jueves. 18.04.2024
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La sabiduría del temer

"El caso del fotoperiodista asesinado en la Narvarte, Rubén, y de las activistas Nadia, Yessenia, Nicol y Alejandra, esta última trabajadora doméstica, es un emblema ya de la oda que el Estado ha hecho al temor"

La sabiduría del temer

Qué bueno y qué sano eso del miedo. Si nos faltara, nada seríamos. Si estamos aquí es gracias a él, no cabe duda. Al temer le debemos los momentos más seguros de la vida; de otro modo ya habríamos sucumbido. Las maromas de doble giro hacia atrás estilo holandés son para quienes sólo buscan llamar la atención. Mejor quedarse en casa, cerrar las ventanas, hablar por lo bajo. Al temer le debemos las pólizas de seguros, las elecciones más caras del mundo, el periodismo más doméstico, la vida “tranquila”.

Pensemos en una revolución, en una independencia o alguna revuelta de esas que sólo se le ocurren a los miopes o a los temerarios simpatizantes de Tanathos. El tiempo que a Miguel Hidalgo, por ejemplo, le duró el gusto de ser el general en jefe del ejército insurgente, fueron 10 meses. Ese pequeño precio es el que pagan quienes no temen al temor del poderoso. Su nombre quedará en estampitas y le llamarán Padre de la Patria hasta quienes ni madre tienen, pero en su casa no lo volvieron a ver. Se ganó un país, pero se perdió la novela de las 4:00. ¿Vale la pena?

Mejor quedarse en casa. Sí, mejor. Para qué buscarse la vida, si la vida ya está ahí...

Siendo el temer el valor más preciado de nuestra sociedad, los poderosos lo han sabido capitalizar de maravilla. Nos venden seguridad, nos amenazan con quitarla, nos restriegan en la cara que sólo los que temen se salvan. Y así, su nave va: matando periodistas, manteniendo la pobreza, secuestrado la esperanza, sembrando miedo. Lo que es la responsabilidad más apremiante del Estado, a saber, garantizar la seguridad de sus pobladores, se ha convertido en promover el temor para garantizar la sumisión.

El caso del fotoperiodista asesinado en la Narvarte, Rubén, y de las activistas Nadia, Yessenia, Nicol y Alejandra, esta última trabajadora doméstica, es un emblema ya de la oda que el Estado ha hecho al temor. Pero por desgracia, no es el único caso ni el más cercano. En Silao, Guanajuato, también se cuecen habas. La compañera periodista Karla Silva, reportera de El Heraldo, fue cobardemente golpeada el día 4 de septiembre de 2014, en sus propias oficinas de trabajo, por órdenes, según confesión de uno de los agresores, del propio presidente municipal, Sr. Enrique Benjamín Ramírez Arzola, a través de una acción orquestada por el entonces director de Seguridad Pública de Silao, Nicasio Aguirre Guerrero, este último prófugo. El aún alcalde, en cambio, sigue despechando a pierna suelta en sus oficinas y negándose a declarar ante la Procuraduría. Y no pasa nada.

Mientras Karla era violentada, su agresor le repetía: "para que le bajes a tus notas". Ese mensaje quedó grabado no sólo en su memoria, sino también en la de todos nosotros. A ella la agredieron y valientemente denunció los hechos. Otros periodistas no han alcanzado a hacerlo porque les han quitado la vida.

En los intrincados laberintos de los proceso judiciales, lo que se alcanza a hacer, y eso en pocos ocasiones, es capturar a los agresores físicos de los trabajadores de la comunicación. Pero sabemos, como sucedió con los golpeadores de Karla, que éstos no tienen voluntad propia y que 5 mil pesos son suficientes para cometer tales desmanes. La culpabilidad se multiplica, en cambio, conforme se va elevando el escalafón de la jerarquía. La metáfora es la siguiente: imagine una ola, por grande que sea, que llega a la playa para llevarse lo que en la orilla encuentre. ¿Tiene comparación su fuerza y su efecto con aquel movimiento submarino que hizo posible su llegada? El golpe final es el último capítulo de una fuerza descomunal que viene escondida desde atrás.

El grado de responsabilidad, en cambio, se multiplica conforme se eleva el escalafón de la jerarquía, pero a razón inversa con la eficiencia de nuestras leyes por castigar a los altos responsables, cobardes intelectuales escondidos tras un fuero o bajo las enaguas de su institucionalidad.

El temor a la libre expresión de las ideas, en México, está sembrado y se comienza a convertir en cultura. Tardaremos tiempo en recuperarnos, pero habrá qué revertirlo en lo que cabe. Tengo a la vista dos formas inmediatas para trabajar en ello:

La primera tiene qué ver con la capacidad de reunión, física o virtual de muchos, a favor de una iniciativa común. La fragmentación es un campo fértil para que florezca el temor. Sólo la agrupación de muchos es comparable con la fuerza de pocos, pero con muchos recursos de presión.

La segunda tiene qué ver con la visibilización de los líderes últimos de las campañas del temor. El temor funciona siempre y cuando algo esté oculto. Que los agresores intelectuales de un periodista escondan su responsabilidad (ser impunes, no declarar ante la justicia, etc.), es una estrategia para no ser vistos, pero el efecto que causan al mismo tiempo, es el mensaje de que pueden volver a actuar porque son intocables y más fuertes que la justicia; no se sabe cuándo ni como volverán a golpear, y ahí radica su permanente amenaza.

El temor es útil para todos, sobre todo en la medida de que nos mantiene alertas, pero es demasiado cuando se trata de perder la libertad. La valentía no es la virtud de no tener miedo, sino la de reunir voluntades para enfrentar la adversidad. Justicia para el periodismo mexicano.