Los medios no saben cómo cubrir temas científicos
[Con Javier Flores, doctor en ciencias en la especialidad de investigaciones educativas, ambas por el Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional, entablamos ahora nuestro diálogo. Fundador de La Jornada y actual colaborador del portal de Nexos, el también divulgador periodístico de la ciencia se interna en los problemas que podría causar un desentendimiento de los procesos naturales biológicos en el mundo. Mientras conversamos, el miedo sigue acuciando a la sociedad por el Coronavirus que ha propiciado el resguardo de la gente en la soledad de sus hogares. Estos diálogos buscan abrir espacios para la cavilación mesurada, no estrepitosa, escudriñar con los especialistas sobre un fenómeno que atañe a la ciencia, una materia a veces despreciada en las aulas escolares sin razón alguna. Nuestro invitado actualmente es profesor titular en la Dirección General de Divulgación de la Ciencia de la Máxima Casa de Estudios del país.]
Javier Flores (Ciudad de México, 1952) es médico cirujano por la Universidad Nacional Autónoma de México y maestro en ciencias en la especialidad de fisiología y biofísica. No ha dejado de participar sobre asuntos científicos en la prensa nacional desde aquella vez que se asomara, en 1981, a la redacción cultural del diario unomásuno. Me he sentado con Javier durante horas, en medio de rones como dulce compañía, para hablar de temas inacabables. Esta vez hablamos de la pandemia, también un tema sin fin.
EXPERIENCIAS Y EXPERIMENTOS EN LAS CIENCIAS
El contacto con la vida salvaje ha puesto siempre en riesgo a la humanidad, Javier, pero continuamos refrendando esta intimidad. El mercado de mariscos en Wuhan, China, ha sido esta vez donde se ha detectado, al parecer, el virus infeccioso. El Sida se dice que fue adquirido en África mediante un contacto con primates. Sin embargo, hay programas culturales, como Sobrevivencia al desnudo, en Discovery, donde una pareja, hombre y mujer, efectivamente sin ropa, tienen que vivir, o sobrevivir, 21 días en una selva del mundo (ya incluso ha sido incluida Quintana Roo para estos percances) enfrentándose con el mundo desconocido de la flora y la fauna planetarias, comiendo víboras, si es que las pueden atrapar, o ancas de rana, o insectos, tomar agua de los ríos, exponiéndose a posibles bacterias desconocidas pertenecientes a murciélagos, monos o mamíferos (y aunque hay un equipo médico a su disposición eso no obsta de que sean picados o infectados previamente). Se trata de un riesgo de sobrevivencia en un mundo cultural incierto. Después de esta hecatombe global del Coronavirus, ¿es posible seguir tomando estas experiencias como transgresiones culturales?
Me parecen realmente muy interesantes las experiencias de acercamiento con la naturaleza, y antes de referirme a ellas quisiera precisar algo en relación con el contacto animal-humano en el surgimiento de algunas patologías y en particular de la pandemia por el virus causante de la Covid-19.
En la actualidad muchas de las enfermedades epidémicas se originan por el contacto con animales, es lo que conocemos como zoonosis. Hay varios ejemplos. Si nos referimos a las enfermedades virales, por ejemplo el virus del Sida que mencionas, se ha explicado mediante la conocida teoría del cazador que puso en contacto la sangre del primate no humano con la del trampero. Si nos referimos en particular a los coronavirus, han surgido en tiempos relativamente recientes enfermedades como el Síndrome Respiratorio de Medio Oriente (MERS por sus siglas en Inglés), relacionado por el contacto con camellos; o el Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SARS), provocado por un virus presente en murciélagos. Hay además otras patologías virales también de tipo epidémico como las transmitidas por piquetes de mosquitos como Zika, Dengue y Malaria.
Los virus, están formados por ácido ribonucleico (ARN) o desoxirribonucleico (ADN) y una cubierta de proteínas y grasas, suelen ser muy inestables y pueden sufrir mutaciones, que no es otra cosa que un cambio parcial en la estructura de su genoma. De este modo un agente que normalmente está presente en una especie animal no es perjudicial para el humano (como ocurre en los virus presentes en algunas aves), pero puede serlo si sufre una mutación, y en ese caso pueden dar lugar a las llamadas enfermedades emergentes; es decir, nuevas patologías que previamente no se manifestaban en humanos.
