viernes. 19.04.2024
El Tiempo

La vida viene, la vida va

La vida viene, la vida va

Hace unos días falleció mi tío, el único hermano de mi papá, poco más de un año después de que él se había ido. Me vienen a la memoria otras personas, otras despedidas: mi madre, mis tías, mi prima, mis abuelas, mi suegra, amigos cercanos y otros no tanto. Y cada ocasión fue tan única como la persona que se fue.

Hubo despedidas tristes, desgarradoras, como cuando un amigo muy querido murió en un accidente de motocicleta cuando yo tenía quince años. O cuando una pequeña de mi escuela murió con su mamá en un accidente carretero, en el cual sólo sobrevivió su hermanito de dos años. Mi mamá hizo el intento de adoptarlo, pero unas tías llegaron del extranjero y se lo llevaron con ellas. Cuando murió el abuelo de mis primas, acababa de llegar la menor de ellas de viaje con una amiguita extranjera y su familia –tenían 12 años de edad– y se fueron a Guerrero al funeral. Es tradición guerrerense contratar plañideras (mujeres que gritan y lloran al difunto; mientras más plañideras, más pronto llega al cielo) y chile frito (grupo musical, básicamente en un ritmo de tambora, típico de Guerrero) además que la multitud se agolpaba en casa del abuelo, donde era velado y donde se hospedaba la familia. La pobre niña extranjera no quiso regresar a México después de esa experiencia. No la culpo.

En contraste, el velorio de mi abuela paterna fue un enorme jolgorio: risas… no, carcajadas salían de la sala de la funeraria y al asomarse uno encontraba a mi tío y mi madre contando chistes verdes, y mi papá recorriendo los grupos de familiares con una sonrisa de oreja a oreja como anfitrión de fiesta. Por poco y nos corren, sólo nos salvó que ese día era la única persona en el velatorio. Gente iba y venía recordando anécdotas de mi abuela y su “dulce” carácter (perdonen el sarcasmo, pero no conocí mujer más fuerte y dura en toda mi vida). Mi papá, en uno de esos momentos inspiradores, incluso dio un pequeño discurso: “¡Qué hermoso es ver a tanta familia reunida! Deberíamos repetir estas ocasiones más a menudo.” Tras lo cual recibió tremendo codazo de mi mamá, recordándole que era el funeral de SU madre.

Y bueno, ni qué decir cuando el funeral de la hermana de mi madre precisamente, la tía “Highlander” (apodo que le pusimos en honor a la película “Highlander, el inmortal” (1986) porque nos dio varios sustos con enfermedades y diagnósticos en los que decíamos que ahora sí era la última, y milagrosamente regresaba. Claro, hasta que finalmente en una ocasión menos esperada, nos la cumplió y se fue). Parecía que había muerto una figura pública, del medio artístico y/o político, de la cantidad y variedad de personas que asistieron. Bueno, y es que con diez hijos y una personalidad arrolladora y multifacética no podía esperarse menos. En algunas ocasiones, daba tentación de pasar pidiendo autógrafos de tanto personaje que reconocí en el gentío. Ahora que, si hablamos de su madre, mi abuela materna, aún la recuerdo con una canción de Silvio Rodríguez y me llega una sonrisa cómplice pues el día que se fue, su gran familia –cuatro hijas, esposos, nietos, bisnietos– vimos volar al cielo un pedazo de nuestro corazón… y comenzó una dulce batalla entre nietos y bisnietos para establecer quién había sido el o la consentidos y cada uno tenía fuertes motivos para decir “yo lo fui”. Ahí nos dimos cuenta de la tierna trampa que nos había hecho toda su vida: nos hizo sentir que cada uno era el especial, el más querido. ¡Magaza!

Pero lo más curioso es que junto con la muerte siempre llega la vida. Al poco tiempo de despedirse de su querida hermana, mi cuñada fue bendecida con el que ahora es un valioso y emprendedor jovencito que llena de orgullo y alegría a toda su familia. Cuando mi mamá se fue, mi padre se sostuvo de la mano de mi hija, de entonces tres años, y entre los dos se hicieron más fuertes, unidos y ricos en experiencias y recuerdos. Y mi segundo padre se despidió como el gran señor que era, mientras el más pequeño de sus nietos venía en camino. Ahora que mi tío se reunió con su hermano, estamos a punto de recibir a dos angelitos que los padrinos de mi pequeña esperan con amor e ilusión, y a uno de un primo, quien nos dio la gran sorpresa. En muchas ocasiones coinciden la vida y la muerte, las despedidas y las bienvenidas, y nos damos cuenta que la eternidad se encuentra en este punto: cuando la memoria nos trae de vuelta a aquellos que se han ido mientras la nueva vida se abre paso y comienza a dejar huella en nosotros.

Y a veces, no sólo es la vida física la que viene y va. Lo ciclos en ella se abren y cierran dando paso a nuevas experiencias y grandes recuerdos. A veces la pérdida se siente tan genuina como el dolor que produce, otras veces es una transición suave, lenta, que nos invita a dar el siguiente paso. Un cambio de trabajo, una separación de pareja, un cambio de colegio o de casa, e incluso de ciudad o de cultura. Todo ello cierra capítulos de nuestra vida de una u otra forma y en nosotros queda el cómo cerrarlos para comenzar una nueva página en blanco y cómo lanzarnos a una nueva aventura. Bueno, hay quienes, como Cortés, queman sus naves para no dar marcha atrás y así impulsarse con más ahínco en la nueva etapa de su vida.

Y vuelvo a mi abuela paterna. Si bien la mujer no se destacó por su sentido del humor ni la ternura hacia sus nietos, sí lo hizo como una madre fuerte, con una voluntad de hierro que a pesar de la época, en una sociedad patriarcal donde la mujer no había conseguido aún el voto en México, se levantó de su viudez a la edad de veintiséis años, con dos pequeños de cuatro y cinco años respectivamente, hasta hacer de ellos hombres rectos, trabajadores, responsables y excelentes maridos y padres. Conozco a mujeres muy valiosas, quienes después de sufrir el abandono total del padre de sus hijos, recomenzaron con fuerza y actitud y reencontraron el amor de buenos hombres que quisieron a sus hijos como propios y que ahora son sus compañeros de vida. Y otras que continuaron el camino solas y han sido ejemplo de vida para sus hijos, paso a paso.

En una charla con mi hija, tocamos el tema de la vida y la muerte. Quise explicarle de una manera gráfica cómo veía yo este proceso: como una carrera de maratón, donde cada uno va a su paso hacia la meta, donde lo esperan amigos y familia que ya han corrido antes. Algunos se precipitan para llegar, otros van a un paso más relajado disfrutando del paisaje, otros van corriendo sin voltear siquiera, con prisa constante, otros llegan muy cansados deseando terminar para poder dejar atrás el dolor y relajarse en la meta, algunos sufren algún tropiezo en el camino y tienen que suspender la carrera por lo que la terminan antes de tiempo, otros son tan rápidos que recién comienzan la carrera y ya la están terminando, unos van solos y otros de la mano, algunos llegan casi sin darse cuenta y otros avanzan lo más despacio posible cuando ven la meta cerca. Y todos, todos, se llevan una medalla: el recuerdo que dejaron a su paso, la esencia que heredaron, el legado que nos otorgó su presencia. ¡FELIZ CARRERA!