jueves. 18.04.2024
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¿Por qué algunos países se desarrollan más que otros? (I)

¿Por qué algunos países se desarrollan más que otros? (I)

Probablemente, algunos de los que están leyendo estas líneas han tenido oportunidad de viajar a otros países más desarrollados que México, como Estados Unidos o Canadá, o quizás también algún país europeo. Quienes han tenido esa fortuna con frecuencia se preguntan ¿por qué en México no pueden ser las cosas así?, por ejemplo, ¿por qué en México no tenemos autopistas como las de Estados Unidos? 

Ciertamente, tampoco se trata de ser pesimistas o negativos. Si bien México tiene muchas carencias, también es cierto que no está tan mal como otros países de África o incluso Centroamérica. Pero volvamos a nuestra pregunta: ¿por qué unos países se desarrollen más que otros?, ¿cuál es el “secreto”? Para que un país se desarrolle necesita tres cosas: recursos naturales, capacidad para transformar esos recursos naturales y libertad. 

Que un país necesita recursos naturales para desarrollarse es algo fácil de entender. Un ejemplo son los países árabes y la bonanza de la que gozan gracias al petróleo. Algunos dicen que los futuros “países árabes” van a ser Bolivia y Chile, porque tiene grandes yacimientos de litio y el litio es la materia prima para hacer las baterías de los coches eléctricos. En fin, ya lo veremos. El hecho es que, para ser un país desarrollado, se necesita también un poco de suerte, esto es, que te toque tener una materia prima de la que haya mucha demanda. 

El segundo factor, la capacidad para transformar los recursos naturales en bienes de consumo, es quizás el más importante. Usemos un ejemplo. Si le damos un bosque con 1,000 árboles a una tribu de la Amazonia, a lo mejor lo trasformarán en miles de troncos más pequeños para alimentar el fuego. Las chozas de esa tribu no tendrán problemas de abastecimiento de leña por un buen periodo de tiempo. Si le das esos mismos 1,000 árboles a unos carpinteros de Michoacán, probablemente los transformarán en unas hermosas sillas y mesas. Y si se los das a unos ingenieros alemanes o noruegos, al lo mejor los transforman en medicinas o en componentes electrónicos. 

Obviamente, los ejemplos tienen sus imprecisiones técnicas; sin embargo, lo que interesa subrayar es que el núcleo de la economía es la capacidad de un país para transformar sus materias primas en bienes de consumo. A esto se le llama “crear riqueza”. Gracias a la industria e ingenio humanos, donde antes había una limitada cantidad de bienes, aparecen más bienes que podemos utilizar —podemos consumir— para tener una vida más digna. Podemos comer sentados sobre un simple tronco recortado o sobre una hermosa silla diseñada y construida por ebanistas de Michoacán. El ingenio del ser humano es algo realmente extraordinario. 

Por ello, el concepto de “distribución de la riqueza” no es del todo preciso, porque la riqueza no es algo estático. A veces se habla de la riqueza como si fuera algo fijo. Por ejemplo, en el mundo hay —desde el Big Bang—400 billones de dólares y Estados Unidos en este momento tiene 380. Esos billones antes estaban repartidos entre el Imperio Romano y el Imperio Chino y el Imperio Mexica. Es decir, siempre la misma cantidad de riqueza, solo distribuido de distintas formas. La realidad es otra: las materias primas sí son estáticas, pero la riqueza como tal no. 

Por eso no es correcto hablar de “distribución de la riqueza” como si se trata de repartir un camión con ayuda humanitaria; es más preciso hablar de igualdad de oportunidades para que todas las personas puedan acceder a la riqueza (si están dispuestas a trabajar). La presunta “distribución de la riqueza”, en el fondo, puede ser más bien un permiso para robar, permiso que aprovecharían personas que nunca quisieron trabajar, que nunca quisieron ahorrar o que nunca quisieron estudiar y esforzarse. 

La “riqueza” no son los billetes. Los billetes solo son un recurso para facilitar el intercambio de bienes. La riqueza son los bienes concretos: coches, computadoras, jitomates, teléfonos, refrigeradores, etc. 

Aquí es donde se ve la importancia de la educación, pues mientras más instruido esté un pueblo, más capacidad tendrá para transformar sus materias primas en riqueza, no hará leña con todo el bosque, sino papel, mesas o sillas. 

Aquí es importante un punto: un pueblo puede tener pocas materias primas, pero mucha capacidad para transformar en riqueza materias primas (propias o ajenas). Un ejemplo de esto es Japón: el país es solo una isla que cabe seis veces en México y, en vez de exportar materias primas, exporta conocimientos, esto es, tecnología. Los japoneses saben cómo transformar el hierro en coches, por ejemplo. 

La tecnología es en definitiva un conjunto de conocimientos que permite transformar materias primas en riqueza. Por eso no es tan buena noticia que venga Audi o Honda a construir una fábrica a nuestro país, porque nosotros no estamos generando nuestra capacidad para transformar nuestras propias materias primas —que son muchas— en riqueza. 

Simplemente estamos proporcionando mano de obra, que es otra forma de materia prima, para que otros creen riqueza. Así solo se perpetúa nuestra dependencia de otros países. 

Faltaría hablar aquí del tema de la libertad, pero me temo que el artículo está resultando demasiado largo. Por lo pronto, basta con tener claras estas dos ideas. La próxima semana hablaremos de la libertad.