viernes. 19.04.2024
El Tiempo

Sus guetos

“Les hablo en segunda persona porque, aunque quisiera, yo no puedo quedarme en casa…”

Parece difícil sobrellevar una cuarentena, pero más difícil es perder a un ser querido. Por eso deben seguir haciendo de su casa un gueto y salir solo a lo indispensable.

Les hablo en segunda persona porque, aunque quisiera, yo no puedo quedarme en casa.

Y vaya que es difícil acudir a trabajar en condiciones subóptimas, con el optimismo y la buena fe como única protección.

Por eso me indignaron las palabras de un secretario de salud del sureste del país cuando dijo que “el personal médico que le tenga miedo al coronavirus, que se vaya a vender tacos”.

Creo que una contestación la di en mi columna anterior: yo no estudié ni juré jamás para ser mártir, santo ni héroe. Los médicos civiles somos seres humanos comunes y corrientes, amparados por una Constitución, una Ley Federal del Trabajo y tratados internacionales de derechos humanos.

En el 2014 hubo un brote de AH1N1, y yo, que laboraba en un servicio de urgencias, enfermé. En cuanto comencé con síntomas me tomaron la prueba y me enviaron a casa sin tratamiento, el cual no podían dar sin un resultado positivo. En cuanto abandoné las instalaciones del hospital compré el oseltamivir y comencé el esquema, lo cual me salvó la vida. Aproximadamente 15 días después, ya cuando estaba totalmente curado y por suerte sin secuelas (únicamente infecté a mi madre, a quien también le inicié de inmediato en antiviral, y quien si requirió oxígeno suplementario), me llamaron del servicio de epidemiología para informarme que había dado positiva la prueba a la influenza AH1N1 y que debía pasar por mi tratamiento. Así de absurdo, y lo platico yo que soy trabajador de la salud. Si no hubiésemos iniciado de inmediato el esquema antiviral que por suerte ya existe, pero aún así no te lo dan, mi madre y yo hubiésemos fallecido en el transcurso de los siguientes 3 o 4 días, y en nuestras actas de defunción se hubiese anotado como causa de muerte “neumonía atípica”. Además, en mi certificado de muerte habrían agregado el epíteto “adquirida en la comunidad”, para no dar a mi familia la pensión correspondiente por riesgo de trabajo o enfermedad laboral. Así se manejan las cosas en el sector salud.

Estoy vivo para contarlo y para evitar que esto siga sucediendo, ahora con una nueva enfermedad y un nuevo gobierno, que se suponía iba a transformarlo todo.

Sigo viendo las mismas prácticas.

No les interesa el daño moral y económico que pueden ocasionar a los trabajadores y sus familias. Son unos genios maquiavélicos quienes inventaron el diagnóstico de neumonía atípica adquirida en la comunidad, ya que se ahorrarán un dineral en las pensiones del personal de salud muerto en el cumplimiento de su deber. No calificarla como enfermedad de trabajo significa no pagar a los deudos, a las viudas, a los huérfanos.

Un abogado estudia para luchar contra la injusticia, no para ser mártir; un maestro pelea contra la ignorancia, y un médico contra la enfermedad (y, obvio, todos recibimos un estipendio).

Por eso, cada cada que nos dicen héroes y no se nos da ni un cubrebocas decente, ni gafas, ni guantes y en ocasiones ni gel y jabón, lo siento como una condena anticipada. Una cruz que debemos cargar, más pesada que la de Simón el Cirineo.

No, señor secretario de salud de aquel estado del sureste. No somos taqueros. Y no porque tenga algo malo serlo; cualquier oficio tan digno como la medicina. Sólo que si hay médicos que son menos médicos que otros, son aquellos como usted: los médicos de escritorio. Aquellos tan maletas que tienen años sin ver a un paciente. Incluso ustedes sí pueden hacer home office; de cualquier manera, nunca pisan un hospital. Trabajan fuera de los nosocomios, desde oficinas climatizadas en palacio de gobierno estatal o federal, maquillando cifras, y son tan ineficientes que hacen quedar como imbéciles a los directores de hospital, dándoles un día una orden y al día siguiente la contraorden.

Desde que está uno en la facultad de Medicina reconoce quién terminará como oficinista de la medicina: los fósiles, los de peor promedio y quienes en el más afortunado de los casos, compraron el examen del ENARM pero nunca tuvieron aptitudes clínicas ni quirúrgicas.

Así que compañeros médicos de escritorio, aunque estén en una jefatura, midan sus palabras porque los conozco, bacalaos. Habemos muchos con más agallas y dignidad humana de la que ustedes creen, y sin que nadie nos lo reconozca, ni nos sobe el lomo —o peor aún, nos amenace-, nos jugamos un albur con la muerte todos los días. Porque nosotros decidimos cambiar el escritorio, la oficina y los papeles inútiles por la mesa de exploración, el quirófano y el mango de bisturí.

Ustedes pueden seguir en su gueto. Son inútiles, estorbosos, nadie los necesita, aunque también les digan doctores.