En el caso del nuevo coronavirus causante de la enfermedad Covid-19, responsable de la actual pandemia que tiene al mundo contra la pared, su estructura es muy parecida al que provoca el SARS ya mencionado (por esta razón su nombre es SARS-CoV-2). Hay un acuerdo prácticamente unánime sobre su origen en murciélagos, aunque en este caso utiliza como intermediario para llegar al humano a otras especies animales. Todavía hay duda si se trata de alguna serpiente, o el pangolín, que es un tipo de hormiguero con escamas muy apreciadas en la medicina tradicional china. También hay acuerdo sobre el sitio más probable de este contacto animal-humano, el mercado mayorista en la ciudad de Wuhan, en China.
En el pasado quizás algunas enfermedades podrían quedar confinadas en un espacio geográfico, pero en la actualidad esto no es posible por el aumento de las comunicaciones y los incesantes intercambios de bienes y servicios entre naciones. En el mundo globalizado una patología que surge en un lugar del mundo se convierte en una amenaza para todo el planeta. Y esto nos lleva al punto de partida, que es el rechazo a lo civilizatorio, la añoranza por el regreso a la naturaleza.
Las incursiones al desnudo en selvas tropicales o ambientes naturales en distintas latitudes, me parecen experimentos muy interesantes y por supuesto muy arriesgados, las personas que emprenden estas aventuras me parecen admirables y, desde luego, me gustaría conocer el historial médico antes y después de esas incursiones. Pero hay un elemento aquí que me interesa mucho abordar en esta conversación y es no tanto el del gusto por lo natural, sino su otra cara: el rechazo a la civilización.
Hay actualmente sectores que señalan al acelerado desarrollo científico-técnico como esencia del desarrollo civilizatorio y, por tanto, responsable del deterioro medioambiental, lo que, afirman, sería la causa de la acelerada transmisión de enfermedades y pandemias. Plantean en cambio un retorno a los estados originarios. Y esta no es una idea en grupos marginales o contraculturales, sino que forman parte de una ideología presente en la Iglesia, en particular la católica, como puede verse en el Laudato sí, del papa Francisco, o en la ideología anticientífica presente en altos funcionarios de gobierno en distintos países, incluido México. Posturas que considero completamente erróneas pues gran parte de la solución a los problemas que hoy enfrentamos como los derivados del cambio climático o el combate a las enfermedades provendrán precisamente de la ciencia y la tecnología, no de un regreso a los conocimientos ancestrales como es el caso de la actual pandemia por el virus SARS-CoV-2, responsable de la Covid-19.
Mercado de Wuhan cerrado
LA NECESIDAD DE CONTAR CON LOS MURCIÉLAGOS
Un grave problema que ha asolado al mundo es precisamente el conservadurismo ciudadano, aquel que se niega a mirar las cosas con ojos y razonamientos ya no digamos nuevos sino razonados. Se entiende, entonces, que las enfermedades son asuntos del azar, incalculados, que los científicos estudian y los epidemiólogos intentan sanar, pero estos riesgos latentes, por ejemplo, en los experimentos animales-humano, ¿podrían prevenirse con anterioridad justamente no efectuándose o esto sería algo así como un acto restringido a la ciencia? Es cierto que la actual pandemia es un producto del azar, pero en 1918 no había tanta comunicación planetaria y la pandemia de la gripe española ocurrió llevándose a millones de personas en el mundo. Somos seres volubles a estas interacciones entre la zoología y la humanidad, si bien, Javier, paradójicamente un Hombre murciélago es un héroe absolutamente contemporáneo…
Así es, Víctor, salvo Batman, que es uno de nuestros héroes en los cómics y el cine, los murciélagos de a de veras son estigmatizados. No faltan en las historias de horror y con excepción de algunas culturas que les tienen un cierto aprecio pues forman parte de algunas de sus delicias culinarias, en general en el mundo son vistos con recelo e incluso perseguidos y eliminados. Desafortunadamente la satanización de estas especies se ha incrementado por su asociación con algunas zoonosis y particularmente hoy con la epidemia del nuevo Coronavirus.
