martes. 16.04.2024
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Renovación del fuego simbólico*

Renovación del fuego simbólico*

Estimadas autoridades, académicos y estudiantes aquí presentes:

Agradezco la distinción recibida mediante la invitación para participar en este evento, en representación de la gran comunidad de académicos y profesores de la Universidad de Guanajuato, institución a la que toca hoy renovar el fuego simbólico del recito de los héroes, en esta magnífica Alhóndiga, edificio que, a dos años de haberse inaugurado, fue escenario en 1810 de una de las más cruentas batallas del largo y penoso proceso de lucha por la independencia nacional.

El fuego a renovar aquí simboliza los anhelos de justicia y libertad que animaron a los guanajuatenses de hace dos siglos, para desatar la lucha en contra del dominio oprobioso que ejercía, sin miramientos, una potencia de ultramar en declive, que a su vez se encontraba ocupada por tropas extranjeras. Un mundo complejo se asomaba en los albores del siglo XIX, un mundo donde se hacía evidente que el continente americano estaba alcanzando una madurez societal y política que hacía cada vez más incómoda y anacrónica la vinculación avasallada a un imperio colonial que se resistía a asumir las modernidades heredadas del siglo de las luces. La independencia de las colonias inglesas de América del Norte, la tempranera independencia de Haití, la revolución social francesa y su consecuente bonapartismo, transformaron la visión de toda una generación de criollos y mestizos educados por jesuitas ilustrados.

Precisamente en medio de las transformaciones intelectuales del siglo XVIII, en 1732 nació el Colegio de la Santísima Trinidad, gracias a la visión de vecinos ilustres de la pujante ciudad minera. Lo regentearían los jesuitas, que se ocuparon de divulgar los valores humanistas de la sabiduría, la dignidad, la justicia y el compromiso con estas tierras y su gente. Hasta su expulsión apenas 35 años después, los inquietos jesuitas sembraron las semillas del amor por la libertad y el cultivo del intelecto, las artes y la identidad americana. Los mineros se opusieron a la expulsión de los padres jesuitas, los ocultaron y la ciudad de Guanajuato fue violentamente reprimida y castigada por su rebeldía ante el tirano. Las semillas libertarias comenzaban a germinar en las conciencias de los guanajuatenses.

Los jesuitas serían sustituidos en su labor educativa por los felipenses, que pocos años después fundaron el Real Colegio de la Purísima Concepción, y mantuvieron el cultivo de los mismos valores humanistas de sus antecesores. La levantisca ciudad se mantuvo en relativa calma, castigada por los déspotas borbones, hasta la culminación de la independencia en 1821.

Todavía recordamos el temible edicto con el que el virrey Marqués de Croix acompañó la orden de expulsar a los jesuitas de la Nueva España, por disposición del rey Carlos III:

“…y pues de una vez para lo venidero deben saber los súbditos del gran Monarca que ocupa el trono de España, que nacieron para callar y obedecer y no para discurrir ni opinar en los altos asuntos del gobierno”.

Pero la ilustración intelectual de Guanajuato se mantuvo e incluso se reforzó gracias a la labor de personajes como los marqueses de Rayas, en particular el segundo, José Mariano Sardaneta y Llorente, así como por el inquieto y visionario intendente Juan Antonio de Riaño y Bárcena, español comprometido con el progreso del imperio, y que encontró la muerte en este mismo recinto, víctima de un certero balazo en la cara.

Mi padre, Isauro Rionda Arreguín, citó en uno de sus textos una carta del segundo Marqués de San Juan de Rayas dirigida al abatido ex Virrey Iturrigaray, aquél que había simpatizado con la conspiración independentista del Ayuntamiento de la Ciudad de México en aquel fatídico 15 de septiembre de 1808, y que por esa causa fue apresado, retornado a España y sujeto a juicio de residencia. Vale la pena reproducir una sección de esa carta, fechada el 12 de noviembre de 1810, cuyo original se encuentra en el fondo documental de mi padre, quien a su vez lo recibió de don José Arenas. Cito al segundo Marqués de Rayas, simpatizante de la causa de la emancipación y quien en 1821 sería firmante del acta de independencia de México:

