jueves. 18.04.2024
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LATAM 2426

"...sólo a ese idiota se le ocurrió invitar a Trump para ayudarle a emparejar a Hillary. El problema es que ese imbécil xenofóbico –refiriéndose a Trump– es un ignorante que cree que todo lo que está al sur del Río Bravo es México..."

En un viaje realizado en estos días a la Patagonia, me puse a contar una lista de similitudes y diferencias que tenemos mexicanos y argentinos. Antes que nada, es de llamar la atención que ellos se sienten igual de agraviados que nosotros por la visita de Trump a México. Es insoslayable el tono con el cual se refirieron en la televisión local al presidente Peña: “sólo a ese idiota se le ocurrió invitar a Trump para ayudarle a emparejar a Hillary. El problema es que ese imbécil xenofóbico –refiriéndose a Trump– es un ignorante que cree que todo lo que está al sur del Río Bravo es México. El perjuicio si gana será para todos los hispanos, da lo mismo que pongan el muro en México que en Argentina” [sic].

Escuchaba las noticias en un andén de Bariloche, sentado en el piso junto a un joven rioplatense de playera estampada con Mafalda y sus filosóficos textos, quien me dijo: “se quejan del presidente de México en los noticiosos oficialistas para desviar la atención de las locuras del Macri”. “Si quieres –le contesté en broma–, con gusto hacemos un canje de presidentes”. No me respondió pero se quedó meditando. Yo me recargué en un pilar para contraer reparador sueño.

Y como tuve tiempo de sobra por cuestiones que explicaré más adelante, comencé a hacer un análisis de la calidad de vida entre ambas naciones. El salario mínimo en Argentina ronda en 450 dólares mensuales (subirá a 571.5 en diciembre), mientras que en México es de 120 dólares, por lo cual nuestro poder adquisitivo está mucho más devaluado, a pesar de tener Argentina mayor costo de vida. A esto debemos agregar que en México, un salario es lo único que percibe el 25% de los trabajadores (la ¼ parte de la población activa), lo que se nota en las mejores condiciones de vida que tienen muchos argentinos en comparación con trabajadores mexicanos del mismo ramo: allá una dependiente, un mesero o un taxista pueden degustar buenos vinos de manera regular, leer libros o realizar viajes de ocio con menor estrechez, mientras aquí, un solo salario no cubre las necesidades básicas de una familia, llevando a un cuarto de la población económicamente activa a rozar el umbral de la indigencia, lo cual conlleva un sentimiento de injusticia y desigualdad, que se refleja en el aumento de la criminalidad, nutriéndose la mafia organizada con la falta de un futuro esperanzador, sobre todo entre los jóvenes.

Y que no cuenten que el dólar a más de 20 no perjudica a nadie porque nosotros compramos en pesos. Cuando Peña Nieto dice eso se me figura que escucho a Nicolás Maduro: la mayoría de los productos que se consumen en el país, aunque sean hechos en México, tienen por lo menos alguna parte, mecanismo o sustancia importada, cotizada en moneda estadounidense. En la Pampa, el dólar se tasa en 15 pesos argentinos.

Ahora, yo utilizo el más infalible indicador económico del mundo: el índice Big Mac, que consiste en medir el precio de una hamburguesa de Mc Donald´s, para comparar el poder adquisitivo. ¿Cuántas Big Mac se pueden comprar con un salario mínimo en cada país, bajo la intuición que el dólar debe comprar la misma cantidad de bienes en todas las naciones, según la teoría de la paridad del poder adquisitivo? México queda muy por debajo de esta medición, un tanto empírica pero no menos acertada que el coeficiente de Gini. Con una hora de trabajo se compra una hamburguesa allá, mientras aquí se ocupan casi 6 horas: 6 a 1 está devaluado nuestro salario mínimo, respecto al poder adquisitivo y salario de Argentina.

Aunque me imagino que no todo debe ser miel sobre hojuelas en Argentina, porque una huelga del sindicato de maleteros de la empresa LATAM nos tuvo varados 48 horas en el aeropuerto de Ezeiza “Ministro Pistarini”, sin la posibilidad de movernos. Debo confesar que, aunque no trascendió a los medios internacionales de comunicación, y probablemente no se escriba mucho más acerca del incidente que estas líneas o en este link, la situación se puso muy crítica. Entre los cerca de 300 pasajeros del vuelo 2426 de Buenos Aires a Lima operado por LATAM, y prácticamente secuestrados en el andén cinco de la terminal tres, habíamos gente de todas las naciones latinoamericanas y de por lo menos tres vuelos suspendidos con anterioridad. Estábamos en espera, ya no de poder salir a nuestro país de origen, sino del apeadero, que por ser internacional y tener sellada la salida, no podíamos abandonar, además de que no sabíamos dónde estaba nuestro equipaje. El avión debía despegar a las 04:00 horas, aunque todos los pasajeros llevábamos por lo menos un día de demora debido a la huelga (en mi situación eran 48 horas, ya que desde dos tardes antes me había quedado atascado en Bariloche). A las 07 am se organizó una trifulca donde no faltaron las mexicanas mentadas de madre, y algo en portugués que sonaba parecido a esto: “Vai para a puta que te pariu”, que creo que todos entendimos, porque batimos palmas al escucharlo. A las 08 am los manifestantes ya habíamos tomado los andenes 6 y 7, demorando dos vuelos internacionales. A las 08:30 llegó la gendarmería, que no supo contra quién cargar, pues estábamos revueltos los pasajeros de tres aviones y los empleados de la empresa, trenzados entre jaloneos y puñetazos, y fue hasta las 09 horas que las máximas autoridades de LATAM se presentaron a ofrecer la solución, consistente en un día de hotel, transporte, alimentación, tintorería y la reubicación de todos los pasajeros en los próximos vuelos al destino que fuese, para de ahí coger la conexión final. Yo abordé al día siguiente un avión a Chile.

En el vuelo rumbo a Santiago me tocó sentarme junto al joven bonaerense de la remera estampada con Mafalda, que había sido mi compañero de desventura desde Bariloche, y a quien le refrendé mi oferta no sin antes decirle: “Sólo un loco pudo tener la conciencia de meter la gendarmería en un área internacional para reprimir a los damnificados de un vuelo, con el riesgo de un conflicto ecuménico. Entonces qué, ¿hacemos cambio de presidentes?” y resignado me contestó: “definitivamente no hermano, así como en las representaciones de Semana Santa de todos los pueblos de América, cada camino al calvario tiene sus subidas, sus bajadas y sus caídas, a todo país le toca cargar con la cruz que él solo se echó a cuestas”. Mientras él se durmió el resto del camino, yo me quedé meditando la frase de Quino grabada en su playera: “Los locos a veces se curan, los imbéciles nunca”.