jueves. 25.04.2024
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Leer libros o leer vidas

Leer libros o leer vidas

Corren los días de la Feria del Libro en León (FENAL, 2014). Todos buscan que el agua llegue a su molino: los editores que venden textos, los talleristas que se afanan por entretener culturalmente a su auditorio, los teatreros que luchan contra el infernal ruido en el patio de los cuentos; los maestros que en fin, buscan lo que todos: que se suba una raya los índices de lectura en México (2.8 libros al año, y lo dudo). En medio de tantas voluntades, la FENAL es una fiesta con buenas intenciones.

Incrementar el nivel de lectura es una cosa. Incrementar el nivel de lectura de calidad es otra. De un tiempo a la fecha, los grupos defensores de la lectura se han incrementado tanto en número como en beligerancia. Una nueva moral del buen lector ronda sobre nuestras cabezas. La apuesta es loable, pero insisto en que leer por leer, no es suficiente. Muchos lo saben y según cada cual, buscan maneras de recomendar textos, autores y tendencias. Nos hemos hecho expertos en recomendar libros, pero no en leerlos. Hay quienes efectivamente no pasan de la recomendación y quedan atrapados en la pose. Los hay que juran (porque está de moda) haber leído detenidamente a Murakami y ponen cara de circunstancia cuando se trata de lucir sus letras. Lo que no especifican con detalle es que leyeron, detenidamente y muy apenas: Mu-ra-ka-mi. Es un nombre que no es tan fácil de leer a la primera.

Congresos, técnicas y recomendaciones varias hay en abundancia respecto a cómo motivar la lectura. Pero desde hace un tiempo a la fecha (cuando la fatalidad convirtió en moda que los autores se murieran uno tras otro), he notado que la motivación para leer a dichos personajes resulta incrementada. No me malinterprete: no sugiero que si alguien quiere ser leído, se suicide para alcanzar por fin un renombre y venda ese libro que en vida el mercado le negó. Me refiero, en cambio, a que la muerte de un autor hace voltear la mirada hacia su obra, pero también hacia su vida y al compromiso que tuvo con ella, cualquiera que éste fuera.

Y entonces nos encontramos con excelentes escritores que en vida no leímos, y que por el encanto de su trayectoria resultan doblemente interesantes. En otras palabas, digo que la mejor manera de que un autor ayude a la motivación de la lectura de su obra, es ser un agente activo en su entorno.

Hasta que murió Carlos Montemayor (2010) fue cuando muchos descubrieron su gran activismo en defensa de las culturas indígenas. Y se leyó más. Cuando falleció Monsiváis (2010), que ya de por sí era famoso por su militancia social, se incrementaron sus lectores. Más allá de este tiempo y este terruño, muchos encontraron en la lectura de Albert Camus (1960) a un luchador de la libertad que había dado su vida a ello. Ahora que celebramos el centenario del nacimiento de Paz (2014) se ha renovado no sólo su lectura, sino su papel crítico en diversos momentos de la historia nacional y mundial.

Ahora que los pasillos de la FeNaL están concurridos y revoloteando, la apuesta de quien trae unos pesos para invertirlos (esa debe ser la palabra) en un libro, debiera preguntarse también cuál es el valor de su autor. Quizá para los puristas de la literatura esto suene demasiado y pugnen porque una cosa son las letras y otra muy distinta, el corazón y el compromiso social de quien las ha creado. Para mí, que no soy purista ni conmigo, creo que una cosa lleva a la otra. Desde luego que hay autores que son excelentes personas y hasta simpáticos, y eso no garantiza que escriban bien. Pero ¿qué pasaría si la calidad de vida y calidad literaria se reunieran? El resultado es un escritor cabal, y un bello libro escrito con la honestidad por delante. En fin, a leer, que sólo hay dos ojos.