“El intendente Reaño [sic], que con torpeza constituyó en fuerte o castillo, la nueva casa de la Alhóndiga, (el edificio grandioso de que usted hará memoria, que está al costado de los betlemitas y le faltaba poco para concluirse cuando usted lo vio), se encerró en él y con la mayor parte de los europeos vecinos de esta ciudad, todos armados, y el batallón de infantería. Desde allí, con el fuego de fusilería, de algunos pedreros y granadas, hicieron resistencia por espacio de cuatro horas, que tardaron los insurgentes en vencer las puertas del castillo, cuyo ingreso decidió la batalla, afusilando [sic] y pasando a cuchillo la mayor parte de su guarnición. Murieron en el acto el intendente y otros ciento seis europeos, entre ellos don Francisco Iriarte, mi administrador que fue de la mina de Rayas, quedando el resto de ellos heridos y prisioneros. A esto siguió el saqueo de las casas, tiendas y haciendas de beneficio de plata, pertenecientes a europeos, respetando únicamente las posesiones de los criollos. En parte del saqueo, entraron los caudales de la Real Hacienda, con la pérdida también de algunas alhajas de Iglesia y particulares; los archivos de Cabildo y Cajas Reales, originada esta pérdida de la indiscreción del Intendente, de recoger todo esto en su denominado castillo, el cual yo he llamado ratonera. Él pagó con la vida, pero hizo sacrificar la de muchos, e igualmente sus intereses y los de toda la cuidad, que dependiendo de las minas, estás quedan enteramente paradas, y lo mismo las haciendas de beneficio de plata, de donde es fácil sacar la consecuencia de las resultas contra todo el reino, cuya opulencia consiste en casi solo éste ramo.”[1]

Sin duda la toma de la Alhóndiga, que a partir de entonces fue apodada por el pueblo como “Castillo de Granaditas”, significó un evento traumático para la ciudad, pero sobre todo para sus élites. Lucas Alamán, entonces de 18 años de edad, recordaba el terror que inspiraron los miles de sanguinarios seguidores de Hidalgo, y cómo estos tomaron a fuego y sangre esta Alhóndiga.

Habla el cronista Isauro Rionda Arreguín:

“En este momento comenzó el ataque a la alhóndiga de Granaditas, dirigido personalmente por don Miguel Hidalgo y Costilla y sus subalternos, quien montado a caballo y con una pistola en la mano recorría todos los puntos necesarios dando ánimo a sus gentes, lo que en su tiempo fue afirmado por varios testigos de vista.[…]

“La trinchera que más peligro tenía era la de la calle de Pocitos, mandada por el capitán español Pedro Telmo Primo, quien ya estaba herido de una bala, debido al mayor número de gente que la atacaba. El intendente Riaño creyó necesario reforzar dicha trinchera, por lo que personalmente, acompañado solo por su ayudante el criollo José María Bustamante, sorteando una lluvia de piedras que los indios arrojaban desde el Cerro del Cuarto, llevó veinte españoles armados hasta el parapeto en peligro; de donde el intendente volvió a la alhóndiga y estando ya en la puerta recibió una bala de fusil arriba del ojo izquierdo, que hasta los sesos echó por las narices, cayendo muerto ipso facto, y además dicha bala salió del cráneo del intendente y descalabró a un cabo del batallón de Guanajuato que estaba a sus espaldas. El mortal tiro fue disparado desde una ventana de una casa situaba en la plazoleta de la Alhóndiga, ahora nombrada plaza Casimiro Chowell, y se cree que el autor fue un sargento del regimiento de infantería de Celaya. […]

“La muerte del intendente cundió por todo el edificio e introdujo la confusión, el temor, división y discordia entre los defensores de la alhóndiga. Todos querían mandar, ninguno reconocía subordinación. […]

“En la alhóndiga todo era confusión; nadie obedecía a nadie; solo la tropa seguía reconociendo a sus jefes, pero con deseos de volteárseles. Todos mandaban, gritaban, pedían clemencia y confesión. Unos pedían rendición, otros defenderse hasta morir.”[2]

