miércoles. 24.04.2024
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Vivir con la diferencia

Vivir con la diferencia

Para vivir con menos reticencias hay una acción importante a realizar. Consiste en asentir a la diferencia y en buscar el modo de aprovecharla. La primera observación señala que, salvo la producción industrial, no hay nada que sea idéntico a otra cosa, ni una persona es igual a otra. El mundo entero es un catálogo magnífico de diferencias: nos diferencia la edad, el sexo, la condición social, los gustos para vestir, lo que comemos, el destino que nos guía, y un sinfín más de hechos.

Esto es normal puesto que somos hijos de diferentes padres y además llevamos cada uno una pizca de algo nuevo y original. Aun los hijos de los mismos papás son diferentes, porque en ellos se ha acomodado cada vez de una forma distinta la información genética, y la experiencia de vida familiar. Por eso cada hijo es como un dedo de la mano, forma parte del mismo tronco, ocupa un lugar específico y cumple funciones diferenciadas. De ahí que luego, al crecer, se hagan también padres y madres a su manera, con su historia a cuestas. En un matrimonio también la diferencia está en el fundamento. Uno es hombre, la otra mujer. Y precisamente por eso se buscan, se necesitan, pues ambos tienen algo que al otro le hace falta y además quieren dárselo.

De ahí que la fusión por vía de la sexualidad sea el gran instante en que las diferencias se asimilan, se integran en un nuevo ser, que viene a plantarse como una contribución a la vida, a su permanencia, a su continuidad. Este mismo planteamiento tiene lugar en los ámbitos laborales, donde las diferentes habilidades, el tipo de formación, los objetivos e interés vitales, confluyen en un mismo sitio a través de los trabajadores y producen determinados resultados. No se hace difícil imaginar cuánta pericia se requiere para llevar a que embonen superficies tan dispares, y que además se dirijan hacia un mismo punto y den como resultado ciertos productos.

En los gobiernos, igualmente, la diferencia es clave. Por la diferencia se elige a alguien sobre los otros contendientes. Y esa misma cualidad diferencia rige los destinos de una región, de un país, de una organización. Por ese camino a veces hay desencuentros, pues no todos los gobernantes tiran para el mismo lado, y es necesario encararse, asentir al conflicto. Entonces, el conflicto viene a ser una de las maneras en que se intenta resolver la diferencia. A través de éste se formulan los planteamientos antagónicos, se vuelven visibles, y entonces los rivales pueden darse cuenta de lo que hay enfrente y acaso ganen alguna comprensión, una oportunidad de darse cuenta en qué son iguales a su contrincante, y por ende desactiven el conflicto y se ocupen más bien de allanar diferencias llegando al encuentro de una superficie de contacto, lo suficientemente amplia para que puedan caber los dos.

Dicen los que saben que el mundo era unitario y que luego se hizo dualidad, en cuyo caso surgió lo diferente, cuyo punto climático lo representa lo que es antagónico. Al mirar este movimiento, uno puede tener claro entonces que el camino de regreso pasa por promover la unidad de los antagónicos, la unidad de la diferencia. La vida conyugal es a este respecto un buen ejemplo: lo diferente se une, incluso se funde, casi siempre por obra del amor. Los niños constituyen otro modelo, cuando pasan por encima de las diferencias gracias a su inocencia. Esta sería otra forma de restaurar la unidad.

En lo laboral, para retomar los ejemplos previos, también las diferencias quedan integradas, mediante procedimientos que suman cualificaciones y habilidades, mediante procesos que hacen necesaria la confluencia de saberes. A lo mejor con lo dicho hasta ahora es posible componer una imagen de lo posible, es decir, que aunque nuestro mundo está construido sobre las diferencias, también contamos con las posibilidades de aprovecharlas, de hacer algo productivo con ellas. El conflicto es una de ellas, el amor es otra modalidad, la inocencia una más, y aun los intereses compartidos. Buenos resultados, a lo que se ve, derivados de la diferencia, de un rasgo inherente al vivir que no siempre se mira con la atención debida o del que no se obtiene todo el provecho posible en otros ámbitos aparte de los señalados. Pero ya está señalado: la diferencia existe, nos compete, y podemos hacer algo con ella.