jueves. 18.04.2024
El Tiempo

El infierno

“¿Acaso les hace falta que se les aparezca el diablo como a mí de niño, para que aprendan que el Estado no tiene más dinero que el usufructo de las personas que se ganan por si mismas con el sudor de su frente, y aumentarles cualquier carga tributaria para no perder ellos su estilo de vida, es un asalto en despoblado?”

El infierno

Todos tenemos nuestros atavismos. Así cómo el coxis es un esbozo de rabo, la psique humana viene arrastrando sus cadenas desde el mismo día que nacemos: Freud decía que tenemos una pelea entre el ego y el súper ego por la fuerza del inconsciente, basada en hechos pasados. No sé si sea cierta esa teoría, pero la verdad ,eso nos define de adultos.

Yo cometí de niño un pecado que jamás he confesado, lo cual ha ido agrandando mi penitencia y ha moldeado en gran parte mi personalidad:

Cuando estaba en la primaria, era lo que hoy se conoce como niño índigo, pero en los ochenta, cuando no se encontraba tan adelantada la paidopsicología, era sólo un chiquillo cabrón. Para mi mala suerte, y de paso mi mala conducta, estudiaba en una de las escuelas más estrictas de la república, que era el Instituto Rougier de Veracruz, colegio a cargo de Las Hijas del Espíritu Santo. Ahí, cada semana celebraban los "Jueves Sacerdotales" llevándonos a una iglesia cercana para oír misa. Un día que me tocó acolitar, extraje las hostias consagradas del ciborio en un descuido del padre, y me las zampé a la hora del recreo. Como dije en una columna anterior: la mente humana es muy caprichosa y hace uno tonterías que no tienen sustento en nada, sólo por tentar a la suerte. La cuestión es que las religiosas se dieron cuenta pronto del robo, y en la investigación de los hechos, la madre Esterlina, rectora del colegio, nos metió miedo para que confesáramos quien había sido el autor de la fechoría, pero yo me mantuve inamovible a pesar de las amenazas de quemarme en el infierno, sin saber que el peor infierno lo lleva uno en la cabeza y es tan indeleble como el palimpsesto al que se le dan repasadas de tinta en un afán por reescribir sobre él. Este mismo mundo es el infierno que se divide entre diablos y almas atormentadas.

Aunque no recibí castigo, mi pecado estuvo siempre ahí, asechando callado el momento de su explosiva revelación. Ahora, siendo un adulto que ya rebasa los cuarenta, me doy cuenta de que muchas personas que somos capaces de vivir una vida más o menos ética fue porque las circunstancias nos pusieron a prueba antes de cometer maldades peores -aunque pareciera algo superfluo, para la mente de un niño el peso de la conciencia en el infierno es atroz-. Algunos aprendimos que la falta de transparencia resulta en desconfianza y en un profundo sentido de inseguridad. Por ejemplo, yo, partir de aquel hecho no me he vuelto a confesar, a pesar de que mi lista de pecados se ha alargado de manera exponencial con cosas peores perpetradas ya de adulto, pero no lo he hecho, para evitar contar a un sacerdote el incidente de las hostias. Así es como a la par, tampoco he vuelto a coger en la vida nada que no me pertenezca. Aquí es donde compruebo que una imperfección de la parte puede ser necesaria para una mayor perfección del todo.

La situación me vino a la mente al analizar el reciente gasolinazo e intentar relacionarlo con la psicología, la teología y la filosofía de los políticos, una horda de corruptos que tienen al país en quiebra –y parece que no tendrán llenadera hasta que les pongamos el alto-. ¿Acaso les hace falta que se les aparezca el diablo como a mí de niño, para que aprendan que el Estado no tiene más dinero que el usufructo de las personas que se ganan por si mismas con el sudor de su frente, y aumentarles cualquier carga tributaria para no perder ellos su estilo de vida, es un asalto en despoblado? ¿Que vender los bienes de la nación como el petróleo es disponer de lo que no es suyo? Como dijo Pepe Mújica: “Hay gente que adora la plata y se mete en la política. Si adora tanto el dinero, que se meta en el comercio, en la industria, que haga lo que quiera, no es pecado, pero la política es para servir a la gente”.

La crisis que vivimos en este inicio de año es un ejemplo de nuestra limitada perfección como democracia, en la que vale lo mismo el sufragio de un erudito con maestrías y doctorado, que el del yonqui que roba para drogarse y vende su voto por tres dosis de heroína para pasar el día. Los dos ocupan masa y materia a pesar de pertenecer a un México con mentes de primera y de segunda. Por culpa de las mentes de segunda (que por lo regular son las que ven telenovelas, fútbol, escuchan narco corridos, se drogan y jamás abren un libro ni por error) regresó “la dictadura perfecta” al poder, nos volvimos a empantanar en la corrupción, perdimos nuestro petróleo, y estamos sumidos en una crisis que más bien comienza a parecer pesadilla con el precio del dólar, la gasolina y las tasas de interés por los cielos y nuestro poder adquisitivo en caída libre.

Es aquí donde pienso que la fe, aun con los temores que conlleva, no deja de ser una maravilla, y ningún ser humano debería estar excluido de ella: ya sea fe en dios, fe en la vida, fe en la patria, fe en la familia, fe en todas las anteriores o por lo menos en alguna de ellas. Es preferible tenerle temor a algo (como yo en el infierno cuando me embuché las hostias), que terminar como político o como drogadicto, siendo un parásito, que para mí, es el mismo infierno en la tierra, pues los humanos nacemos para cumplir un propósito.

No sé si quienes me leen son católicos, protestantes, ortodoxos, judíos, musulmanes o gnósticos, pero coincido con un teólogo que decía que sólo creyendo en el absurdo, el infinito se manifiesta. Tengamos fe, por lo menos en nosotros mismos, para comenzar creyendo que merecemos un país mejor.

El cambio debe empezar en nuestra manera de pensar, y luego de eso, cualquier tiranía nos temerá sin necesidad de que le hagamos conocer el infierno.