Este es un buen ejemplo de las conductas irracionales a las que te refieres en tu pregunta, pues la mayor parte de las especies de murciélagos son muy importantes para mantener algunos ecosistemas y representan enormes beneficios en actividades productivas humanas como la agricultura. Por ejemplo, en México el investigador Rodrigo Medellín ha documentado su papel en el control de plagas en cultivos de algodón, café y té. También son polinizadores (como las abejas) de los agaves tequileros y mezcaleros y la ceiba, considerado árbol sagrado por los mayas.
Si actuamos racionalmente no tiene cabida la idea de que estos animales deben ser exterminados, pues bajo esa concepción tendríamos que acabar con numerosas especies (por lo pronto camellos, serpientes, pangolines, mosquitos…) y atentar contra ecosistemas completos y quizá contra el mismo planeta. Lo que se debe hacer, en cambio, es protegerlos, regulando y en algunos casos prohibiendo su comercialización y vigilando escrupulosamente la sanidad en espacios como el mercado mayorista de Wuhan, donde se originó aparentemente la pandemia.
Otro tema inquietante que planteas en tu pregunta es el de la relación animal-humano en la investigación científica. Entiendo que no nos estamos refiriendo aquí a las indagaciones tradicionales en modelos animales que son necesarias, por ejemplo, para examinar la efectividad de algún fármaco, sino a una relación más estrecha que cruza fronteras incluso con el territorio de lo ético, como ha ocurrido recientemente con la aprobación el año pasado de un proyecto para introducir un cierto tipo de células humanas en embriones de otras especies.
La idea del doctor Hiromitsu Nakauchi, científico de las universidades de Tokio, en Japón, y Stanford en Estados Unidos, es introducir en ratas células primordiales humanas (llamadas células madre o troncales que pueden dar lugar a diferentes tipos de células especializadas) para provocar el desarrollo de órganos, en particular el páncreas, que produce insulina, cuya carencia es responsable de un tipo de diabetes. Son experimentos en los que no se desarrolla un organismo completo, es decir algún híbrido animal-humano, no, pues el proceso se detiene una vez que el órgano en cuestión se ha formado. Pero es normal que se produzca una preocupación social sobre estudios que se encuentran en una etapa muy inicial aunque por ahora no presentan riesgos demostrables sobre la salud. En mi opinión no creo que deban ser suspendidos o prohibidos, más bien deben someterse a rigurosos controles técnicos, de bioseguridad y propiciar una discusión abierta sobre sus riesgos y beneficios potenciales que involucre a toda la sociedad.
LA PRESENCIA TERRENAL DE LOS ASTRÓNOMOS
La literatura nos ha creado a un Frankenstein producto de una disasociación científica, porque se cree que la ciencia anda en las nubes, no merodeando en la tierra, creencia acaso solventada por una ignorancia generalizada. ¿Por qué, si ocurren estas espantosas enfermedades, la ciencia por lo regular es castigada, o minimizada, por las políticas del mundo? ¿Qué puede hacer la ciencia en momentos cruciales como el que vivimos ahora? ¿Por qué, en lugar de miedo, no se alza la cordura del intelecto?
Tienes razón, Víctor, se ha creado una imagen sobre los científicos como seres que andan en las nubes… en cierto modo eso es verdad. Es más, yo diría que algunos andan más allá de las nubes, como los astrónomos, dedicados a desentrañar los misterios del cosmos. Creo que este es un buen ejemplo, pues las aportaciones de la astronomía a las diferentes áreas del quehacer humano e incluso a la vida cotidiana de millones de personas, acá en la Tierra, son enormes.
En las comunicaciones, la Internet, que muchos usamos a diario, tuvo sus orígenes en esta disciplina. La instrumentación tan especializada que se requiere en las observaciones planetarias ha permitido que contemos ahora con un tipo especial de cámaras en nuestros teléfonos celulares. La tecnología que se desarrolla en indagaciones tan sofisticadas como la búsqueda de exoplanetas, los registros de las ondas gravitacionales, o para integrar la primera imagen de un agujero negro, han permitido el desarrollo en los equipos de tomografía computarizada y por emisión de positrones, y muchos otros dispositivos de diagnóstico y tratamiento en la medicina que se utilizan para salvar vidas.