Una cita de Alamán tomada de otro texto de mi padre:

“Había una tienda en la esquina que forman la calle de los Pocitos y la Subida de los Mandamientos, en la que se vendían rajas de ocote, de que se provenían los que subían de noche a las minas para alumbrarse en el camino. Rompió las puertas la muchedumbre y cargando con todo aquel combustible, lo arrimaron a la puerta de la Alhóndiga prendiéndole fuego, mientras otros, prácticos en los trabajos subterráneos, acercándose a la espalda del edificio cubiertos con cuartones de losas,... empezaron a practicar barrenos para socavar aquel por los cimientos.”[3]

“Alamán calcula que la cantidad guardada en la Alhóndiga, entre barras de plata, monedas acuñada de todo tipo, azogue de particulares y de la real hacienda, alhajas y otros objetos valiosos, ascendía al valor de todo ello a más de tres millones de pesos.”[4]

El nacimiento de México a la independencia fue producto de un parto doloroso, ensangrentado y traumático. La gesta de la Alhóndiga le costó la vida a una cantidad de españoles, indios y castas que no ha sido bien determinada por los historiadores, pero que sin duda fue numerosa. Ninguno de los jefes insurgentes se enorgulleció de lo aquí ocurrido, pero Hidalgo lo consideró inevitable ante siglos de opresión y sufrimiento de indios, castas y mestizos. Al final, los criollos fueron los beneficiarios del proceso, y aún hoy nuestras élites en el poder son descendientes de esos americanos por nacimiento, mas no por genética.

Todas las naciones se buscan a sí mismas; demandan definiciones de su ser y su identidad. Buscan símbolos que les den sentido de unidad y trascendencia. México lo ha hecho con dificultad y sufrimiento, pero lo ha logrado a partir de luchas tanto fratricidas como con el exterior. El nacionalismo, convertido en patriotismo cuando se decanta mediante la violencia y el odio, puede ser un componente valioso para preservar la unidad de los países, pero también puede transformarse en un veneno muy peligroso que confronta a los conjuntos humanos en defensa de auténticos fantasmas. En lo personal, y como antropólogo, considero que el sentido de unidad nacionalista es valioso porque unifica lo diverso, le da consistencia a las formaciones políticas nacionales, pero también habrá que evitar los extremismos excluyentes de la xenofobia, el racismo y la discriminación.

Seamos mexicanos patriotas cuando se trate de la defensa de nuestros intereses como conjunto nacional, pero no caigamos en el aislacionismo obtuso, el chauvinismo anacrónico en un mundo cada vez más unificado por la tecnología y los flujos de capital, tanto económico como simbólico. Somos mexicanos y guanajuatenses, pero también habitantes de un planeta que se encoge, miembros de una especie que se necesita a sí misma para sobrevivir ante un futuro incierto, amenazado por todo tipo de violencias y agresiones al entorno natural. Seamos pues, mujeres y hombres comprometidos con nuestra especie y con el resto del mundo vivo, pero a partir de una mexicanidad que nos define y da certezas.

Muchas gracias a todos.


*Discurso pronunciado por el autor el 10 de octubre de 2013 en la ceremonia de renovación del fuego simbólico, en la Alhóndiga de Granaditas, a nombre de la comunidad de profesores de la Universidad de Guanajuato.

 

[1] Rionda Arreguín, Isauro. Del Guanajuato minero a la política virreinal, ideas independentistas de José Mariano de Sardaneta y Llorente. De próxima publicación por editorial La Rana, Guanajuato. P. 23.

[2] Rionda, Isauro. Capítulos de Historia Colonial Guanajuatense. Universidad de Guanajuato. 1993.

[3] Rionda, Isauro. El Pípila, héroe popular de la insurgencia. Ed, Radar. Salamanca, Gto. 1991, p. 11.

[4] Rionda, Isauro. Capítulos de Historia Colonial Guanajuatense. Universidad de Guanajuato. 1993.