martes. 16.04.2024
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La negritud, la tercera raíz

"La tercera raíz late en nuestra herencia cultural. Sólo hay que reconocerla y valorarla..."
 
La negritud, la tercera raíz


El México de hoy es una realidad social, geográfica, cultural e histórica que se ha construido dificultosamente a lo largo de miles de años, pero que sin duda modificó sustancialmente su carácter cuando se experimentó el “choque de los mundos”, el viejo y el nuevo, desde el año 1492 en adelante. El “área cultural” —concepto antropológico de A. Kroeber y J. Steward— denominada “Mesoamérica” —P. Kirchhoff— sufrió un quiebre en sus 25 siglos de desarrollo cultural, y vio la irrupción de corrientes de conquistadores y colonos que provenían de Europa, y subsidiariamente del África. Los europeos impusieron sus modelos de organización política y productiva a la población nativa, y ésta vio dramáticamente disminuido su peso demográfico debido a las epidemias importadas, la esclavización y la explotación.

 Los colonos introdujeron población africana esclavizada para apoyar su expansión y dominio sobre los nuevos territorios. Los trabajadores “negros” estaban protegidos contra las epidemias exógenas y acostumbrados a los climas tropicales. Las epidemias importadas —sarampión y viruela principalmente— acabaron con más o menos el 80% de la población nativa de Mesoamérica en el siguiente siglo y medio, algo así como ocho millones de personas. Tan sólo en el sitio de Tenochtitlan se calcula que murieron 150 mil de sus habitantes por viruela, no por la guerra (Semo, E. La Conquista, vol I, pp. 14-15).

Los cliodemógrafos calculan que en los tres siglos de colonización se importó un total de 250 mil africanos a la Nueva España, en condiciones deplorables que condujeron a la muerte otro tanto en el trayecto. Este aporte demográfico no representó más del 6% del total de habitantes de ese territorio; además se concentró en las áreas costeras y mineras, como Veracruz, Guerrero, Oaxaca, Zacatecas y otras (Ibid. pp. 36-37).

Según historiadores como John Tutino, la población novohispana se “blanqueó” a lo largo de los siglos XVII y XVIII, al menos en el papel. Las partidas de nacimiento de las notarías parroquiales del centro del país muestran que el sistema de castas sólo funcionó parcialmente, y era fácilmente trucado. Con una buena propina, el registrador anotaba la categoría racial que los padres le quisieran asignar a su vástago(a), y por supuesto la población negra, indígena y mestiza prefirió asignarse la mejor casta a su alcance. Eso hace difícil el seguimiento documental de las corrientes demográficas y su combinación. Pero es claro que los intercambios genéticos fueron intensos, y que la cultura hegemónica borró buena parte de los rasgos inmateriales.

Según la Encuesta Intercensal 2015 del INEGI, en el país se reconocieron como afrodescendientes un millón 382 mil 853 personas, un 1.2% de la población total. Las entidades con mayor proporción son Guerrero (6.5%), Oaxaca (4.9%), Veracruz (3.3%), EdoMex (1.9%), CdMx (1.8%), BCS (1.5%), Nuevo León (1.5%) y Jalisco (0.8%). Guanajuato se ubica en el antepenúltimo lugar, con 0%. Hay que considerar que el criterio es la autoadscripción, por lo que muchos mexicanos con fenotipo y características afro no se ubican en la categoría.

En México hemos emprendido un proceso de reconocimiento de los derechos culturales a la identidad y usos particulares de las comunidades originarias. Toca iniciar el mismo camino para los conjuntos afrodescendientes del país. En Guanajuato hemos querido ignorar nuestra diversidad étnica, y gustamos definirnos como mestizos. Pero la realidad histórica y genética nos contradice. El Bajío y sus minas demandaron fuerza afro, y los registros históricos así lo evidencian (Ibid. Pp. 275, 278, 280 y 299). Por ejemplo, en 1576 ya existía la hacienda “Cañada de Negros” en el actual municipio de Purísima del Rincón, donde los esclavos eran “criados” para abastecer a las minas y la ganadería. Muchos lograron su libertad por compra, escape o mestizaje. Y es fácil advertir su huella entre nosotros.

La tercera raíz late en nuestra herencia cultural. Sólo hay que reconocerla y valorarla.

(*) Antropólogo social. Profesor investigador de la Universidad de Guanajuato. [email protected] – www.luis.rionda.net - rionda.blogspot.com