Y esto es solamente para hablar de las aplicaciones, pues la astronomía nos ayuda a responder preguntas centrales para la especie humana: ¿cuáles son nuestros orígenes?, ¿qué es lo que somos?, ¿cuál es nuestro destino?
Podríamos extendernos aquí, Víctor, dando ejemplos de las aportaciones de muchos otros campos del conocimiento científico que aparentemente no tienen que ver con las preocupaciones terrenales, pero esto es sólo la apariencia. No resisto referirme en esta conversación al célebre trabajo de James Watson y de Francis Crick, publicado en 1953 en la revista inglesa Nature, en el que demostraron la estructura del ácido desoxirribonucléico, el ADN. Un artículo de… ¡una sola página!, el cual, desde luego, tenía tras de sí varias décadas de investigaciones. En ese momento muy pocos sospechaban la importancia que tendría esa proeza y otros se preguntaban sobre la utilidad de tal descubrimiento, ¿para qué serviría? En este hallazgo descansaban las explicaciones sobre los procesos hereditarios y condujo a la mayor revolución en la biología.
A partir de ese conocimiento se pudo explicar la fisonomía de todos los seres vivos y las funciones de sus células y órganos. Gracias a eso sabemos que las enfermedades con origen genético dependen de cambios muy sutiles en la estructura de los ácidos nucleicos como el ADN. También, sin que nadie lo pudiera anticipar en los cincuenta del siglo pasado, hoy pueden diseñarse terapias genéticas que nos dan esperanza para enfrentar enfermedades que eran incurables, y ha dado lugar a tecnologías como la ingeniería genética que hace posible obtener medicamentos y moléculas, por ejemplo insulina, modificando la estructura genética de bacterias, o la edición genética que permite apagar genes en el tratamiento de enfermedades; y en plantas puede ser una solución para enfrentar problemas como el cambio climático aumentando, por ejemplo, la captación de CO2 en las raíces de algunas especies.
“Por cierto que la pandemia por el nuevo Coronavirus nos hace recordar también el genio de Watson y Crick, pues gracias a su trabajo fue posible descifrar en pocos días la estructura del ácido ribonucléico del virus causante de Covid-19, lo que abre la posibilidad de diseñar sistemas de diagnóstico, pruebas farmacológicas para encontrar medicamentos efectivos contra la enfermedad y contar en algunos meses con una vacuna.
En síntesis, Víctor, hay países que tienen un mayor aprecio por el desarrollo de la ciencia que otros, depende mucho de las decisiones de los gobiernos pero en especial de la cultura científica de las sociedades. En algunas naciones predomina la idea del personaje de la célebre novela de Mary Shelley que tú has citado, el doctor Frankenstein, quien dio vida a un ser maligno. Pero hay que recordar que también, en algún lugar de nuestra cultura habitan otras figuras como la del Santo, el Enmascarado de Plata, quien tenía un laboratorio con tubos de ensayo borboteando diversas sustancias en la búsqueda de remedios contra el mal…
Artículo de Watson y Crick
ACADEMIA Y EMPRESAS
Es cierto, Javier: el Santo como respaldo de la ciencia, aunque de manera tangencial y tal vez inútil, no lo sé. Pero me parece que con el ejemplo que das sobre la grandeza de los científicos que permitieron la interconexión en el mundo con la aparición de la Internet los que se han llevado el crédito no son precisamente los científicos sino los empresarios, que son los que cobran el dinero en el planeta entero por el descubrimiento científico. Hoy hay un best seller sobre la biografía de Steve Jobs pero nadie sabe el o los nombres de los científicos que teorizaron en el asunto de la comunicación en el orbe…
Antes de responder a esta pregunta, permíteme regresar, Víctor, a un tema que dejé de lado en tu cuestionamiento anterior. En los ejemplos sobre las aportaciones de la astronomía o las consecuencias del descubrimiento de la estructura del ADN que cité antes, me referí a algunas áreas de investigación, que se conocen como básicas, para ilustrar cómo proyectos que aparentemente se ven alejados de una aplicación inmediata, tarde o temprano rinden frutos. Pero hay también otros campos del conocimiento dedicados a la búsqueda de soluciones a problemas inmediatos. Un ejemplo muy actual son las investigaciones en Salud Pública y, en particular, en la epidemiología (que ahora están en el epicentro de la mayor pandemia de este siglo), que combinan los aspectos básicos con los aplicados, de tal manera que conducen las estrategias para enfrentar una epidemia, aquí y ahora, y sus resultados son muy tangibles en tiempos cortos. Así, los diferentes tipos de investigación, sea básica o aplicada, son de enorme utilidad y deben ser apoyadas en todos los países.
