viernes. 19.04.2024
El Tiempo

Allá, tras de ese cielo (Sobre el Arcoíris y el FIG)

Allá, tras de ese cielo (Sobre el Arcoíris y el FIG)

La fascinación del ser humano por el cielo y su conquista viene de tiempos inmemoriales y ha recurrido constantemente a la creatividad y tecnología para alcanzar las alturas de sus sueños. Llegan a la memoria Leonardo Da Vinci, los hermanos Wright y Ferdinand Von Zeppelin. La literatura y el cine se encuentran llenos de historias y en ellas aparecen alfombras voladoras, hadas y brujas, superhéroes y alienígenas, personajes míticos como Ícaro y Dédalo, o clásicos como Peter Pan, seres extraordinarios como pegasos, grifos y dragones o guerreros que se elevan mediante el poder de las artes marciales, artefactos con vida propia como autos o aviones y casas que viajan a tierras lejanas por el amor de un anciano matrimonio. Cuando la joven Judy Garland cantaba con nostalgia el tema de la memorable película El mago de Oz –Over the rainbow (Sobre el arcoíris)– reflejaba el espíritu de ese deseo primordial del hombre: conocer la sensación de volar, saber qué hay más allá de nuestra simple perspectiva humana en la tierra, ver desde los ojos del águila y admirar el paisaje flotando en el aire, surcando los cielos.

Y estos días, del 15 al 18 de noviembre, tuvimos una oportunidad para mirar de cerca a personas que vuelven ese sueño realidad, que con creatividad y espíritu de aventura surcan los cielos en globos de colores y diseños, echando a volar con ellos nuestra imaginación. No necesitamos de un tornado para llegar a un mundo mágico, ni golpear nuestros talones tres veces para sentirnos en casa. Simplemente acudimos al Parque Metropolitano para ser testigos o participantes de este espectáculo que año con año engalana nuestra ciudad, compartir con familia y amigos las actividades que forman parte de este festival internacional: exposiciones, conciertos, juegos, y para los amantes del arte, el Festival Mundial de Poesía en la zona de despegue.

Mi primer Festival Internacional del Globo en esta ciudad ocurrió hace algunos años, cuando como padres primerizos consideramos que nuestra pequeña estaba lista para enfrentar las inclemencias del tiempo y la falta de sueño. Con unos amigos que llegaron de visita a la ciudad, iniciamos nuestra aventura y llegamos a la entrada, por el fraccionamiento Balcones, alrededor de las cinco de la mañana. Si bien parecía una expedición al círculo ártico por la cantidad de ropa invernal y cobertores, con más capas que una cebolla y unos grandes termos de café caliente para sobrellevar el aire frío de la madrugada, nuestras expectativas superaban cualquier inconveniente, como la caminata en absoluta obscuridad, auxiliados solamente con unas pequeñas linternas de mano, con las cuales observábamos la bruma del lago cerca de nuestros pies. Para unos perfectos citadinos, era un espectáculo extraño pero fascinante.

Después de un tiempo del que perdí la cuenta, llegamos a la explanada de despegue: una multitud instalaba observaba, comentaba, llevaba, traía, se movía de una lado a otro, preparando el ritual de encender el fuego que daba vida a los gigantes que más adelante invadirían el cielo leonés. Y llegó el gran momento: después de admirar su magnitud en tierra, uno tras otro comenzaron a flotar y elevarse, llenando la mañana de formas y colores como un arcoiris en suave movimiento.

Cada año desde entonces, asistimos de una forma u otra a este evento espectacular, el cual ha ido creciendo en cantidad y actividad. Como todos, tenemos nuestros favoritos, como el Darth Vader o el Mickey para mi esposo e hija, o los clásicos pero llenos de colores para mí. Pero cada experiencia lleva el toque especial de convertirlo no sólo en una diversión familiar, sino en una convivencia con los amigos, de aquí o de visita, que enriquecen los momentos compartidos con sus propias anécdotas, observaciones y hasta trucos de supervivencia cuando se trata de llevar media docena de chiquillos entusiasmados, un par de adultos mayores, una señora embarazada, cuatro turistas y tres adolescentes, todo en un mismo grupo de visitantes.

Y bueno, este año no fue la excepción, alistando la cafetera, el termo y por supuesto, mis compañeros de viaje, soñando una vez más con lo que se encuentra allá tras de ese cielo, sobre el arcoíris.