Crónica de la toma de rehenes dentro del IMSS

“Muy tarde se dio cuenta que no eran del molesto equipo de supervisión delegacional, sino que estaba en curso un secuestro dentro del mismo instituto…”

 

Crónica de la toma de rehenes dentro del IMSS

A menos que se labore en un banco, en la oficina y en el hogar es donde se siente uno más seguro. O al menos eso creían los trabajadores del turno nocturno del hospital de IMSS en Celaya.

Eran las 3:30 de la mañana cuando hombres armados, sin que nadie los detectara, rompieron las cadenas de la entrada principal al nosocomio por la transitada Avenida Mutualismo. Como fantasmas se escabulleron al área de archivo, sometieron al encargado de los expedientes y lo arrastraron hacia el banco de sangre, donde otro de los trabajadores dormitaba, y cuando despertó se encontraba ya encañonado por cuatro sujetos, tres masculinos y una mujer, que vestían batas con el logotipo del hospital y cubre bocas quirúrgicos. La química de guardia que trabajaba detrás de unos cristales observó a los sujetos de bata, acto seguido escudriñó el reloj que daba las cuatro menos quince del jueves 6 de septiembre del 2018, y pensó: “son esos desgraciados de la supervisión; el acoso laboral al que nos tienen sometidos no tiene límites, ni en la madrugada nos dejan de estar fastidiando”. Muy tarde se dio cuenta que no eran del molesto equipo de supervisión delegacional, sino que estaba en curso un secuestro dentro del mismo instituto. Por más que rogó que no se la llevaran, porque tenía una hija pequeña que dependía de ella, la arrastraron junto a los otros dos hombres que previamente habían privado de la libertad. Otra laboratorista que estaba en el baño, salió sólo para ser también sometida. A los cinco minutos se unió al grupo de rehenes una joven enfermera, quien acudió al banco de sangre por un paquete globular para un niño grave que se encontraba en urgencias. Era su primera guardia nocturna y al principio pensó que se trataba de una broma.

—Venimos por otra persona—, dijeron los secuestradores a los rehenes mientras ataban a la nueva víctima y la dejaban parada a un lado de la puerta, ya que el piso estaba mojado y ocupado por el resto de los secuestrados, quienes se habían orinado por el susto al no saber cuál sería su fin —si se están quietos puede que la libren, pero si gritan o se pasan de listos, los matamos a todos—. Recién pronunciaban esta advertencia cuando se escucharon gritos afuera: era la asistente médica de urgencias, quien había ido a ver por qué tardaba tanto tiempo la compañera enfermera con la sangre que se necesitaba para transfundir de emergencia a un niño. El resto del personal también escuchó los alaridos desesperados de la asistente cuando la arrastraban en contra de su voluntad para también amarrarla, sin embargo, no les prestaron atención al creer que se trataba de alguna paciente en trabajo de parto. En lo que los cuatro secuestradores traían a la fuerza a la asustada trabajadora, alguien logró asomarse por una ventana e indicarle a un médico interno que había salido a despejarse del sueño al patio, que había una situación de rehenes y necesitaba llamar a la policía. Cuando las fuerzas del orden llegaron a desamarrar a las víctimas, a las 04:15 de la madrugada, los secuestradores ya se habían ido. No robaron ni una cartera, ninguna joya o reloj, y ni siquiera intentaron manipular el cajero que se encuentra dentro de las instalaciones del IMSS Celaya. Los celulares los dejaron afuera en una bolsa. Venían, como dijeron, por alguien más a quien por fortuna no encontraron, gracias lo cual no hubo víctimas fatales, sólo la evidencia de las condiciones de inseguridad en las que laboramos el personal médico y paramédico, jornada a jornada, y de las cuales ya he venido dando cuenta en mis artículos periodísticos anteriores.

Las autoridades están a la espera de que un día de estos se desate una Noche de San Bartolomé dentro de un hospital y no quede nadie vivo, para hacer algo.

—Me hubiese gustado con toda el alma —confesó uno de los entrevistados con lágrimas en los ojos —que a quien hubiesen amarrado y humillado con un pie en el pescuezo hasta hacerlo orinar del susto, fuese al líder del equipo de supervisión de la delegación, a quien tenemos aquí todos los días acosándonos. Sólo el día que eso ocurra, nuestra situación va a cambiar [sic].

Los trabajadores del sector salud vivimos dos realidades contradictorias: la de jefes y supervisores, quienes nos ven desde la barrera, y la de quienes nos enfrentamos a diario con el toro dentro del ruedo.