Y tienes razón nuevamente, Víctor, en el tema del reconocimiento a los creadores científicos y la apropiación de sus descubrimientos por empresarios, lo cual desafortunadamente es una realidad. Esto nos lleva a examinar las relaciones entre academia y empresas.
Los investigadores están capacitados para generar nuevos conocimientos, pero no para su desarrollo industrial y su comercialización. Sobre Internet, una astrónoma mexicana, la doctora Gloria Koenisberger, escribió un libro muy interesante intitulado Los inicios del Internet en México en el que narra su propia participación en lo que sería después la popular red. Pero pongamos otro ejemplo: si se crea un nuevo medicamento en un laboratorio de una universidad, los creadores del novedoso fármaco se verán obligados a buscar empresarios para que inviertan sus capitales para hacer las pruebas a escalas mayores que lleven a esas compañías a comercializarlo. Así, salvo casos excepcionales, el mérito se lo lleva el laboratorio Bayer (por decir algún nombre) y nadie se acuerda del doctor “Pedro Sánchez” que lo descubrió.
Pero hay otros casos muy interesantes: en muchas universidades del mundo han surgido empresas vinculadas a los laboratorios universitarios en los que los investigadores son, al mismo tiempo, los empresarios, son la versión académica de las Start Up. En México hay algunas experiencias exitosas, como la del Instituto de Biotecnología de la Universidad Nacional Autónoma de México donde el doctor Enrique Galindo Fentanes y su equipo de colaboradores descubrieron una sustancia que evita la infección de los mangos por hongos, evitando una enfermedad en la que aparecen manchas oscuras en el fruto. El mango es un producto de exportación muy apreciado, y la micosis reduce las posibilidades de comercialización (a pesar de que comerlo no hace ningún daño). El producto se llama Fungifree AB y los científicos siguieron toda la cadena desde la investigación básica que llevó al descubrimiento, la solicitud y obtención de patentes y su comercialización a productores que se han visto beneficiados incrementando las exportaciones. Ahora, varias universidades mexicanas cuentan con unidades especializadas de vinculación en las que se apoya a los investigadores en los aspectos no científicos como la elaboración de las solicitudes de patentamiento y la protección de derechos. Hay decenas de casos exitosos en nuestro país, pero todavía son escasos y avanzan muy lentamente.
Hay otro ejemplo muy importante para nuestro país, que en mi opinión es un modelo a seguir. En 1951 en los laboratorios Syntex, en Tacubaya, entonces Distrito Federal, se conjuntaron talentos de empresarios y científicos que colocaron a México en la vanguardia de la investigación en la química de esteroides. Ahí surgió, gracias a la vinculación de empresarios y científicos, la primera sustancia con propiedades anticonceptivas: sí, la primera píldora, cuya importancia es indiscutible pues al separar la sexualidad de la reproducción en mujeres, ha transformado para siempre a nuestras sociedades. No puedo dejar de mencionar los nombres de Luis Ernesto Miramontes, Carl Djerassi y George Rosenkranz, quienes realizaron esta hazaña, que sin duda es una de las mayores aportaciones de la ciencia mexicana a la humanidad.
