Desde el bulevar, en el camino
Alejandro García
Soy seguidor del equipo de futbol León desde que lo dirigía Luis Grill, allá por los años 60, casi cuando adquirí uso de razón. Paradojas de la vida: apenas iniciaba esa fase signada por la religión para distinguir entre pecado y virtud y ya entraba también en la locura del fanatismo pernicioso y glorioso al mismo tiempo. Antonio “la Tota” Carbajal se había despedido en el mundial de Inglaterra. El equipo, lo sabíamos no daba para ser campeón, apenas para mantenerse a media tabla, pero a salvo del peligro del descenso. El León era temible como local, pero en las visitas se disolvía totalmente.
De vez en cuando tenía caídas inexplicables aun como local; por ejemplo, recuerdo, un encuentro con Toluca ya en el estadio León, lo oía por radio, con la voz potente (localista) y esa vez tristona de Juan Velázquez y las comentarios mediadores de Blas Barajas, y mi madre solía sorprenderse de que yo me enojara y llorara de indignación e impotencia. Ante sus argumentos para que frenara mi carrito, más me exasperaba y entonces ella reía y yo lloraba más y más hasta que estaba “bañado en llanto”, diría alguna canción de moda, sin que llegara a la tragedia del tango.
Era un equipo de rachas, así que los torneos de copa eran ideales para él. Es memorable una final de penales con Zacatepec (creo) en la que se movían los porteros y se repetían los tiros. Hubo alrededor de 40 ejecuciones. Para esta final de copa ya era entrenador Antonio Carbajal.
Mi asistencia al primer partido fue por invitación de mi tío paterno, Sebastián, quien me llevó junto a una buena palomilla a ver León-Cruz Azul. Los de Jasso, Hidalgo, ya traían a Fernando Bustos, pero no eran todavía la máquina de los siguientes años. Ganó el león. Fue de los últimos partidos en La Martinica. Al Estadio León, después llamado Nou camp, creo que en la presidencia de Manuel Ortega, fui regular asistente. Mi primo Chuy me regaló durante uno o dos torneos el boleto para sol general. Allí asistí a los goles de Luis Estrada, quien entraba desde fuera del área y se internaba hacia la línea de fondo por el pasillo entre área chica y área grande y desde allí fusilaba al portero rival. Era fino el hombre. Poco después llegaron Albrecht, Davino y Valiente y el equipo se transformó. Con Valiente tenía contundencia en el remate de cabeza, pero cuando llegó Salomone el equipo llegó a tener sorpresa, era certero en el contragolpe. El argentino era una gacela que salía desde su terreno y avanzaba con gran velocidad y fusilaba al portero. A menudo sus disparos pegaban en el palo, por la parte interna y se metían con solemnidad a la portería.
Se me confunden los tiempos y los nombres de los dos subcampeonatos. El primer entrenador que nos hizo soñar fue José Gómez Nogueira. Jugaba abierto de local y cerradísimo como visitante. Fue el año en que Fernando Bustos fracturó a Darío Miranda. El campeón fue Cruz Azul, ya con Marín, Quintano, Guzmán, Vera. La siguiente hazaña creo que fue con Washington “La Pulpa” Etchamendi, espero recordar fielmente. El hombre se la pasó casi todo el tiempo en la tribuna. Y el verdadero verdugo fue Carbajal y su Unión de Curtidores. El famoso gol compartido entre Italo Estupiñán y el “Cuirio” Santoyo en la Bombonera fue sólo la cereza, el pastel había estado en esos encuentros en donde el Cinco Copas ni llegó ni dejó llegar.
También es de recordarse aquellos dañinos encuentros con Gómez Nogueira del otro lado, y con un Gallo Jáuregui que después de la derrota estrepitosa se fue a la U. de G., mientras a Gómez Nogueira le daban las gracias. Eran operaciones que anunciaban el mundo de intereses que gobierna al futbol. Esto tiene su lógica, pero el fanático no entiende de razones y lo guarda en el hígado. De esa época son memorables el Chepe Chávez, Manuel Guiilén, Mantegazza, Battocletti, Alberto Jorge.
Lo inesperado llegó después de la humillación del descenso. Vucetich trabajó un equipo con orden que fue ascendiendo en sus ritmos y en su juego. Tenía a Tita para desequilibrar. De él recuerdo la vez que le hizo la seña a Olaf Heredía de por dónde iba a meter el gol. Y lo hizo. Y de cómo Bonifacio Núñez, el árbitro, después de que el brasileño metiera un gol le pidió la camiseta para entregársela a su hijo. Para alguien que había seguido al León en las medias y en las buenas, esto fue algo grandioso, casi como ver perder al PRI o cómo asesinaban a un candidato presidencial en Lomas Taurinas.
Para el fanático, insisto, es más memorable recordar que el año siguiente Tita salió a medio partido, después de meterle gol al Atlante, quitarse la camiseta e irse a la banca (¿sería la vez de Bonifacio Núñez?) y el León quedó fuera aunque era local.
Sería el inicio de la debacle, la derrota ante el Cruz Azul temporadas después, el juego cerradísimo con un primer tiempo en que el equipo de la cooperativa parecía impasable y peligrosísimo y un León que en la segunda parte volteó la balanza sin que pudiera meter el gol. La patada sobre Hermosillo, la sangre, el penal y la derrota y la inmediata noticia de que Reynoso se iba a dirigir al América comenzaron el camino de nueva cuenta a la segunda, a dormir una década, a vivir con mayor claridad los manoseos. Apenas se pudieron ver con claridad los manejos de aquel dirigente que decía que al sacarse la lotería había podido adquirir al equipo o el de aquel argentino que su mejor trofeo fue llevarse a las vitrinas a una nena que era dirigente de una no entidad federativa de nuestro país.
En la segunda fueron cuartos de final, semifinales, finales y finales finales las que se perdieron. Y lo más cómico, una mañana el equipo era de Valente X y en la noche era de otro dueño y Vucetich se quedó con las maletas hechas para venir a León.
El regreso ha sido explosivo, como lo fue el último torneo, el que reivindicó que ninguna de las glorias del León pudo hacer mucho por él desde el banquillo de técnico. Ni Carbajal, ni Davino, ni Tita lo llevaron al campeonato. Tita ni siquiera ha tenido la opción en la primera división.
El León del torneo de hace un año, me parecía más arriesgado y estético en su jugar, pero solía faltarle esa maña para jugarle a los quipos llamados cancheros, esos que maniatan y no dejan jugar o la contundencia necesaria que resuelve la riña con poderío. El de este año lo ha hecho de tal manera que el campeonato se sintió pronto en las manos. Quiero decir, que a pesar de ser visitantes, a los primeros minutos de la segunda parte la distancia era muy grande. Matosas logró un futbol vistoso, agresivo y efectivo y esto los seguidores del equipo León lo agradecemos y nos produce un júbilo que no no da la realidad electoral, la suerte del país, porque es un gusto irrenunciable, una pasión sin control. También el futbol, como la literatura, mi oficio, nos permite acariciar dimensiones del ser humano que no suelen ser tratadas o manifiestas.
Así que ahora que he visto pasar al equipo en un camión a descubierto, no he podido sino soltar unas cuantas lágrimas, sentir el pecho a reventar y sentir también que la vida no me debe nada o que no le debo nada a la vida.
Desde el bulevar, frente al estadio, he visto pasar el vehículo que arropaba a los responsables, estos otros, claro, que desde niño me permitieron ver la maravilla y el sueño del futbol y que me permiten disfrutar un momento de solaz en medio este país de miedo y triquiñuelas y de este mundo que hiere de tantas formas. Salud.
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