viernes. 19.04.2024
El Tiempo

Arroz con leche

“La copla empieza cuando un tipo comodino busca novia, pero como observaremos adelante, no se conformará con cualquiera. Seguramente no cree en el amor a primera vista…”

Arroz con leche

Mientras veía jugar a mi niño con sus primos una ronda infantil llamada “Arroz con leche”, me propuse realizar uno de mis puntillosos análisis, ahora no dirigido a la política, sino a la sociedad hispanohablante en su conjunto. Así descubrí el Santo Grial del machismo en México.

Antes que nada, la canción no es una copla mexicana. Llegó mucho tiempo antes de la Independencia, al parecer desde Francia, y se extendió por toda la América Ibérica, con el nombre de “La viudita del Conde Laurel”.

Pero desmenucemos la canción verso a verso, en lo que llamaré “El machismo hispanoamericano y la viudita del Conde Laurel”.

La ronda, tal como la jugué de niño, dice así:

Arroz con leche me quiero casar/ con una señorita que sea formal/ que sepa coser, que sepa bordar/ que sepa abrir la puerta cuando oiga tocar./ Yo soy la viudita del barrio del Rey/ me quiero casar y no sé con quién./ Con esta sí, con esta no/ con esta señorita me caso yo.

Aunque la letra puede variar de acuerdo a la región donde se canta, veamos:

Arroz con leche me quiero casar. La copla empieza cuando un tipo comodino busca novia, pero como observaremos adelante, no se conformará con cualquiera. Seguramente no cree en el amor a primera vista. Además da a entender que es pobretón y feo; de lo contrario no andaría pidiendo arroz con leche y contándole a todo mundo por Internet, por WhatsApp y hasta en mensajes insertados en canciones infantiles, que se quiere casar.

Con una señorita que sea formal. Aquí comienza a destaparse su genoma de macho al pedir “una señorita”, no una señora, una seño o alguien transgénero –ahora que están de moda los matrimonios igualitarios-, sino una señorita formal con el himen imperforado, lo cual es discriminatorio y debe tener molestas a todas mis lectoras hembristas que se encuentren analizando conmigo la ronda.

Que sepa coser, que sepa bordar. El tipo, además de machista, es un talegón. No piensa dar golpe en la vida y por eso quiere alguien que sepa coser y bordar ajeno, para mantenerlo con sus vicios. Debe ser el caso de un poeta venido a menos: autoeditó su primer libro, no lo vendió y ahora necesita a alguien quien lo mantenga en lo que se dedica a su obra, esperando un golpe de suerte. Y como además es anarcopunk, ningún partido político le pasa dieta. Hasta aquí entiendo sus motivos, porque la forma más loable que conozco de prostitución es la que se da en aras del arte. Quien diga que no se ha vendido por publicar, que lance su siguiente libro.

Que sepa abrir la puerta cuando oiga tocar. Ahí si no estoy de acuerdo, ¡qué wey tan cómodo! A un yerno así, lo mando desaparecer antes de partir el pavo con él año tras año. Seguramente está viendo el clásico Chivas-América con una cerveza en la mano y rascándose el ombligo con la otra, por eso no se quiere parar el muy holgazán y manda abrir a la pobre chica, que a estas alturas ya habrá perdido su brillo y lozanía, con cuatro chiquillos a cuestas y otro más en camino por culpa de ese caradura. ¿Y si es un secuestrador o un violador el que toca? Francois Poullain de la Barre, Simone de Beauvoir y Paquita la del Barrio morirían de coraje. ¿Acaso no sabe que el feminismo ha sido motor del cambio social?

Pero lo más increíble viene a continuación.

Yo soy la viudita del Barrio del Rey. Vaya conflicto. Como dijera García Lorca, “se la llevó al río creyendo que era mozuela” y le salió un venado muy lampareado. ¿Qué esta mujer no lo entiende?: Él la solicita señorita. A menos que se haga una himenoplastia como Madona, o siquiera una añudada de vellos púbicos, va a decepcionar al poeta.

Me quiero casar y no sé con quién. Aquí está el meollo del problema, porque la viudita ya sabe las calculadoras intenciones del tipo. La canción no especifica si la aludida tiene bigote, cara de molcajete o le apesta el aliento, porque de otra manera no entiendo tanta urgencia de la viudita por casarse con un sujeto de la peor ralea: pobre, machista, mantenido y seguramente hasta golpeador. Sigmund Freud revelaría “la existencia de una predisposición a la pasividad y una fijación relacionada con el complejo de castración y la conciencia de culpa”. Hebert Spenser lo definiría como un caso de Darwinismo social. En realidad, probablemente sólo se deba a que ya está embarazada, no le cumplieron y quiere agarrarse otro como el marido muerto, aunque no sea de sangre azul; para sus fines se conformará con un poeta punketo. Aquí surge otro conflicto: Jamás se aclara el deceso del Conde Laurel. Tal vez fue un homicidio premeditado para quedarse con su pensión y los seguros; siendo así, bien merecido tiene la viudita el futuro que se vislumbra en el siguiente verso.

Con ésta sí, con ésta no. O sea, además de todo, es mujeriego. Lo que no sabe el pobre hombre es que ya la viudita le tiene contratada una póliza de vida, y probablemente él sea la próxima víctima. Si el poeta hubiese sido un hombre sensato como cualquiera, habría dicho: “con ésta sí porque tiene buena teta/ con ésta no porque parece palo de escoba/ con ésta más nalgona me caso yo”, en lugar de escoger a la millonaria viuda de un conde.

Con esta señorita me caso yo. Al principio sentí coraje, pero en la coda final me apena saber que a nuestro héroe le saldrá el tiro por la culata. Desde que doña Diabla engañó a don Diablo, no se puede confiar el hombre: dio resultado la enlazada de pelos. Habría sido mejor que el poeta continuara comiendo de los bocadillos que ofrecían cuando presentaba sus libros, asistiendo a las tertulias literarias gratuitas para emborracharse con el vino de cortesía y seduciendo a sus escasas grupies, mientras esperaba ganar algún día un concurso literario y así hacerse notar en el círculo, pero en vez de esforzarse por pulir su técnica retórica, eligió el camino equivocado y la necesidad lo hizo caer en las redes de la Viuda Negra, una asesina en serie.

Y bien, hasta aquí concluye mi análisis de “La viudita del Conde Laurel”, a la par del cigarrillo que me fumaba. Creo que no era tabaco.

Me convencí que en lo sucesivo mejor seguiré hablando de política, para no desgraciarle la niñez a más de uno, enfrentándolo a los homofonismos, sinonimias y polisemias de la lengua española, y a los estereotipados roles de género del cancionero infantil.