su vez, con respecto a lo absoluto, a Dios, a la Gran Alma, ¿qué tipo de relación establecemos?

Pocas ocasiones se va más allá de hacerlo, o de esperar que sea, el gran aliado de uno, el que acabará con el apuro, el que contribuirá a que derrotemos a nuestro adversario, pero también suele atribuírsele la causa de nuestras desgracias. Es tan grande e inabarcable que no siempre podemos establecer una relación provechosa con Él, un sentir que somos parte suya, como ocurre con la Gran Alma, a la que pertenecemos, a la que pertenece nuestra alma, cuyo conjunto de todas la forma y a la vez nos modela. ¿Y la sexualidad, ese gran medio que hace pasar la vida de unos a otros, motor cálido de la economía humana en el universo? Agredido, desdeñado, visto con recelo en no pocas ocasiones, también suele tener un lugar aparte. Miradas con mucha atención las cosas, algo salta a la vista: la humildad sería la primera consecuencia, entendida como un mantenerse a ras de tierra, como un darnos cuenta de que, en efecto, somos el resultado del actuar de voluntades mayores a la nuestra, en cuyo caso nos queda solamente ocuparnos de hacer provechoso este instante regalado.

Asentir es el mejor vocablo para referir este acomodarnos a nuestra condición pequeña y pasajera, incapaz de ir más allá de ciertos límites. Asentir es la oportunidad de apropiarnos de lo que nos corresponde y de poner en marcha lo que se es, con un sentido preciso: solidariamente con los congéneres y con las demás especies, atentamente al cuidado y preservación de nuestra propia persona y de todo cuanto existe a nuestro derredor, sea que lo conozcamos, sea que no; intensamente para el uso y aprovechamiento de nuestros recursos personales y de los recursos que los demás aportan o a quienes proveemos con los nuestros. Para conseguir este asentimiento, el movimiento que corresponde es el de inclinar la cabeza, en señal de que se da respeto, se honra, se agradece lo recibido, y se propone uno hacer lo mejor con lo que le ha sido dado. Inclinar la cabeza, de entrada, hacia los padres, pues ellos son lo más grande que hemos conocido en primera instancia, los representantes de lo más grande: de la vida, de la muerte, de Dios, de la sexualidad.

Así se honra a lo más grande en ellos. Y claro que podemos honrar a lo Más Grande cada vez: mirando a las estrellas, en medio de un bosque, al tiempo de amar, cuando procreamos un hijo, en fin, siempre es posible hacerlo, donde quiera y a la hora que sea. Ese es el primer paso de una buena relación con lo Más Grande.