Isabella

“…en algún pasado no muy lejano hubo una incipiente industria automotriz mexicana…”


Fue en Jerécuaro, en una presentación literaria, cuando mi caro amigo Jeremías Ramírez Vasillas, ganador del premio nacional de cuento “Jorge Ibargüengoitia”, me obsequió un libro editado y prologado por Ana Clavel, llamado “La ciudad nos sueña”. Ahí me enteré, al leer su relato (obvio decir que magistral, a la altura de un premio nacional), de que en algún pasado no muy lejano hubo una incipiente industria automotriz mexicana, con marcas de capital nacional, fabricación en serie y aceptación del mercado automotriz.

El coche del que hablaba el cuento, modelo de automóvil que utilizó el Primer Mandatario de la época y su guardia presidencial, fue el Borgward Isabella, construido en la planta de la FANASA (Fábrica Nacional de Automóviles SA) de Monterrey, Nuevo León, con los planos y maquinaria compradas a una firma alemana que acababa de quebrar (en México fracasó ya como industria nacional, debido a malas prácticas gubernamentales) y que hace poco volvió a renacer como marca China, luego de su aventura latinoamericana (también en Argentina alcanzó renombre, y antes de su chinificación se ensamblaron vehículos Isabella allá).

La historia del Isabella fue más o menos así: Un grupo de inversionistas mexicanos impulsados por el entonces presidente del país, Adolfo López Mateos, contactó a los acreedores de Borgward, lo cual culminó en 1967 con la construcción de un automóvil que estaba diseñado para ser la competencia directa de la marca Mercedes Benz. La tecnología era alemana, y a sus dueños les compraron los planos y la planta de ensamblaje, que trasladaron a Nuevo León. Todo lo demás —capital, piezas y mano de obra– fueron nacionales.

Pero como siempre, las mentes brillantes de nuestros políticos desaniman hasta al más emprendedor. Y no estoy hablando del presente. Esta historia de éxito culminó en el sexenio de Díaz Ordaz, a quien una vocecita interior (esa misma que les ordena hacer y decir pendejadas a todos nuestros mandatarios sin hacer caso a la lógica) le sugirió que la tecnología mexicana nada más debía usarse dentro del país y prohibió la exportación de automóviles nacionales. Estaba planeado montar agencias de Borgward en EU y Europa, pero finalmente sólo se construyeron y vendieron 900 unidades del Isabella.

Gracias al relato de mi amigo Jeremías me puse a investigar más y me enteré de otras marcas y modelos nacionales como autos Solana, o el Valiant Acapulco, una variante mexicana producida en la fábrica Automex para usarse en el entonces afamado e internacional balneario de moda, del cual tomó su nombre el descapotable que hicieron famoso rebeldes rocanroleros como César Costa, y que lo posicionaron entre los favoritos de las juventudes sesenteras, compitiendo en ventas y prestaciones con el Mustang. Esta versión descapotable fue diseñada y vendida únicamente en México a pesar de la reticencia de los ingenieros estadounidenses, quienes pensaban que el auto se doblaría por la falta de techo, sin saber que el rediseño mexicano había incluido recortar el chasis y reforzarlo con otro par de largueros. Este modelo salvó de la quiebra a la Chrysler, dueña de la Fábrica Automex, fundada en 1939 por un grupo de hombres de negocios, encabezados por don Gastón Sagarraga Vidaurreta. De esa manera, la empresa no se sumió cuando en Estados Unidos la matriz estaba prácticamente en números rojos, antes de que Lido Anthony Iacocca (paradójicamente el creador del Mustang) tomara el mando de Chrysler, luego de que Henry Ford II lo echara de manera ignominiosa de su compañía.

Y ni hablar de las famosas pick up DINA 1000 con las que dotaron a la ya extinta Secretaria de Agricultura y Recursos Hidráulicos, construidas por la compañía Maquiladora Automotriz Nacional (MAN) y que hoy en día ya son piezas de museo, pero que un día circularon por todos los caminos rurales mexicanos.

Y hablando de rurales, la “Rural 750 Ramirez”, una Land Rover mexicana setentera, no puede ser pasada por alto dentro del segmento de los autos y pick up nacionales, a los que se añaden —ya en este milenio– el deportivo Mastretta y el más reciente, VUHL 05, que todavía no han logrado ser fabricados en serie y a precios razonables.

No tiene mucho que ver con el automovilismo, pero hoy en Querétaro ya se construye también una avioneta de diseño y tecnología mexicanas.

Tal vez tardemos un poco en volver a tener una industria 100% nacional, pero como la fe es la convicción de lo que creo y la certeza de lo que espero, tengo fe en que, con el rápido fracaso del neoliberalismo por el desencanto y por la desigualdad que está produciendo una nueva “caída del Muro de Berlín”, pero a la inversa, muy pronto nos volveremos a posicionar en el panorama económico, político y tecnológico mundial.

Talento sobra, apoyo es lo que falta, y lo digo abordando también el terreno del arte y la cultura, ya que sólo leyendo a nuestros grandes literatos podemos dejar a un lado la historia oficial de que los latinoamericanos somos un pueblo “vencido” que requiere importar tecnología y pedirse perdón a sí mismo y a su propio pasado por el mestizaje, y en lugar de eso sentirnos cada vez más orgullosos de nosotros mismos y agradecer por la inventiva adquirida a nuestros genes indígenas, negros y europeos.