martes. 16.04.2024
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Tenochtitlan delenda est

Tenochtitlan delenda est

La frase original es «Carthago delenda est» y solía pronunciarla Catón el Viejo al final de sus discursos en el Senado Romano hacia el 150 a.C. Significa «Cartago debe ser arrasada».

Catón estaba convencido de que el reino de Cartago, ubicado en la actual Túnez, representaba una seria amenaza para el domino romano. Roma estuvo a punto de ser conquistada por los cartagineses en el 217 a.C.

Con «Tenochtitlan delenda est», me refiero a que Ciudad de México debe desaparecer. Ciertamente, no estamos en guerra la ciudad, pero sí representa una amenaza, lo cual ha quedado confirmado una vez más con el reciente temblor del 19 de septiembre.

Sé que la propuesta es descabellada, pero es descabellada por la dificultad que entraña desmantelar una ciudad de 22 millones de habitantes y trasladarla a otro lugar. La propuesta es descabellada, pero no ilógica. Además, no se trata de volver el Valle de México un parque nacional, sino de devolverle a la moderna Tenochtitlán su carácter de “ciudad sobre el lago”.

Lo ideal sería extirpar de Ciudad de México toda actividad industrial y trasladarla a otras partes del país, dejando en la capital solo la actividad administrativa del gobierno federal —como sucede en Washington, D.C., o en Brasilia—, la intensísima y fecunda actividad cultural, y quizás también la actividad financiera.

Ciudad de México es el típico ejemplo de cómo un pequeño error al principio se convierte cada vez en un error más grande y más difícil de corregir.


El peor lugar para una megalópolis

Tenochtitlan delenda est porque se asienta en el peor lugar para construir una megalópolis.

En primer lugar, está ubicada en una geografía sin paragón con otra ciudad del planeta para sufrir los efectos de los terremotos. Como quedó demostrado en el último terremoto, la ola de destrucción reproduce fielmente el lecho de Lago de Texcoco. Lo que sucede es que el terreno pantanoso amplifica las ondas sísmicas y, por lo mismo, su fuerza destructiva.

En segundo lugar, está el problema del agua. Abastecer de agua a 22 millones de personas que viven a una altitud de 2250 metros implica un gasto extraordinario. Según un artículo de The New York Times del 17 de febrero de este año, el 40% del agua que se consume en la ciudad proviene de fuera del Valle del México y bombear el agua hasta esa altura implica un gasto de electricidad equivalente a lo que se necesita para abastecer a toda la ciudad de Puebla.

En tercer lugar, está el problema de las inundaciones o, como les gusta llamarlas a algunos, “los encharcamientos” (vaya charcos…). El agua tiene memoria y es lógico que, cuando llueve en el Valle de México, el agua tienda a formar los lagos que siempre hubo ahí. Añádase que el valle es una cuenca endorreica, esto es, que no tiene una salida natural para el agua. El agua sale por evaporación. De hecho, el Lago de Texcoco, el más bajo del valle y donde absurdamente se está construyendo el nuevo aeropuerto, era un lago salado. Es un fenómeno similar al del Mar Muerto en Israel.

En cuarto lugar, está el problema de la contaminación (por si no bastaran los tres anteriores). Como la ciudad se encuentra en un valle, es más difícil que se renueve el aire del mismo. Por eso, sobre todo en invierno, la capa de smog se estaciona sobre la ciudad elevando la concentración de partículas en el aire.

Un peligro para la democracia

Este factor ya no tiene que ver con la naturaleza, sino con la democracia. En el área metropolitana del Valle de México viven 23 millones de habitantes, esto es, poco más de la sexta parte de la población de todo el país. Así, quien gobierna Estado de México y Ciudad de México, tiene en su mano una considerable ventaja para las elecciones federales.


Matehuala, una opción

Sin ser perito en urbanística, sino usando solo el sentido común. Me parece que entre San Luis Potosí y Saltillo podrían fundarse dos nuevas ciudades, una expandiendo la actual Matehuala y otra un poco más al norte, hacia Saltillo. Esa es la ruta por la que salen gran parte de nuestras exportaciones. Es una zona semidesértica y, sin duda, el abastecimiento de agua sería un problema, como lo es ya de hecho para Ciudad de México. No habría el problema de los temblores, de las inundaciones y de la contaminación estancada.


Sin duda, Tenochtitlan debió ser una ciudad preciosa, flotando en el lago y con el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl al fondo presidiendo el escenario. Hoy es una plancha inmensa de concreto, desvencijada y llena de smog. Es una ciudad que nos recuerda nuestra incapacidad para planear, para anticipar problemas, para pensar a largo plazo y, en definitiva, para pensar en las futuras generaciones.

El temblor puede ser una buena oportunidad para derrumbar tanta inconsciencia.