martes. 23.04.2024
El Tiempo

Nerón

"Tiene razón Trump: nosotros también ya estamos cansados de ser sus esclavos por un plato de lentejas"

México es como un niño con osteogénesis imperfecta que a lo largo de su historia ha terminado por acostumbrarse a las fracturas de la vida: un golpe más, otro hueso roto. Pero todos los sucesos, por muy burdos y absurdos que parezcan, encierran una lógica: medir el aguante del mexicano y ver hasta dónde puede apretar la cuña sin romperse. Otra sociedad con mayor sensatez no hubiese aceptado así porque sí la desaparición de 43 estudiantes, el escándalo de la Casa Blanca, las masacres de Tanhuato, Tlatlaya, Nochixtlán o Apatzingán, todo porque no las vivió en carne propia, sino de manera despersonalizada, a través de terceros, enterado por los medios de comunicación. Pero como el reciente gasolinazo si pegó –y seguirá pegando- en los bolsillos de todos, ahí sí la respuesta fue unánime, al grado de poner en serio riesgo la continuidad del Ejecutivo en el poder, cosa que no habían logrado ni las peores abominaciones en derechos humanos.

Tal vez por esta razón y viendo un inminente y definitivo rompimiento con sus gobernados, Peña Nieto rectificó y comenzó a endurecer su postura frente a Estados Unidos, aunque le hizo falta mucho más para volver a ganarse la simpatía perdida.

Al mismo Donald Trump no le conviene terminar su relación comercial con México, ya que de eso se trata el esclavismo: mantener a la clase trabajadora con el mínimo necesario para que siga produciendo en lo que se reproduce y cría, antes de morir, a otra generación de esclavos que continúen forjando riquezas para el sistema y el imperio. Si murieran todos se acabaría el negocio; si se emanciparan también.

¿Por qué los mexicanos no hemos tomado el control de las industrias estratégicas del Estado que teóricamente dejaron de ser rentables? Creo que por desconocimiento de las historias de casos similares exitosos, como lo han sido “Cementos Cruz Azul”, “Cooperativa Pascual”, “Blackstone Tires”, etc. Claro que se les acabaría el negocio a los Duarte, a los Salinas, a los Peña, a los Videgaray, a los Hank, a los Del Mazo, a los Sahagún y a tantos políticos que se hacen empresarios de la función pública –para ejemplo basta voltear a ver todos los especímenes del grupo Atlacomulco, que construyeron imperios comerciales al cobijo del erario bajo la premisa de que un político pobre es un pobre político.

Antes de pensar en darle un voto de confianza al presidente por su firmeza frente a Trump –no le quedaba de otra, la verdad-, y olvidarnos del tema del gasolinazo, estamos obligados a realizar un análisis para desenmascarar ciertas mentiras, sobre todo ahora que se nos viene otro incremento en los carburantes: no es cierto que la gasolina cara sea producto de las fluctuaciones del mercado; en Estados Unidos, donde se rigen bajo las leyes de la oferta y la demanda, el combustible es mas barato, igual que en Guatemala, donde no se extrae petróleo.

Los hidrocarburos fueron nuestra mayor fuente de riqueza y ahora se encuentran en manos de especuladores. Pero no existen leyes inamovibles; cualquier reforma se puede derogar, como nos lo ha demostrado Donald Trump, si es que alguna buena enseñanza nos ha dejado el sujeto al querer echar abajo el Tratado de Libre Comercio (TLCAN). En el mismo contexto, México debe recuperar su petróleo, sus ferrocarriles, sus minas, su sistema de pensiones y absolutamente todo lo que los malos políticos han vendido en una suerte de negocio de garaje, donde sacaron como trastos viejos el patrimonio que nos costó sangre, sudor y lágrimas edificar.

Para evitar seguir engordando al Estado, los bienes que se recuperen deben ser manejados bajo el esquema de “empresas de capital social”, donde los empleados sean los propios dueños de la actividad, de manera que el rendimiento recaiga sobre ellos mismos, ya sea con números positivos o negativos. En una cooperativa las ganancias van a parar en partes iguales sobre cada uno de los asociados, que son todos los trabajadores, desde directivos hasta obreros, y no nada más se reparten a una junta dirigente y a un pequeño pináculo de accionistas dueños del capital, la mayoría extranjeros, como sucede actualmente en las empresas neoliberales que producen en México para pagar salarios miserables, evadir impuestos y llevarse las ganancias a otros países, principalmente EU, cobijados por el TLCAN.

Tiene razón Trump: nosotros también ya estamos cansados de ser sus esclavos por un plato de lentejas. Que se derogue el TLCAN, que nos pongan un muro para también resguardarnos del depredador “Destino Manifiesto” y como bola de nieve en eso de la derogación de los tratados y las reformas, que de paso devuelvan los accionistas gringos a los trabajadores las empresas que un día fueron de México, evitándose así la explotación del hombre por el hombre sin caer en el estatismo.

No es la panacea, lo sé, pero es la mejor forma de justicia social. Hasta de la peor crisis algo bueno se puede sacar; sólo ocupamos dar un golpe de timón: recuperar nuestra industria, echar a andar el campo y comenzar a consumir lo nuestro –no nada más lo mexicano, sino todo lo latinoamericano- una vez construido el muro que nos protegerá del tigre. Y para que este no sea dúplex, como el de las casas del INFONAVIT donde uno se entera de todo con nomás pegar la oreja en la barda, también debemos construir los hispanos el nuestro (los árboles se han de poner en fila para que no pase en gigante de las siete leguas, decía Martí), no necesariamente de hormigón, sino de ideas, y detrás de esa tapia ideológica emanciparnos del norte para así nomás, en lo oscurito, sin que nos vean y nos estén jodiendo, comenzar a crecer como naciones, y de ser posible, como un solo pueblo, tal cual nos soñaron Simón Bolívar, o más recientemente José Martí, quien en su ensayo “Nuestra América” negó a los estadounidenses el derecho de reivindicarse para sí solos el nombre de América y exhortó a la nación hispana a ser buenos latinoamericanos mediante el autoconocimiento, restando diferencias, soterrando celos y estableciendo la justicia entre los pueblos mediante la unión y la resistencia ante las fuerzas imperialistas, “el tigre de afuera”.

Algunos han comparado a Trump con Calígula, Hitler o Mussolini, pero a mí más bien se me figura Nerón, el emperador populista enfrentado contra todos, aquel que para congraciarse con el vulgo persiguió y exterminó a los cristianos, el de la corona de laureles ceñida a la frente, tocando en el arpa la Iliupersis, y cantando extasiado el pasaje del asesinato del pequeño Astianacte –quien simboliza a todos los pequeños migrantes-, mientras mira estoico su imperio arder. Los dados marcan serpiente para el mundo, incluido Estados Unidos.

Y si le sobra algo de hormigón al moderno Nerón, que se tape con él todos los agujeros que la naturaleza le haya provisto, principalmente el de la boca, aunque dudo que un año entero de producción de cemento Portland Cruz Azul le alcance para ese fin, con lo hocicón que es y lo seguido que la zurra.