El Evangelio Según • El sitio • Víctor Hugo Pérez Nieto

“De regreso al mundo, luego del estado de sitio, queda todo roto, extraviado…”

El Evangelio Según • El sitio • Víctor Hugo Pérez Nieto



No conozco algo más trágico en la historia universal que una ciudad sitiada.

El Sitio de Constantinopla marcó el fin de la Edad Media; el Sitio de Stanlingrado fue el punto de inflexión de la Segunda Guerra Mundial, sólo por mencionar dos casos tan dramáticos como heroicos, que a pesar de la devastación, dieron paso a nuevos y desconocidos horizontes.

Yo nunca me había sentido ni siquiera vulnerable, mucho menos sitiado y derrotado cómo este primer mes del año que nos asestó el covid-19, como una saeta, en el centro del corazón familiar, y devastó nuestro universo.

Al principio suena fácil, se siente fácil.

Todo inicia como un cuadro gripal en algún miembro de la casa, que sin motivo aparente se comienza a extender. Los días se convierten en horas interminables conforme va pasando el tiempo, y cada día lo sorprende a uno con otro síntoma nuevo, cada vez más incapacitante, hasta quedar postrado, aferrado a la vida de un tubito de oxígeno. Luego, entonces, no conocía lo que era no agradecerle a Dios por otro amanecer, ya que éste siempre me aguardaba con una desagradable sorpresa.

No hay quien cuide de nadie cuando todos están enfermos, y los menos graves tienen que hacerse cargo de las exequias y las cenizas de los que van muriendo.

Las mascotas y los jardines que van quedando solos, son los daños colaterales que más duelen, la economía de los que sobrevivimos, tarde o temprano se volverá a equilibrar, pero es imperdonable ni siquiera poder llorar a los que se van, porque implica gastar el poco oxígeno útil que contienen nuestros pulmones, y puede sobrevenir la muerte después de un espasmo bronquial.

Así de crueles son las guerras; debe uno minimizar las emociones para evitar ser descubierto y asesinado.

Nadie menciona nada de eso en las conferencias vespertinas del gobierno donde sólo se van sumando muertos, como simple estadística, aunque cada uno tenga nombre, apellido, familia.

Al inicio se le describía en la gestión del dolor por las incompetentes autoridades como una gripa común y corriente, aunque los reportes desde Europa indicaban lo contrario. Hubo tiempo de levantar muros, barricadas, pero no hicieron nada, ni sociedad ni autoridades. Así no se resiste un estado de sitio.

Recuerdo que mi tatarabuela platicaba de la Gripe Española y yo pensaba que eran enfermedades del pasado. De cómo huyeron de los pueblos cuando llegó la peste, y cuando regresaron, los animales de la granja ya se habían feralizado y los atacaban. La historia se repitió, con la diferencia que parecía haber más conciencia de la pandemia en 1918 que ahora.

Hoy a los jóvenes parecen importarles nada los viejos, porque no saben lo que es perderlos.

En el caso de Constantinopla, terminaron por ceder las murallas que protegieron durante siglos la capital del Imperio Romano de Oriente. En Stanlingrado, el pueblo resistió hasta el último hombre que pudo ponerse de pie y tomar un arma, lo que significó la derrota de Hitler (si es que hubo algún ganador entre tanta muerte).

Sólo una ciudad sitiada puede igualar la tragedia que vive el mundo, con esta sociedad enferma, con dramas familiares por doquier. Aunque esta peste también sabe y se siente como un sitio, ahora la guerra es contra un enemigo invisible e invencible hasta el día de hoy, y contra quien parece que nadie está decidido a actuar de manera contundente. Desde la Segunda Guerra Mundial el Planeta Tierra no vivía una tragedia de estas proporciones, y como entonces, parece que la única salvación plausible vendrá otra vez de Rusia.

De regreso al mundo, luego del estado de sitio, queda todo roto, extraviado, confundido en una pesadilla de la que despertar duele más, porque habrá que seguir contando los muertos. Llorarles a destiempo, buscándolos en el recuerdo.