Entre tango y danzón

“…les deseo buen viento para que sus velas los lleven sin contratiempos…”
Entre tango y danzón

 

La semana anterior fue muy triste para mi: me enteré el mismo día y casi de manera simultánea del fallecimiento de dos entrañables amigos aunque en distintos ámbitos.

Uno de ellos, el contador Rodolfo Ruiz, quien era poeta, cuentista y editor, de edad avanzada, pero con una jovialidad y unas ganas de vivir no tan propias de los escritores. De sus labios escuché muchas historias y leyendas de Salvatierra, y quedé con una deuda: enseñarle a bailar danzón.

Don Rodolfo me invitó personalmente hace un año al Encuentro Internacional de Escritores en Salvatierra, al cual me arrepiento de no haber asistido, sin saber que en este año se suspendería y no lo volvería a ver con vida.

El otro amigo que perdí por culpa del covid-19, fue al doctor Mauricio Cruz, un eminente médico, gastroenterólogo, investigador y directivo en los tiempos en que yo también padecí la desesperanza de querer ayudar y no poder. De sentir que te encuentras en el bando de los malos, de los políticos, abogados del diablo, de los bandidos, de los que tienen que mentir para salvar el pellejo.

Él fue maestro de muchos, pero yo le enseñé filosofía. “Aprendan de este wey, burros cabrones, a él si le gusta leer para no decir tanta pendejada, porque yo no aguanto escuchar más de 300 pendejadas por día”.

Como sabia de su liderazgo y capacidad de convocatoria, en aquel tiempo lo convencí de que la dignidad humana está por encima de cualquier cosa, y que si consideras algo indigno, aunque te paguen por ello, debes abandonarlo.

Le expliqué que la razón debe ser discípula de sí misma y no siempre tiene la suerte de tomar el camino correcto. Como la razón es especulativa, siempre nos deja al menos un sitio para la ampliación, y en el medio donde estábamos no cabía espacio para expandir el pensamiento ni el talento. En los puestos directivos de la burocracia, entre más puestos se escala, más reservados están para un simio amaestrado.

“No somos malas personas —le dije–, pero nuestros jefes nos tratan como siervos. Creo que la única manera de hacerles ver que son ellos y no nosotros quienes están mal, es renunciar al mismo tiempo”. Y así lo hicimos, yo de una manera más diplomática, y él con una frase que les caló hondo a nuestras autoridades, porque la publicó en un chat de donde inmediatamente lo eliminaron: “por fin me retiro de este círculo vicioso donde no se te permite pensar, sólo acatar órdenes”.

Recordé que cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti.

Luego el que fuera nuestro máximo jefe y quien llegó a relevar a Mikel Arriola, el Lic. Germán Martínez Cázares, fue todavía más explícito en su carta de renuncia. Entonces supimos que todas nuestras suposiciones eran correctas, no sólo cuestión de nuestros temperamentos impulsivos.

En fin, cuando renunciamos retomé mis viejas pasiones y a Mauricio Cruz le hice la promesa de enseñarle a bailar tango, la cual tampoco pude cumplir.

La última vez que lo vi apenas comenzaba la pandemia de Coronavirus. Él me invitó a comer, pero yo andaba más preocupado por conseguir víveres en caso de que se cortaran las líneas de suministro y comenzara la hambruna. “No seas wey, ni los Chinos que llevan tres meses de pandemia han hecho esas mamadas”, fueron las últimas palabras que cruzamos.

 

Yo aún abrigo la esperanza de sobrevivir a esta pesadilla, pero siento que en él algo cambió ese día que le platiqué sobre el incidente que tuvo Nietzsche con un caballo en Turín, a partir del cual, el filósofo alemán se dedicó a morir luego de exclamar: “Madre, soy un tonto”.

A Mauricio Cruz, el médico e investigador, y a don Rodolfo Ruiz, el poeta salvaterrense, les deseo buen viento para que sus velas los lleven sin contratiempos al puerto donde me deberán esperar un poco para cumplirles mis promesas. Mientras tanto, fortaleza a sus  familiares y amigos.