martes. 23.04.2024
El Tiempo

En obra negra

“Dejar proyectos inconclusos no es propio de este sexenio…”
En obra negra


Nuestro país parece estar condenado a jamás lograr de concluir su desarrollo. Cada sexenio queda en mampostería y no llega nadie a terminar de enjarrar los ladrillos desnudos que amontonó su antecesor, no con su dinero, obviamente, sino con el de todos los mexicanos. El recién llegado echa todo por la borda, en su afán de construir sus propias quimeras y llenarse los bolsillos.

Dejar proyectos inconclusos no es propio de este sexenio, ni tampoco de los mexicanos.

Por ejemplo, la basílica de La Sagrada Familia fue diseñada por Antonio Gaudí en 1882, y aún no ha sido terminada. Eso sí, por fortuna, a nadie se le ha ocurrido la estupidez de derrumbarla, como hicieron en México con el nuevo aeropuerto, y lo que fue peor, el Seguro Popular, declarado extinto a partir del 2020, para dar paso a un plan de salud sin pies, cabeza, ni sustento. Y ni qué decir del programa IMSS Prospera.

No será siquiera la historia quien juzgue estos desatinos; ya está cobrando cuota la realidad: México aparece como el país de América Latina y el Caribe, con la tasa de letalidad más alta entre las personas afectadas por covid-19, en un estudio presentado por la Revista Panamericana de Salud Pública, de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), y es el más peligroso para ejercer la profesión médica por su alta tasa de contagio entre el personal de salud.

El IMSS, que va a la cabeza en el número de médicos y enfermeras fallecidos, tiene un departamento llamado  Servicios de Prevención y Promoción de la Salud para Trabajadores del Instituto Mexicano del Seguro Social (SPPSTIMSS), que debería dar una explicación de la alta tasa de mortalidad médica en su instituto, o mejor disculparse y desaparecer, porque no ha cumplido ni con la prevención, ni con la promoción de la salud entre los trabajadores. Se ha convertido en un departamento punitivo, al servicio de los delegados y jefes de personal, que niegan sistemáticamente las licencias a trabajadores de alto riesgo.

Lo observé al ver laborando dentro del área covid a compañeros y compañeras con comorbilidades como cáncer, diabetes, hipertensión, enfermedad pulmonar instructiva crónica y púrpura trombocitopénica, a pesar de solicitar ayuda en todas las instancias del instituto. Cualquier periodista podría hacer una investigación a fondo de este problema que, creo, es una de las principales causas de la morbilidad. Si se sabe que el coronavirus es más letal en los hipertensos, ningún hipertenso debería estar laborando en áreas covid.

La razón por la que siguen dentro es simple: hay un subejercicio para suplencias porque el presupuesto para tal fin se desvía. Esa es la causa por la que nuestros compañeros caen enfermos como moscas.

La carencia de personal para suplir tiene otros factores, como el paupérrimo sueldo a los profesionales de la medicina y las nuevas condiciones de jubilación y pensión de todos los asalariados (si se le puede llamar jubilación a la miseria que dan las afores), que ya no les es atractivo a los médicos recién egresados de las especialidades médicas, quienes con justa razón prefieren el medio privado.

La situación de los directores es aún más penosa: en la actualidad el 90% son médicos familiares y urgenciólogos del sistema “semipresencial” a quienes, por los requerimientos y características de su especialidad, se dificulta su desempeño en el medio privado y aceptan venderse más horas al sistema, siendo pocos y a regañadientes los especialistas clínicos o quirúrgicos que se mantienen en los puestos de confianza, no habiendo verdadera expertis en el campo clínico especializado, frente a pacientes reales, ni mucho menos en un quirófano, en quienes dan las órdenes en hospitales o en las oficinas delegacionales.

El mundo está construido sobre un plan cuya simetría está presente en la estructura interna de nuestro intelecto, y la libertad nunca es dada voluntariamente por el opresor; ésta debe serle arrebatada por el oprimido. Por eso, en este mes de octubre, cuando se dará la revisión salarial del sistema de seguridad social más grande de América Latina, es hora de que los trabajadores IMSS hagan ya valer sus derechos y ser recompensados más allá del discurso político.

Existe una cadena de pruebas físicas y circunstanciales que vinculan a altos servidores públicos con crímenes de Estado en contra de médicos, enfermeras, químicos y paramédicos, principalmente por omisión. Exigir nuestra simple sobrevivencia parece ser un acto de insurrección. Protestar por lo que por derecho nos corresponde, tal vez le parecerá un insulto al actual gobierno que exige “obediencia ciega”, pero la base trabajadora del sector salud está más allá del discurso, en su derecho de alzar la voz, a pesar del riesgo latente de ser subidos al patíbulo en la hoguera que se enciende cada mañana desde Palacio Nacional, para hacer arder a los pocos zoroastrianos desobedientes que aún tienen el ánimo de reclamar justicia.

En el IMSS sólo pedimos un salario justo en la próxima revisión de octubre, y que se nos devuelva nuestro plan de jubilación el año entrante, asunto ya puesto en la mesa del debate por el PT, junto con quien Morena llegó a la Presidencia.