Mónica Navarro
08:56
23/04/14

Un beso para Gabriel García Márquez

Un beso para Gabriel García Márquez

Era el principio de los años 90 y yo vivía en Guadalajara, Jalisco. Un día un letrerito extraño apareció en mi puerta, Te espero al 10 para las 5 en el paraninfo de la U de G, (Universidad de Guadalajara) sé puntual. La letra desigual y fea, no podía ser de alguien más que de mi novio, quien trabajaba en el departamento de Cultura de esa Universidad, así que llamada por el amor y picada por la curiosidad, acudí a la cita en la hora señalada.

Llegar a la puerta del recinto no fue fácil. Estaba llena de personas elegantemente vestidas, los diversos aromas delataban que la clase poderosa estaba reunida y la presencia de guardaespaldas lo confirmaban. Esperaban la llegada del gobernador del estado y del rector para dar inicio a la ceremonia, así que para llegar a la puerta tuve que hacer uso de mi gafete de prensa y posicionarme tercamente en la entrada, hasta que David, mi novio, salió apresurado y me tomó de la mano -Viene conmigo- le dijo al chico de la puerta que intentó cerrarme el paso.

Una vez adentro me llevó con grandes pasos hasta la primera fila y se detuvo enfrente de dos caballeros a quienes inmediatamente reconocí: Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez, según recuerdo Fuentes de vestido de traje negro y García Márquez con una combinación en tonos café. Platicaban sonrientes; la pobladas cejas del colombiano se movían cuando hablaba, me quedé como hipnotizada tratando de escuchar su voz, de retener el momento en una gráfica mental y de repente todos sus relatos se me vinieron a la cabeza. No se me ocurrió halagarlo ni ponerme dulzona y decirle cuánto lo admiraba; mucho menos me ajustó el juicio para pedirle un autógrafo y, por supuesto, no era el tiempo de teléfonos celulares con cámara para tomarle una foto, así que lo único que atiné hacer fue a lanzarme sobre él y robarle un beso. Acto seguido hice lo mismo con el maestro Fuentes y rápidamente me encaminé a la puerta, antes que los guaruras me echaran. Mientras ambos conservaron una actitud entre pasiva y divertida, ya que imagino que en cada universidad que visitaban se les atravesaba una imprudente.

La sangre me hervía. Fue un enorme trayecto el que tuve que recorrer a la entrada, pero una vez que me alejé, grité prolongadamente para sacar mi emoción, no por haber tocado sus labios de una manera furtiva, sino por la emoción de haberlo visto vivo, sonriente, real, no a través de la foto de una contraportada, no en entrevista televisiva o de prensa, sino de carne y hueso, real y mágico.

Al otro día mi novio me preguntó qué le había dicho. Le respondí que nada; que sólo le había dado un beso. Él me reprendió por haber desperdiciado una valiosa oportunidad, pero estoy segura de que no había más que hacer o decir en tal circunstancia, porque en ese beso fugaz le agradecí por la familia Buendía, por Eréndira, por el Coronel, por Santiago Nassar, por Florentino Ariza y tantos personajes que habían llenado mi vida de color y magía. Me quedaba claro que no había más nada que hacer.

Otras veces me tocó coincidir en los mismos espacios con Gabriel García Márquez; una de ellas en un concierto de Joaquín Sabina y la otra en la última presentación que tuvo Chavela Vargas en el Auditorio Nacional. En ambas anunciaron que se encontraba entre el público; estiré el cuello y puse atención para poderlo ver, pero él ni se movió, ni se paró, así que no fue posible mirarlo a la distancia.

Hoy me quedo con el beso robado que, por lo menos en esta vida, no fue posible repetir.