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21/03/13

Juárez y su ausencia

El único onomástico personal que se conmemora en el calendario de los días no laborables que reconoce la Ley Federal del Trabajo, en su artículo 74, es el natalicio de Benito Juárez, el 21 de marzo de 1806. No conmemoramos el de Miguel Hidalgo (8 de mayo), José María Morelos (30 de septiembre), Francisco I. Madero (30 de octubre) o de nadie más.
Juárez y su ausencia

El único onomástico personal que se conmemora en el calendario de los días no laborables que reconoce la Ley Federal del Trabajo, en su artículo 74, es el natalicio de Benito Juárez, el 21 de marzo de 1806. No conmemoramos el de Miguel Hidalgo (8 de mayo), José María Morelos (30 de septiembre), Francisco I. Madero (30 de octubre) o de nadie más. Mucha gente relaciona mejor esa fecha con el inicio de la primavera, y prefiere olvidar al prócer. No olvidemos que para un componente muy importante de nuestros conciudadanos, en particular el conjunto más conservador, la figura histórica de Juárez es asumida como la de un enemigo de la iglesia católica y un demonio a exorcizar.

Mi madre, que se educó con monjas, me contaba que de niña ella conoció al personaje como “Beno” Juárez, ya que las religiosas lo detestaban y de ninguna manera iban a designarlo empleando un diminutivo aparente, que podía insinuar cariño. Juárez provocaba, y provoca, dolores de estómago entre religiosos y laicos católicos que le achacan el pecado de haber separado a la Iglesia y al Estado mediante las Leyes de Reforma emitidas entre 1855 y 1863, bajo tres diferentes presidencias, y no sólo la de Juárez. La que más lastimó a la comunidad católica fue la llamada Ley Lerdo, por su principal impulsor, Miguel Lerdo de Tejada. Su nombre oficial fue “Ley de Desamortización de Fincas Rústicas y Urbanas Propiedad de Corporaciones Civiles y Eclesiásticas”, y se decretó el 25 de junio de 1856. Ese mismo instrumento legal perjudicó a las comunidades indígenas, que fueron incluidas entre las “corporaciones civiles”, y décadas después contribuiría al caldo de cultivo de la Revolución Mexicana.

Juárez y su generación empujaron al país hacia una modernidad liberal que no era compartida por gran parte de la población mexicana, tal vez incluso la mayoría. Esos varones cultivados como “minorías excelentes”, con extraordinarios talentos científicos y literarios, fueron conocidos como los “Hombres de la Reforma”. Sus medidas legislativas, incluyendo la Constitución de 1857, fueron tan de avanzada que el emperador Maximiliano las mantuvo parcialmente, ante el azoro de los conservadores.

La separación de la iglesia y el Estado no era una ocurrencia a mediados del siglo XIX, sino una necesidad. En Europa y en Norteamérica se consolidaban los Estados laicos y burgueses, que desde décadas atrás habían tomado medidas similares a las de la Reforma mexicana. Los Estados Unidos, por ejemplo, aunque mantuvieron ciertas formas y lenguaje de raíz religiosa en su quehacer gubernamental, no permitieron la injerencia de iglesia o corporación religiosa alguna desde sus documentos fundacionales. En Francia la revolución de 1789 secularizó de golpe a la sociedad urbana, aunque enfrentó la resistencia armada de los campesinos conservadores de las regiones. En Inglaterra el constitucionalismo, producto de las luchas entre el parlamento y los reyes déspotas en el siglo XVII, marcó de manera definitiva el poder terrenal del eclesiástico, aunque de manera tradicional y simbólica el Rey ejercía como líder de la Iglesia Anglicana, a partir del cisma del siglo anterior.

A México le ha costado varias guerras civiles y miles de vidas consolidar su separación de la Iglesia y el Estado. Todavía recordamos la Cristiada entre los años 1926 y 1929, y la “segunda” Cristiada en los años treinta. También las persecuciones religiosas de Garrido Canaval, Cedillo, Alvarado y otros caciques regionales. La Constitución de 1917 estableció medidas radicales que fueron la fuente de esos enfrentamientos, hasta que se estableció el “entendimiento” con la Iglesia y mucho del componente anticlerical quedó en letra muerta, hasta la reforma de Carlos Salinas en 1992.

Pero, ¿por qué conmemoramos el 21 de marzo? Por disposición presidencial. El 19 de diciembre de 1948 algunos manifestantes sinarquistas se treparon al Hemiciclo a Juárez en la ciudad de México y encapucharon la estatua del odiado prócer. El gobierno de Miguel Alemán impulsó actos de desagravio, entre ellos que el Congreso declarara fiesta nacional a la fecha del natalicio. También de un plumazo desaparecieron al Partido Fuerza Popular, brazo electoral del sinarquismo. La intolerancia fue combatida con el autoritarismo.

Hoy día vivimos una regresión hacia la época pre-juarista. En particular en Guanajuato. Cada vez se cuidan menos las formas y los gobernantes interactúan sin embozo con la jerarquía católica. Ya lo vimos el año pasado durante la visita del Papa: un presidente de la República que dio la bienvenida no a un jefe de Estado, sino al líder espiritual de la religión que profesa; un gobernador que besó el anillo del pescador y participó con fervor en los oficios religiosos; candidatos, funcionarios, líderes de partidos y demás miembros de la clase política participando en la misa masiva, confesándose y tomando la comunión. Luego, en tiempos recientes, vemos a un nuevo presidente de la República que acude en dos ocasiones al Vaticano e invita al nuevo Papa a visitar el país. Juárez se revolvió en su tumba, allá en el cementerio civil de San Fernando.

*Antropólogo social. Profesor investigador de la Universidad de Guanajuato, Campus León. [email protected] – www.luis.rionda.net - rionda.blogspot.com – Twitter: @riondal