El FIAC, una quinceañera

El FIAC, una quinceañera

El Festival Internacional de Arte Contemporáneo de León (FIAC), es como una fiesta de quince años. Se organiza con lo poco que hay, pero todos quieren que sea vea más de lo que en realidad aparece. Confluyen tantos intereses que la niña venida a señorita queda embadurnada de un barroquismo insuperable.

La pasarela de personajes es más importante aún que la propia quinceañera. Y así fueron figurando: Barbie Botello, madrastra del evento, toma el micrófono y presume cómo ha crecido la niña, en figurita y madurez. Promete apoyar siempre su autonomía, pero con una mano le acaricia el cabello y con la otra le reprocha a las amigas indeseables. Ella no le vigila de cerca, para eso está el chambelán principal, el que le organizó el baile y le construyó la pista.

También está el Consejo, esos tíos que siempre llegan tarde y por lo mismo, apenas y se enteran del lugar de la fiesta. Cuando quieren intervenir, ya alguien les ganó el lugar frente a la banda que toca el único son. Y no es que sean incapaces y faltos de interés, sólo son lentos, muy lentos.

También está el director, Don Sebastián Serra. Es quien contrató al maestro de baile, al grupo ambientador, fue por el pastel porque nadie se acomedía, busca que todos tengan sitio, y al término de sus menesteres, justo cuando está por preguntar si les gustó el mole, la señora de la casa manda decir que la cocinera está fuera de la jugada. Cuando el director del magno evento quiere reaccionar por el agandalle, el hecho está consumado y no le queda más que seguir sonriendo a los asistentes.

Finalmente, están algunos artistas o gestores que no fueron convidados al banquete. Son como la ex amiga que se quedó en casa y ocupa esas preciadas horas para despotricar, en facebook, twitter o cualesquiera de las redes disponibles, lo ridículo del vestido, lo cursi de la fiesta y lo dolido de su corazón.

En resumen, creo que el pasado FIAC mostró lo peor de muchos de sus actores. Demostró la falsa democracia en la que aun se mueven muchas paraestatales, incluyendo el ICL. En los momentos decisivos, la autonomía queda anulada y los mecanismos de represión política hacen aparecer sus garras más dinosáuricas. No hay un nuevo PRI, hay un viejo PRI vestido más a la moda.

Pero demostró también, una inmadurez de importantes sectores de la comunidad cultural. Se echa de menos una crítica informada hacia las instituciones, los eventos y los hechos controvertidos; reluce el cobre de algunos artistas o gestores que no entienden de camaradería y mucho menos de organización solidaria. Nos gana el arrebato y no sabemos cómo nombrar las diferencias; se usan las redes sociales para desinformar y reaccionar, no para cohesionar y tejer.

Al final, los arrebatos y las torpezas acaban por dejar al Festival en un segundo plano. Parece que los números han mejorado, en asistencia y pesos. Habrá que esperar un informe más pormenorizado. En mi caso, sólo tuve oportunidad de asistir a dos eventos teatrales, "La inauguración", autoría de mi muy admirado Vaclav Havel; el segundo, "Malinche, Malinches", de Juliana Faesler, ambas plausibles e increscendamente abrazadoras. Como se ve, no dije nada. Dejo la crítica a los expertos en ella.

Me entero que hubo, por la crítica periodística, magníficos momentos de expresión artística, lo celebro. Festejo igualmente saber de más y mejores propuestas teatrales arriesgadas e innovadoras en lo local, que es lo que a mí más me interesa.

En resumen, tenemos entre manos una fiesta anual que aún no madura. Falta, para seguir el camino, preguntarle a la misma chamaca, que no es otra más que la propia ciudad, si su fiesta le da sentido, le agradan sus resultados y qué pretende para el año que viene.