Moisés Tort
15:34
02/09/16

Lipovetsky por acá

“ ... aprieta el puño y los dientes Lipovetsky y nosotros nos sobresaltamos del pasmo, del encantamiento; una nueva capacidad de movilizar fuerzas, materia, de conquistar territorios donde los castillos de tierra, pesados, se desmoronan; poder transformar la vida y comenzar a poner atención, como asunto serio, al tema de la inmortalidad."

Lipovetsky por acá

Gilles Lipovetsky | Foto, Angélica FavaGilles Lipovetsky (“se dice Yil; Yillll Lipovetsqui –me dicen”) se integra, ligero como un pájaro, a la aburrida academia de la universidad de Guanajuato. Él sabe, como lo expresa más adelante, que el debate filosófico, el pensamiento como oficio, puede llegar a pesos insoportables para las personas, digamos, cotidianas. Pero va a abrir la voz a cientos de jóvenes en el escenario más grande que tiene la universidad y parece que aguanta el protocolo lapidario de las autoridades académicas por eso, para que sus reflexiones puedan penetrar leves en “el cuerpo social”, en los estudiantes, constructores desde hoy del futuro inmediato, aunque sea de esta manera y no por la lectura reflexiva de sus libros.

Trae unas líneas de discurso preparadas porque anda de gira presentando su De la ligereza que en español, como casi todo lo suyo, edita Anagrama. Lipovetsky danza intensamente sus manos y los músculos de su cara cuando habla y, si uno atiende bien, su puño y dientes aprietan justo apenas lanza una idea, como si quisiera dejar claro que lo que ha mascullado es lo realmente importante. Pero lo hace tanto que todos están como pasmados, encantados de su genio y su francés y su halo de rockstar.

El reino del dinero, que aceleró todas las dinámicas de la sociedad moderna, especialmente los mecanismos de producción, evidenció el agresivo costo del peso físico de las cosas. El monstruoso sistema de sistemas capitalistas lanzó entonces un tentáculo hacia el reino de lo ligero y comenzó a disminuir el peso a tal grado que el suceso marcó un cambio de época: quedaba atrás una, simbolizada por la pesadez de la materia, y nacía otra dibujada por la desmaterialización. “Me parece que algo importante cambió”, aprieta el puño y los dientes Lipovetsky y nosotros nos sobresaltamos del pasmo, del encantamiento; una nueva capacidad de movilizar fuerzas, materia, de conquistar territorios donde los castillos de tierra, pesados, se desmoronan; poder transformar la vida y comenzar a poner atención, como asunto serio, al tema de la inmortalidad.

Uno de los académicos ha permanecido en el escenario con Yil y no lo mira a los ojos como para no asentir cuando el pensador le regala un gesto de repente, y este hecho provoca que nos demos cuenta de vuelta que debería irse porque distrae con su sonrisa de pagadodesímismo, de mirenconquiénestoyculerosynomeinteresa, porque desde la presentación adelantó de manera rebuscada que su panda de doctores tiraría un buscapiés, retaría al autor de La era del vacío, y el reto había caído ahí mismo, obeso, al vacío.

La miniaturización, el teléfono ultradelgado, el internet, obvio; las fibras, flujos de no materia que ahorran energía y nos van convirtiendo en otros, ignorantes de hasta dónde podrán llegar los efectos de ese nuevo sentido del poder. Porque también presenciamos las consecuencias de la ligereza en los cuerpos de moda, con sus efectos devastadores, por ejemplo en las dinámicas obsesivas de bajar de peso, de mostrar cada vez más hueso.

Y es que hay qué tener presente a estas alturas de la exposición otros temas, u otrostemaselmismotema, sobre los que ha reflexionado Lipovetsky antes en El imperio de lo efímero; en El crepúsculo del deber; en La tercera mujer; en El lujo eterno; en Los tiempos hipermodernos; en La felicidad paradójica; en La sociedad de la decepción; en La pantalla global; en La cultura mundo; y que hacen el capullo del que emerge esta nueva “civilización de lo ligero” que plantea también nuevas paradojas, así como es Yil, pues.

Hombres y mujeres narcisistas, individualistas, deprimidos, adoloridos, generadores de pobreza y violencia; ícaros enfrentados a las paradojas de la ebriedad de la ligereza contra los límites de la condición humana. Surfistas, hombres pájaro sorteando montañas o edificios, deslizadores y parapentes borrachos de elevación. Hombres y mujeres en persecución de la riqueza y la delgadez en un samsara donde nunca seremos lo suficientemente ricos ni lo suficientemente delgados.