Volviendo al punto inicial, sí, siempre existe el riesgo de que las empresas se apropien de los descubrimientos y se haga invisible la labor de investigadores. En mi opinión, una de las mejores fórmulas para hacer avanzar a la ciencia y aportar soluciones a las necesidades sociales sigue siendo el modelo conocido como la Triple Hélice: gobierno-academia-empresa.
Luis Ernesto Miramontes
ACTIVIDADES CIENTÍFICAS DESCONECTADAS
Pero los científicos no son políticos, las más de las veces de modo que la ciencia tiene que depender, para sostenerse, de la política…
Muy cierto, Víctor, la ciencia depende de la política para desarrollarse. Generalmente esto se expresa con las decisiones que toman los políticos en materia presupuestaria. De este modo, las naciones en las que se invierten mayores recursos en investigación y desarrollo (la ID), como Israel y los países nórdicos (muy por debajo quedan ya Estados Unidos y las potencias europeas), son aquellas en las que sus actividades esenciales están vinculadas con la investigación científica, tecnológica y la innovación. En el caso de los países en desarrollo encontramos dos categorías: por un lado algunas naciones emergentes como China que ha tenido un despegue científico impresionante, y que ahora brilla como ningún otro en la atención de sus científicos a la pandemia por el nuevo Coronavirus (fueron los primeros en descifrar la estructura genética de este agente y describir clínicamente el Covid-19), India es otro caso. Desafortunadamente Brasil, que formaba parte de este elenco de naciones en pleno despegue científico, ha tenido un retroceso muy grave desde la caída de Dilma Rousseff y la llegada al poder de Michel Temer y ahora de Jair Bolsonaro, como claro ejemplo de cómo la política puede hacer surgir potencias científicas o destruirlas.
El elemento que me parece clave, Víctor, es cómo la ciencia puedarticularse o no a las políticas públicas. El caso de México es aquí muy ilustrativo. Los grandes programas de los últimos gobiernos han estado desconectados de la ciencia y la tecnología. Actualmente, por ejemplo, proyectos como el Tren Maya, la Refinería de Dos Bocas, el aeropuerto Felipe Ángeles y el Corredor Transoceánico no están ligados de ninguna forma con las actividades que encabeza el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología. Se recurre así a firmas extranjeras y a la compra de tecnología al exterior. Son actividades que se encuentran desconectadas.
Pero en otro tema, aparentemente desligado del anterior, hoy también es muy claro cómo los vaivenes políticos afectan el desarrollo de la ciencia y tienen consecuencias sobre la vida de las personas. Tenemos el caso de los gobernantes que imponen sus creencias particulares y las convierten en políticas públicas.
Por ejemplo, desde la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, y a pesar de la multitud de pruebas científicas, el mandatario negó que el planeta experimentara un calentamiento. Esta concepción negacionista ha tenido consecuencias desastrosas; en primer lugar para la ciencia en ese país, con la reducción de presupuestos a las instituciones encargadas del estudio y combate del cambio climático, pero también ha tenido efectos adversos a escala global por su ruptura con el Acuerdo de París, pues como nuestros vecinos del norte forman parte de las principales generadoras de gases de efecto invernadero, las políticas de Trump afectan a la humanidad en su conjunto. Lo mismo puede decirse de sus falsas creencias sobre las vacunas como causantes de enfermedades en los niños, en particular del autismo, que ha conducido a numerosos grupos de personas a dejar de vacunar a sus hijos, y esto ha traído como consecuencia la reemergencia de algunas enfermedades que se tenían bien controladas como el sarampión, entre otras.
Tenemos a la vista también otros extremos. Por ejemplo, en Venezuela la política de Hugo Chávez llevó a considerar a instituciones científicas de primer nivel mundial, como el Instituto Venezolano de Investigación Científica, como elitistas y alejadas del pueblo… la consecuencia ha sido su estrangulamiento presupuestario y el éxodo masivo de expertos de esa nación que ahora se encuentran diseminados en distintos lugares del mundo mientras la población no halla soluciones propias para enfrentar sus problemas de salud y de otra índole. Tenemos ejemplos más cercanos, pero creo que con los anteriores es suficiente para ilustrar este punto.
