sábado. 20.04.2024
El Tiempo

El inconmensurable aguijón

“Aplaudo a las feministas de la Universidad de Guanajuato, quienes al terminar su paro incluso limpiaron las calles y recogieron la basura, pero repruebo a cualquier engendro (el género es lo de menos) que se atreva a siquiera arrancarle una hoja a un libro…”

El inconmensurable aguijón

 


Las feminazis quema libros de la FIL no son lo mismo que las abejas de la colmena de la Universidad de Guanajuato. El fin es el mismo, pero los medios son distintos.

Mientras me regodeaba al ver por fin a la comunidad estudiantil de la Universidad de Guanajuato rebelarse contra las injusticias y los abusos de que han sido objetos a lo largo de los últimos años en una de las casas de estudio más pacíficas de este país, sentí rabia mirar recorrer los pasillos de la FIL de Guadalajara en la venta nocturna, a un grupo de hembristas que recogieron los ejemplares de un libro que les pareció impropio, y luego de deshojarlo le prendieron fuego en una pira.

Yo, acostumbrado a los paros, las marchas, las pintas y la represión policiaca que era cotidiana el mi Alma Mater, la Universidad Michoacana de San Nicolas de Hidalgo, donde nos ponían como ejemplo (sobre todo a quienes éramos más grillos) el pacifismo casi franciscano de los estudiantes guanajuatenses, me alegró verlos por fin romper sus cadenas y darse cuenta que a la Universidad no se va solo a aprender ingeniería, medicina o leyes, sino a conocer y cuestionar el universo (de ahí el nombre de universidad). En dichos recintos el joven aprende a descifrar su entorno para cambiar el mundo.

El detonante del paro estudiantil en la UG fue el feminicidio sin esclarecer de una pasante (la ex alumna Ana Daniela Vega González, quien estaba en trámites de titulación de la licenciatura de biología experimental), y la indolencia de las autoridades —tanto universitarias como estatales–, para desmarcarse del homicidio y hacerse de la vista gorda con argumentos tan pueriles como que se había tratado de un suicidio (algo que me recordó el triste caso de los hermanitos Luna de San Miguel de Allende), y de que al estar en trámite de titulación ya era harina de otro costal.

Los estudiantes en paro sólo pedían condiciones básicas para volver a las aulas en un entorno mínimo de seguridad.

Fue así como lograron poner en el banquillo de los acusados al rector de la universidad, al alcalde de Guanajuato y al propio gobernador del estado, a quienes hicieron pedir perdón como chiquillos castigados. No así a Carlos Zamarripa, quien es una suerte de “Genaro García Luna” local que ejerce su máximato desde hace más de 10 años en la entidad y es en parte responsable de la inseguridad que vivimos actualmente. El fiscal carnal, mi vecino incómodo en un lote que poseo —y quien tiene su finca de varias hectáreas con un viñedo, rodeada de altas bardas en Cuevas, a la entrada de Guanajuato-, tuvo otros asuntos más importantes en su agenda que la seguridad de la comunidad estudiantil, y no asistió a la comparecencia. En fin, no se podía esperar mucho más de él.

El otro caso fue la muy lamentable quema de libros que algunas hembristas llevaron a cabo en el marco de la FIL, y que las pone a la altura de Torquemada y la Santa Inquisición, dentro de ese vulgar subgénero que cree tener la verdad absoluta y se convierte en policía y guardián de pensamientos y voluntades ajenas.

Un escritor puede hablar de lo que le dé la gana, un investigador puede basar su método científico en él área que crea conveniente, un poeta puede versar sobre cualquier tema, y un artista plástico plasmar sin tapujos en el lienzo lo que tenga en la cabeza. Debe haber arte y público para todos los gustos, no nada más los oficiales y los radicales. Habrá quien guste de ver a Zapata caricaturizado, y a quien no le guste podrá seguirse de largo en la exposición, pero el arte, además de extasiar los sentidos, sirve para crear polémica y debe quedar a salvo de los quema libros, entinta cuadros y reparadores de conciencias.

Si una de las funciones del arte no es ocasionar polémica, Igor Stravinsky jamás habría compuesto “La Consagración de la Primavera”, y tal vez nosotros no hubiésemos delirado nunca con Lolita, de Vladimir Nabokov. No existirían los tritonos ni el heavy metal, y que más decir: sin investigación científica y teorías filosóficas (nos desagraden o no), no existiría el mundo tal como lo conocemos, y quizá ni el género humano.

Aplaudo a las feministas de la Universidad de Guanajuato, quienes al terminar su paro incluso limpiaron las calles y recogieron la basura, pero repruebo a cualquier engendro (el género es lo de menos) que se atreva a siquiera arrancarle una hoja a un libro de arte, ciencia o filosofía.

Como dijo el pollito: se tenía que decir y se dijo.