jueves. 25.04.2024
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Verano de la Ciencia

Verano de la Ciencia

Desde 1994 participo como asesor en uno de los programas académicos más interesantes que ha generado nuestra comunidad investigadora mexicana: el Verano de la Investigación Científica. Originalmente este programa surgió como una iniciativa de la Academia Mexicana de la Ciencia A.C. (AMC, antes Academia de la Investigación Científica) en el ya lejano año de 1990. La academia abrió un concurso en el que participaron más de 700 aspirantes a nivel nacional; sólo se seleccionó a cien afortunados estudiantes de licenciatura, que fueron asignados a otro tanto de destacados científicos ubicados en muchas instituciones del país, dedicadas a la investigación científica. Tras 23 años ya deben de ser miles los que han participado en este y otros programas hermanos que han surgido. Para hacer posible la estancia se asigna una beca para el sustento del chico o chica, quien de esta manera realizará su primera estancia de estudios lejos de su hogar.

La idea del programa es acercar a los estudiantes de pregrado a la actividad real y concreta que desarrolla un investigador consolidado, en cualquiera de las disciplinas científicas, ya sean las exactas, las naturales, las sociales, las formales o las humanidades. Durante ocho semanas el estudiante debe permanecer junto al investigador, auxiliándole en sus pesquisas, o bien desarrollando un proyecto propio bajo la asesoría del académico. Al final debe presentar un informe o una ponencia dentro de un intenso congreso nacional, dividido en mesas temáticas para facilitar el diálogo entre los estudiantes-ponentes y sus asesores.

Con el tiempo muchas instituciones fueron agregándose a este esfuerzo, y se generaron otros “veranos de la investigación” en universidades o consorcios de universidades. La Universidad de Guanajuato comenzó con su programa propio, pero coordinado con el de la AMC, en 1994. Poco después, en 1998, se inauguró el verano de la Región Centro, donde participan jóvenes de 40 instituciones de los estados de Aguascalientes, Coahuila, Guanajuato, Querétaro, San Luis Potosí y Zacatecas. El año pasado fueron más de 500 los becados para permanecer cinco semanas junto a un investigador, preferentemente miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Y así también existe el verano “Delfín” en las entidades del pacífico, y otros más que se me escapan.

Ya perdí la cuenta de cuántos estudiantes he asesorado en estos años. A muchos les perdí la pista, y dudo que se hayan dedicado a la investigación. Pero con otros he mantenido el contacto y he testimoniado con gran orgullo cómo se han dedicado de manera profesional a las ciencias sociales. Podría mencionarlos, pero no quiero arriesgarme a olvidar a alguno.

En este año me ha tocado la suerte de asesorar, dentro del XXIII Verano Nacional y el IX Verano de la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco a tres inquietas estudiantes de licenciatura en Comunicación de esa casa de estudios: se trata de Rita del Carmen López Pérez, Osiris Belén Moreno Palacio y Marisol Zúñiga Velázquez. Ya han acumulado un mes conmigo, y se encuentran desarrollando proyectos relativos al estudio de la cultura popular y su interpretación antropológica. Su curiosidad es inmensa y han recorrido algunas ciudades del estado en busca de ejercitar la observación participante. Ya redactan sus diarios de campo y hablan con la gente, en busca de sus percepciones y sus  prácticas culturales. Como comunicadoras, les interesa saber de los usos y códigos que les permiten a las personas interactuar y tejer comunidad identitaria. El método comparativo les hace contrastar sus propios hábitos y creencias adquiridas en su lejano y tropical Tabasco, con las áridas maneras de los guanajuatenses, tan apegados a sus formalidades ceremoniales y su religiosidad sempiterna. Visitaron el Cristo Rey del Cubilete, y les llamó la atención la guerra cristera que padecimos en los años veinte. Procedentes del liberal Tabasco, el de Garrido Canabal, es claro que el tema religioso es asumido de maneras muy diferentes por los habitantes de estas entidades. Pero ambas forman parte de ese mosaico tan rico que llamamos México, y en la diversidad de nuestras culturas radica nuestra fortaleza.

Ya me acompañarán mis estudiantes a la fiesta de la cueva de San Ignacio, este 31 que viene. Será una magnífica oportunidad para que estas curiosas visitantes observen una de las expresiones culturales que nos han definido con tanta claridad. Con la fiesta en el Hormiguero expresamos nuestro amor a los cerros pelones, a sus cañadas, a sus minas y a sus personajes memorables. Hombres y mujeres de conglomerado rojo son los guanajuateños, rústicos pero con afanes de sabios, alegres pero ceremoniosos, amantes de lo cultural porque da prestigio, aunque poco leamos a Cervantes y al Quijote. Ese Quijote que nos gusta afirmar que está sepultado en el centro de nuestra ciudad, bajo su efigie en bronce que reta al cielo.

Antropólogo social. Profesor investigador de la Universidad de Guanajuato, Campus León. [email protected] – www.luis.rionda.net - rionda.blogspot.com – Twitter: @riondal