DESORIENTACIONES Y ESTRATEGIAS SIN CONOCIMIENTOS
La ciencia, en efecto, nos ha ayudado a salir adelante en el mundo de las calamidades sanitarias y de las oscuridades antes inexplicables de las tormentas humanas (los rastreos del ADN, por ejemplo). De ahí que la política y sus políticos sean vitales, Javier, para su desarrollo. Políticos ignaros o sordos pueden destruir años de crecimiento, ciertamente. La pandemia que nos tiene confinados ahora en los hogares para muchos, y esto es verídico, es sólo ciencia-ficción, parte de una guerra bacteriológica provocada por la burguesía mundial, un cuento de hadas, un mal cuento de hadas. La nutrida información que se despliega justamente en la Internet en estos momentos sólo ha servido para causar miedo en la gente que, por la naturaleza educativa en la que se mueve, vive distanciada de los pormenores científicos. ¿Paradojas de la comunicación científica?
Estoy de acuerdo contigo, Víctor, estamos inmersos en un universo de información de todo tipo. La pandemia por el nuevo Coronavirus nos enfrenta a una nueva realidad informativa en la que circulan mitos acerca de la Covid-19, los remedios contra ella y, efectivamente, cuentos de hadas, con finales no siempre felices sino terroríficos.
Hay algunas de estas historias en las que vale la pena poner atención por todo lo que conllevan. Por ejemplo, hay una teoría armada muy formalmente y con buena producción, que vi recientemente en un canal de TV de Sudamérica, según la cual el virus fue creado en un laboratorio de Estados Unidos para desestabilizar a China. Esto es algo completamente absurdo, pues una acción de este tipo tendría un efecto de bumerang sobre los supuestos creadores del agente causante de la pandemia, pues nuestros vecinos del norte actualmente tienen comparativamente el mayor número de casos confirmados y de muertes respecto a las ocurridas en territorio chino. Además existe ya una declaración por parte de un grupo de reconocidos científicos de diferentes países (incluidos expertos chinos y estadounidenses) que han rechazado que se trate de bioterrorismo, explicando el mecanismo de zoonosis que ya comentamos al principio y que está muy bien documentado por la ciencia.
Otro aspecto en el que conviene detenerse es el de los remedios contra la enfermedad. La propagación de informaciones sobre curas milagrosas con ejercicios, o sustancias que deben untarse, inhalarse o ser tomadas, representan un riesgo enorme para la salud pública. La razón es que, al tratarse de una enfermedad completamente nueva, no se dispone de vacunas ni de medicamentos efectivos, aunque hay que decir que hay una carrera sin descanso en el medio científico por encontrar lo más pronto posible soluciones farmacológicas efectivas y elementos de prevención, probados rigurosamente.
En paralelo, resulta interesante observar el caso de China, donde la voz cantante para enfrentar la epidemia la han llevado la ciencia y la medicina occidentales, pese a que esa nación tiene una tradición médica milenaria. Lo mismo puede decirse de otras naciones como la nuestra, en la que a pesar del gran conocimiento de nuestros pueblos originarios las estrategias para contender con el virus y la nueva enfermedad provienen completamente de la medicina científica. Esto muestra cuáles son los recursos de los que preferentemente están echando mano las naciones ante una catástrofe sanitaria.
En fin, Víctor, lo que ocurre hoy en el territorio de la comunicación es difícil de resolver. Lo primero es aceptar que los medios (sean los tradicionales como la prensa escrita, radio y televisión o los que utilizan la Internet), en la mayoría de los casos, no cuentan con personal especializado en temas científicos. Lo atestiguamos a diario, Víctor, en las conferencias de prensa sobre la pandemia en las que, salvo muy contadas excepciones, vemos que no hay preguntas sólidas o cuestionamientos serios a los datos que ahí se presentan. Tenemos así un problema en la formación de recursos humanos con capacidad para enfrentarse a los temas científicos. También vemos que los medios (aunque no todos) han descuidado por años el tratamiento de estos temas, a pesar de que la ciencia forma parte ya de nuestra vida cotidiana. En suma, creo que se requiere una mayor atención y responsabilidad de los medios en este aspecto. Es urgente.
Javier Flores