viernes. 19.04.2024
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El Evangelio Según • Árbol de la Noche Triste • Víctor Hugo Pérez Nieto

“… seguimos culpando de nuestras tragedias a la conquista, en vez de asumirnos como lo que somos…”

El Evangelio Según • Árbol de la Noche Triste • Víctor Hugo Pérez Nieto

No importa que la vida te haya noqueado, el mundo seguirá girando. Y si no te levantas rápido, te pasará encima con todo su peso.

Lo mismo ocurre con las naciones.

Aún no sé qué golpe fue peor: el de la conquista, que nos unificó como un país que no éramos, o el de la independencia, que nos dividió en dos sectores que de vez en cuando reviven: liberales y conservadores. Hoy, hasta al Árbol de La Noche Triste ya le cambiaron el nombre a “Árbol de la Noche Victoriosa”.

A mí me debería parecer una banalidad, porque no estoy ni a uno ni a otro lado del nudo entre hispanistas e indigenistas.

Cuando mi madre nació en Morelia, sus antepasados libaneses llevaban tres generaciones viviendo en México, tantas que sólo su bisabuelo era maronita y toda su descendencia se convirtió al catolicismo. Mis orígenes otomanos no me han hecho sentir nunca menos mexicano, y al no ser ni indígena ni de ascendencia española, tengo la ventaja de analizar mi país desde un punto de vista más neutral.

También me considero mestizo, pero mi mestizaje fue distinto: la tía Margot, quien me crió en la finca de una aldea michoacana llamada Arato (su papá era Eudocio Jasso Arath y por eso le pusieron así al pueblo), me daba de comer carne de cordero con labneh y jubz que ella hacía en el fogón de las corundas para el churipo de sus cuñadas purépechas.

Somos un crisol de culturas al cual se le agregaron: judíos sefardíes del norte de África expulsados de Granada porque Isabel la Católica y la Corona de Castilla no los quería en la recién conquistada Andalucía, Irlandeses que siguieron al batallón de San Blas, haitianos y franceses espantados por la primera guerra de independencia latinoamericana, españoles cubanos y filipinos que no supieron a dónde ir luego de la guerra hispanoestadounidense, apaches lipan que corrieron de sus territorios en EU y Canadá,  los polacos de Santa Rosa, chapines, colombianos, venezolanos, y puedo seguir llenando folios de descendientes de extranjeros en Mexico sin las raíces aztecas ni peninsulares, pero más mexicanos que el tequila, porque como dijo Chavela Vargas, “un mexicano nace donde se le da su ch… gana”.

Todas nuestras diferencias étnicas debieron quedar resueltas hace cientos de años, pero se reviven de vez en cuando según las necesidades de los políticos, la mayoría de ellos con raíces y apellidos tan europeos, que no entiende uno su indigenismo, como no sea pura demagogia.

El mundo nos ha pasado más de tres veces encima. Mientras, nosotros seguimos culpando de nuestras tragedias a la conquista, en vez de asumirnos como lo que somos.

Seguimos siendo tal como nos describió Octavio Paz en “El Laberinto de la Soledad”.