Sexismo hasta el paroxismo

Sexismo hasta el paroxismo

Recientemente el aspirante a la presidencia por Morena, Andrés Manuel López Obrador, se refirió a Margarita Zavala como “la esposa de Calderón”. Como era de esperar, no faltó quién lo acusara de misógino, machista o sexista. Al inicio, yo también tuve esa impresión, pero después me pregunté si efectivamente era así o si la reacción no había sido motivada más bien por una hipersensibilidad sobre el tema. 

La causa feminista es más que necesaria, no solo por el respeto que merecen las mujeres, sino también por la valiosa aportación que hacen a la sociedad cuando disponen de mayores espacios para desplegar sus cualidades. Eso nadie con un poco de sentido común lo discute.

Chesterton decía que las herejías eran verdades que se habían vuelto locas. Pues bien, el feminismo, en su bondad y necesidad, puede caer también en excesos. 

Reflexionando, me di cuenta de que en el caso de “la esposa de Calderón” el mensaje no había sido “tú solo vales porque eres la esposa de un varón” (sexismo), sino “tú, como política, solo vales porque eres la esposa de un expresidente”. 

Fue un ataque político, no de género. Obviamente no estoy defendiendo a Andrés Manuel. Este no es un artículo político, es simplemente un análisis de nuestra sensibilidad cultural. 

Después vendrán los enemigos del tabasqueño (¿o debo decir, “de Andrés Manuel que nació en Tabasco”?), que aprovecharán la coyuntura para atacarlo. Pero eso ya es política.

Por otra parte, que se invoque con facilidad el argumento del sexismo perjudica sobre todo a las mismas mujeres. La discusión se debe llevar a temas que no tengan que ver con el género, porque así se afirma implícitamente la igualdad entre el hombre y la mujer. Si se hubiera defendido a Margarita con argumentos políticos, se habría puesto de manifiesto su capacidad para el cargo. Victimizarla solo la coloca en una situación de inferioridad. Y si el ataque hubiera sido, en efecto, sexista, lo más adecuado hubiera sido aplicar la máxima de “el mayor desprecio es no hacer aprecio”.

Ciertamente, referirse a una persona en función de otra no deja de ser ofensivo. Un servidor es el último de seis hermanos y durante toda la primaria y secundaria tuvo que conformarse con ser para muchos maestros “el hermano de Víctor” o “el hermano de Octavio”. ¿Una ofensa? Sí. ¿Algo molesto? También. Pero solo eso. 

Lo que quiero decir es que no debemos convertir una ofensa general en una ofensa sexista a base de prejuicios. Eso lo único que provoca es que las relaciones hombre-mujer se vean en clave de confrontación y no como lo que son realmente: una oportunidad para el enriquecimiento recíproco. 

Otras veces podemos considerar ofensa lo que simplemente es una perífrasis.

Perífrasis es un sinónimo de varias palabras que busca precisamente no repetir una palabra a la que se debe recurrir inevitablemente. Así, decir “el esposo de Shakira despejó el balón” puede ser una simple perífrasis en el contexto de una narración deportiva (sustituyendo a “Gerard Piqué”).

En otros casos puede ser solo un recurso para lograr una mayor claridad, utilizando referencias familiares al interlocutor. Por ejemplo, una mujer puede decir, “mi esposo trabaja mucho” si su interlocutor no sabe que su esposo se llama Jacinto. Algunos sostienen que se deben decir ambas cosas, esto es, “Jacinto, mi esposo, trabaja mucho”. Es una buena idea, pero no veo por qué deba ser obligatorio: en materia de lenguaje, siempre existirá la tentación de convertir un gusto personal en norma universal para todos.

Los latinos decían «distingue tempora et concordabis iura» (distingue los momentos y acertarás en el juicio). La próxima vez que oigas «es un comentario sexista», fíjate bien: lo más probable es que se trate solo de una ofensa general metabolizada por una persona, efectivamente, sexista.