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15/02/13

Sobre el amor

En el denominado “día del amor y la amistad”, pude participar en un panel académico sobre este tema inevitable.
Sobre el amor

En el denominado “día del amor y la amistad”, pude participar en un panel académico sobre este tema inevitable. Lo organizó la Coordinación de Impulso al Desarrollo Integral del Estudiante (CIDIE) del Campus León de la Universidad de Guanajuato, y fuimos panelistas el doctor en psicología Tonatiuh García, la doctora en sociología Aurea Valerdi, y este opinador, que presume de ser antropólogo social. Fue muy motivante ver un auditorio abarrotado con más de 150 estudiantes y profesores, todos traspirando juventud e interés por el tema “El amor y la infidelidad”.

Siempre he sido reacio a festejar un día que la mercadotecnia se robó del santoral católico. San Valentín fue un religioso romano del siglo III que veló por la permanencia de la institución matrimonial, que había sido prohibida a la plebe por el emperador, quien buscaba tener más soldados que maridos.

Creo que el panel fue buena oportunidad para reflexionar académicamente sobre uno de los valores culturales que han definido lo que entendemos como “humanidad”: el amor. Tonatiuh expuso con sus grandes dotes didácticas cómo este sentimiento se desprende de un complejo cultural, psicológico y biológico, que no puede desagregarse si queremos comprenderlo en su complejidad. Desde la relación de pareja hasta los vínculos más sofisticados que nos hemos dado para canalizar este sentimiento.

Áurea aportó una visión amplia, viendo al amor desde instituciones como el matrimonio, y fundamentándose en algunas estadísticas del INEGI que evidencian que en México hay una clara tendencia a que las parejas asuman votos matrimoniales a edades más maduras, con un promedio de edad de 21.2 según la ENADID de 2009. Pero también hay un incremento ligero pero sostenido en la incidencia de divorcios en los últimos años. Hoy día las jóvenes parejas tardan más en comprometerse, pero experimentan más. También tocó el tema del cambio en los valores sociales que dan estabilidad al contrato matrimonial.

Yo traté de exponer una visión personal sobre la evolución histórica de la noción del amor, que no siempre significó lo mismo. Le debemos a Shakespeare el nacimiento de la noción del amor romántico, que cobró inusitada fuerza en el siglo XIX, la centuria del romanticismo en las artes, en particular en la literatura.

El amor es un valor moral porque nos proporciona un referente emocional: un lazo intangible pero poderoso con otro individuo, hombre o mujer, hacia quien desarrollamos un interés excepcional que lo distingue entre los otros miembros de la comunidad. No hay que confundir el amor genérico con el amor sexual, que también es válido como elemento de unión e identidad. Pero por el momento me refiero sólo al amor genérico, a ese sentimiento que los seres humanos desarrollamos no sólo hacia nuestros semejantes, sino que también profesamos hacia otros seres vivos o incluso hacia lo inanimado. Por ejemplo, ¿cuántos de nosotros amamos a un objeto, a un edificio –como la casa donde se habita-, hacia una ciudad o hacia nuestra Nación? Igual nos volcamos en amor por la vida y los seres vivos, y con frecuencia prodigamos más amor a nuestras mascotas que a nuestras gentes.

Sin duda el amor es un componente de enorme trascendencia dentro de la cultura humana. Nos es tan sólo un sentimiento es, más que todo, una posición ontológica: porque soy persona amo, pero amo porque soy persona. Mi humanidad es definida a través del amor. Esto suena profundo y misterioso, pero todos entendemos muy bien cómo se experimenta el amor, como se gesta, cómo se goza o bien cómo se sufre. No necesitamos de definiciones, simplemente amamos, como respiramos sin siquiera darnos cuenta.

Las personas humanas, esas que se mueven sin muchos problemas en el denso mundo de los valores positivos, practican el arte de amar sin muchos aspavientos. Somos románticos sin ser cursis. Aunque a veces lo cursi forma parte del encanto del amor. Los otros, esos a quienes no me atrevo a llamar personas y menos humanas, aquellos que han negado los valores de la convivencia en favor del beneficio egoísta, particularmente el económico, tienen problemas para amar. Más bien ellos desean, ansían, codician. Cuando el individuo cae en las tentaciones del dinero fácil y malhabido renuncia a los valores solidarios, como sucede hoy con los ejércitos de facinerosos que han transformado a nuestro país en un campo de batalla. El delincuente no ama: sólo desea. Y el deseo sin freno moral es una abominación.

Todos buscamos nuestros espacios para el amor. Muchos lo encuentran en la iglesia. Otros lo hallan en el trabajo honesto. Yo lo he encontrado en la escuela, en la enseñanza. Acudir todos los días ante un aula refrenda mi amor por mis prójimos, en este caso los jóvenes inquietos que nos acompañan cotidianamente. La juventud y el amor van de la mano; uno no es posible sin el otro. En cambio, sí es posible sobrevivir a una vejez sin amor. Al menos teóricamente. Por eso no puedo concebir, ni de lejos, la posibilidad de dejar de dar clases el resto de mi vida, pues sería como renunciar a la mayor fuente de amor a mi alcance.

 

Antropólogo social. Profesor investigador de la Universidad de Guanajuato, Campus León. [email protected] – www.luis.rionda.net - rionda.blogspot.com – Twitter: @riondal