viernes. 19.04.2024
El Tiempo

La Tregua

Somos un pueblo ya acostumbrado a contar víctimas, y la única manera que tienen de alejarnos de nuestra realidad, es entreteniéndonos con historias. Si no nos mata el crimen, nos inunda un huracán o nos tira la casa un terremoto. Evito ser fatalista, pero la metáfora "la vida no vale nada" se la ha tomando muy en serio la naturaleza con los mexicanos este mes patrio, como si de un karma se tratase. Muchos aún no desterrábamos del recuerdo los sismos del 85; ni en el sureste terminaban el conteo de víctimas del megaterremoto de 8.2 Richter, cuando a pocos kilómetros de tres de las ciudades más pobladas del país se rompía otra placa tectónica.

Después de 32 años de tregua la tragedia nos pegó de nuevo en el centro neurálgico.

Otra vez nos tocó mirar cara a cara a la muerte, a la incertidumbre de saber si nuestros familiares y amigos están a salvo; ver a la población desbocarse  en su intento por rescatar a los primeros sobrevivientes para luego ser desplazados de la escena por el Ejército Mexicano —no soy quién para juzgar si echaron a los voluntarios porque realmente tenían estructurado algún plan de rescate de víctimas entre los escombros, pero por lo menos, a diferencia del 85, si se les vio trabajar y mancharse de sangre, no nada más acordonar para esconder la tragedia—. Vimos cubrir con una tragedia, otra no menos dolorosa ni de menor trascendencia y nos volvimos indiferentes al dolor de nuestros hermanos de Oaxaca y Chiapas que se quedaron sin techo. Pero cometimos errores peores: muchos, luego de bastante tiempo de no hacerlo, volvimos a ver TV solo para mirar con impotencia el Reality Show a costa del dolor, narrado con los tintes melodramáticos de Televisa como si de un capítulo de Laura Bozo se tratara. Quienes decidimos prender el televisor otra vez, fue porque queríamos escuchar información real: número de víctimas, muertos, desaparecidos, heridos, edificios dañados, hospitales desalojados, saber si estaba llegando ayuda del exterior. No ver un capítulo de La Rosa de Guadalupe.

Quienes estamos acostumbrados a leer, a escribir, a cuestionar, a buscar distintas opiniones en varios portales periodísticos, no encendimos la tele, luego de años sin hacerlo, para ver el Big Brother de una víctima inexistente que los desinformadores de siempre, los que llevaron a Peña Nieto al poder, le llamaron Frida Sofia.

Quisimos darle una tregua a la TV abierta, y comprobamos que sigue siendo la misma basofia que  nos alejó de la pantalla a millones de miembros de la generación X, quienes crecimos frente a "la caja idiota", y que lejos de sentir nostalgia por ella, esperamos ver  con una malsana avidez, su desaparición definitiva —Con mucho mayor ahínco después del 2012—.

Debería ser delito lucrar con la tragedia y la buena fe, desviando la atención del mundo, cuando hay grandes hospitales con daños estructurales irreparables que el gobierno intenta ocultar y cuyo personal ha tenido que atender a los pacientes en las aceras por miedo a que se les venga encima la estructura. De eso no han hablado ni López Dóriga ni Denise Maerker, quienes cronometraron el rescate de un fantasma, hasta que la propia secretaria de Marina tuvo que desmentir su existencia en voz del almirante Ángel Enrique Sarmiento, duramente criticado por la misma cadena televisiva e incluso obligado a disculparse horas después.

Dudo que las fuerzas armadas federales se hayan prestado para este melodrama, un anzuelo que el mismo Aurelio Nuño mordió frente a la reportera Danielle Dithurbide cuando le dijo que "la prioridad era rescatar a la niña".

Algo así ya habíamos visto en la obra de ficción "La Dictadura Perfecta", con una empresa especializada en hacer montajes y armar teatros, pero en esta ocasión la realidad superó a la ficción. ¿Habrán llegado a ese nivel de bajeza por levantar raiting quienes por cierto, se encargaron de hablar mal y desprestigiar a los verdaderos rescatistas a quienes tildaron de charlatanes? Creo que ya sabemos quienes fueron los verdaderos charlatanes y porqué querían a brigadistas "pirata" fuera de escena. ¿Qué motivó esta gran mentira de estado tan desaseada que la misma Marina tuvo que ponerle un alto?

Afortunadamente, seguimos contando nosotros solos como pueblo y no necesitamos ni de políticos, ni de medios, ni de mentiras, ni de limosnas. Sigamos uniendo fuerzas y donando "en especie" en los centros de acopio de fundaciones y asociaciones civiles, pero ni un peso al gobierno, y ni un peso a Televisa.

Por nuestra parte, en Acámbaro, varios ciudadanos estamos organizando una caravana de camionetas para acercar personalmente la ayuda a México, Morelos y Puebla, y evitar que los víveres que llevaremos caigan en las perversas manos de los partidos.

Me pongo a pensar qué pasaría si en acuerdo común dejamos de pagar algún impuesto y esa cantidad la donáramos directamente a las víctimas, para la reconstrucción o la compra de medicamentos y material hospitalario.

Mexicanos, pensemos y hagamos una lluvia de ideas para ver cuál sería el impuesto más fácil de quitarles de la bolsa a los ratones de siempre y entregárselo a los niños damnificados a modo que tengan que cenar por lo menos esta noche. No se me ocurrió alguno mientras escribía estas líneas, pero la idea está en el aire y puede prosperar para darle a nuestros honrados políticos en su sistema nervioso, donde más les duele y en lo que los mueve. La plata.