Los que estamos ahí junto con los cientos de estudiantes que abarrotan el auditorio General de la Universidad de Guanajuato, que escalaron los 103 escalones de piedra para escuchar al Caballero de la Legión de Honor de Francia y doctorhonoriscausa de una decena de universidades en el mundo, referente también de radicales y ondergraunds que hacen distinciones menos grandilocuentes, podemos reflexionar con él en el mismo tiempo y espacio, en el mismo aquíyahora, en un hecho que es en sí entrañable.

Y vivimos el viaje que produce escuchar a Gilles, a Yil, Lipovetsky y creemos que por un momento podemos escapar de los tentáculos de la sociedad del hiperconsumo donde, pesados, vamos ligeros, distraídos, plácidos; donde, rígidos, sostenemos la impresión de que nada es consistente, que todo es obsoleto.

¡Y es que nos incita a dejar de engañarnos con un discurso sobre un tal nuevo orden que sustituirá al demonio del capitalismo y nacerá del ecologismo, en el que hemos depositado tanta confianza, carajo! Y no podemos odiarlo por eso sino escuchar de lo que está hablando, porque en el fondo Lipovetsky surfea en la punta de la ola de este océano que nos ahoga y ve, ve a lo lejos, adelante y a los lados, y atiende, distingue, que nos estamos aligerando respecto al peso del materialismo, y piensa que nacerá de ahí mismo, la salida de este camino a la extinción. Mira una luz en muchas luces posibles porque es un optimista aunque no lo parezca, y mira, como diría Houellebecq, la posibilidad de una isla.

Y desde lo diabólico del consumismo, desde su incapacidad de satisfacer las necesidades humanas, nos hace una revelación: que ahora ya no soñamos con Revoluciones, sino que soñamos con la Ligereza, y sabemos que es una revelación porque otra vez ha hecho esa mueca y ha apretado el puño como estallando un ave dentro de ella y dejando que las plumas caigan ligeras, sí, pero sin sentido o sin destino y que caigan sobre el académico que ya no soporta el peso de su sonrisa falsa y que parece no aguantar un calambre porque Lipovetsky ha pasado tal vez las dos horas.

Y comienza ya el encore, comienza a anunciar su salida este maestro del pensamiento contemporáneo, y seguro sabe ya para estas horas que ha impactado como quería a esta masa de estudiantes que quieren más, que se llenan de nuevas preguntas para aventar al aire, que se hinchan de nuevas dudas respecto a las consecuencias de esta ligereza que plantea Yil, que ya se están preguntando si este europeo comprendería de la misma manera si hubiera sido latino y sintiera el peso físico del imperio capitalista arriba de su cabeza, sentado en la pobreza de los migrantes, de los pueblos originarios, de los desposeídos contemporáneos.

“Para terminar”, dice mientras comenzamos nuestra despedida interna, nuestro agradecimiento infinito a la experiencia de compartir con el maestro; y para terminar llama a que hagamos frente a “la revolución de lo ligero”, a que observemos sus beneficios de alto impacto, a que dejemos de fijar la vista en el pasado de nacionalismos histéricos, de holocaustos, de fascismos, productos todos de ideologías en las que ya no creemos, y que enfoquemos de nuevo nuestra voluntad que crea, inventa, piensa y ama; a atender con todos los recursos a la ciencia y a la educación, porque de ahí surgirán las nuevas estructuras ahora que todas las alternativas al capitalismo se han caído.

Los estudiantes escriben preguntas al filósofo e intentan hacerlas llegar al escenario con los edecanes dispuestos a ello. Muchas se convierten en aviones de papel y Lipovetsky las acoge con una danza del cuerpo, una sonrisa, y las engloba en un ejemplo hermoso de ligereza, porque los edecanes sólo pasarán 10. Lipovetsky responde con la misma calidad, con la misma fuerza de su ponencia a los planteamientos de los jóvenes mexicanos que, habría acotado antes de entrar al salón repleto, “siempre están buscando respuestas sobre cómo funciona el mundo”.

Un académico intenta colar una pregunta forzada por encima de la dinámica propuesta como espacio para los estudiantes, y mientras se enreda en el contexto, mientras desespera a Yil que le dice que la suelte, que aviente la pregunta, mientras regala a los presentes la distensión de la risa, que aligera también ese momento incómodo del final del evento, vamos sacando nuestros libros de la mochila, y nos formamos en la fila en busca de una dedicatoria. Megsí, megsí, megsí, intentamos nosotros agradecerle con nuestro mal francés, apretamos la mano del escritor y nos vamos de ahí con un ligero vacío en la boca del estómago.