El Chalequero

“Dicen que las astillas caminan si no te las sacas a tiempo. En una autopsia encontré una que llegó hasta el corazón del desgraciado cadáver. Hacer como que no pasa nada, sólo empeorará las cosas…”

El Chalequero

Hoy día, a poca gente le dice algo el nombre de El Chalequero. Su infame historia se ha difuminado a través del tiempo, y si me viene a la mente en estos momentos es por la pretensión de la Fiscalía General de la República (FGR) de desaparecer el feminicidio como delito e incluirlo como agravante del homicidio. Aunque no soy jurista, la razón es obvia: hemos dejado de tener rostro, incluso, dejado de ser un simple número. Ahora los mexicanos nos estamos convirtiendo solo en una estadística, y una de las más vergonzosas para México, desde las Muertas de Ciudad Juárez, ha sido el feminicidio. Más que el robo, la pobreza, y el homicidio doloso, el infanticidio y el feminicidio nos retratan como el pueblo bueno y sabio del discurso que no somos. Tristes casos como el de los niños y mujeres de la familia Le Barón o el de Ingrid Escamilla, una joven desollada por su pareja, dan al traste con todo. ¡Pero que caray!, si se va a rifar un avión sin avión, si hay crecimiento sin crecimiento, salud sin medicinas y seguridad sin seguridad según los otros datos de la Presidencia, qué más da que haya muertas sin feminicidio; todo es posible en México contemporáneo.

Y no quiero parecer crítico nada más en este sexenio que apenas comienza: eso de difundir cifras alegres y manipular lo que no conviene ya lo he venido denunciando desde años atrás, como cuando la secretaria de la Función Pública en el sexenio anterior se ensañó con los servidores públicos de baja denominación, que eran los que firmaban contratos por órdenes de la burocracia dorada, quien se benefició durante años de subrogaciones amañadas y a modo. Pero la Secretaria de la Función Pública cumplió con sus estadísticas, ¡claro que sí!, a pesar de que personajes como García Luna, Rosario Robles o Emilio Lozoya ni siquiera fueron tocados hasta que hubo cambio de régimen.

Y ni qué decir de la guerra contra el narco de Calderón, que no fue más que una simulación, más bien una lucha interna dentro del gobierno para apoyar a unos cárteles y desaparecer a otros, con cientos de inocentes muertos, que fueron contados entre las huestes del crimen organizado y no como víctimas colaterales. ¡Malditas estadísticas y el trabajo que da para que cuadren! Lo echan todo a perder. Por eso, qué mejor idea que desaparecer el rubro problemático. Es más, si se puede quitarlo del diccionario, mejor. Ya luego se desaparecerán las muertes maternas, el secuestro y enfermedades de la pobreza.

—¿Qué horas son, capitán? —Las que usted ordene, mi general Díaz.

Por cierto, el nombre real de El Chalequero fue Francisco Guerrero Pérez, y se trató del primer asesino serial mexicano, quien degolló a más de treinta mujeres por los alrededores del Río Consulado de la Ciudad de México. Cuando apareció Jack el Destripador, la prensa mexicana publicó que Inglaterra ya también tenía su Chalequero. Fue condenado a muerte, pero Porfirio Díaz le conmutó la sentencia a cadena perpetua en San Juan de Ulúa, para poderlo sacar y desviar la atención pública cuando fuera necesario. La necesidad se dio al final de su mandato, cuando el pueblo comenzó a clamar por democracia. Porfirio Díaz liberó al Monstruo del Río Consulado, quien —como era de esperarse- volvió a cometer feminicidio, todo para dar al pueblo de México el circo que necesitaba y desviar la atención mediática. Con El Chalequero nació la nota roja periodística.

Dicen que las astillas caminan si no te las sacas a tiempo. En una autopsia encontré una que llegó hasta el corazón del desgraciado cadáver. Hacer como que no pasa nada, sólo empeorará las cosas.